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EL DIARIO digital
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Una de cal...
Hay discusiones que marcan el grado de madurez de una comunidad. Y la que se abre en Santa Rosa por el posible desembarco del Grupo Clarín es, sin dudas, una de ellas. No se trata solo de una cuestión técnica o de competencia comercial: está en juego la soberanía comunicacional e informativa de la capital pampeana.
El proyecto impulsado formalmente por el intendente Luciano di Nápoli llegó al Concejo Deliberante con una envoltura atractiva: inversiones, modernización tecnológica, generación de puestos laborales.
Argumentos que, en apariencia, resultan difíciles de rechazar en un contexto económico complejo. Pero detrás de esa fachada optimista asoman otras implicancias que exceden con creces la lógica del mercado.
En sus primeros pasos, el avance del multimedios a través de su brazo Telefónica se gestó entre gallos y medianoche, sin el debate público que una decisión de semejante peso requiere: hubo un asado de mesa chica para ir aceitando la irrupción.
Sin hablar públicamente sobre el tema, la viceintendenta Romina Montes de Oca representa al lobby sindical que impulsa la iniciativa: es secretaria adjunta del gremio de Telecomunicaciones, además de empleada de Telefónica.
Aun cuando el jefe comunal reconoce los beneficios que podría traer la iniciativa, también advierte sobre la necesidad de sopesar con cuidado sus efectos colaterales, y se dice un defensor de la Cooperativa. Ahí está el punto neurálgico: no se trata de decir sí o no a Clarín, sino de discutir qué tipo de ciudad y qué tipo de comunicación necesita y desea Santa Rosa.
La Cooperativa Popular de Electricidad, que garantiza servicios esenciales con una mirada comunitaria y solidaria, con eficiencia y tarifas accesibles, podría ver amenazado no solo su equilibrio económico, sino su rol estratégico en el ecosistema informativo local.
No es una empresa más: es una institución que pertenece a vecinos y vecinas y que, con aciertos y errores, ha sido parte del entramado social y democrático de Santa Rosa.
En el escenario político, las posiciones empiezan a delinearse. El PRO fue el primero en levantar la mano a favor del gigante mediático, fiel a su tradición de alineamiento con los grandes grupos económicos.
En cambio, la UCR elige una postura tan curiosa como contradictoria: sostiene que el tema no necesita debatirse en el Concejo Deliberante, justo cuando el propio radicalismo suele exigir discusión y transparencia en casi todos los asuntos públicos.
La decisión, por ahora, se patea hacia adelante. Quedará, seguramente, para el año próximo. Pero el aplazamiento no debería implicar silencio: Santa Rosa necesita un debate serio, sin consignas prefabricadas ni intereses camuflados, que piense más allá de la coyuntura y evalúe los impactos a mediano y largo plazo. Porque discutir sobre Clarín es, en definitiva, discutir sobre la propia ciudad: sobre quiénes controlan la palabra y quiénes conservan el derecho a ejercerla.
y una de arena
Las campañas electorales son, por definición, el tiempo de la pasión política. Pero también deberían ser el espacio donde la competencia se sostenga en ideas, proyectos y debates serios. Por momentos, la cercanía de las legislativas del 26 de octubre parece haber borrado esos límites.
En el afán de sumar votos propios o restar ajenos, algunos actores decidieron que "vale todo", incluso poner en riesgo la convivencia democrática que durante décadas distinguió a La Pampa del griterío nacional.
No se trata solo de la retórica encendida de la contienda, sino del modo en que se la ejerce. La disputa por el relato esa obsesión tan porteña empieza a colonizar la política pampeana con métodos importados y tonos ajenos. A veces, el objetivo ya no es persuadir, sino provocar; no convencer, sino instalar. En ese clima, las exageraciones se vuelven moneda corriente y los matices desaparecen del discurso público.
El caso más visible es el del candidato libertario Adrián Ravier, que en las últimas semanas decidió cruzar una frontera riesgosa. No bastó con el recurso de la hipérbole ni con la apelación al libreto económico que repite desde los sets televisivos centralistas. Fue más allá, acusando al gobierno provincial de ser "soviético" y poniendo en duda la legitimidad democrática de las autoridades electas por el pueblo. Una afirmación tan absurda como ofensiva para la historia institucional de la provincia.
Resulta llamativo, además, que el economista haya elegido evitar a los medios pampeanos, los mismos que podrían confrontarlo con los datos y con la realidad que sus consignas niegan. Prefiere el circuito cómodo de los medios del establishment porteño, donde se lo recibe como un exótico "libertario de las pampas" y puede lanzar impunemente sus falacias sin riesgo de repregunta. Una estrategia tan previsible como ajena al espíritu de una provincia que se precia de discutir cara a cara, sin intermediarios ni slogans prefabricados.
No es la primera vez que la oposición pampeana tropieza con esa tentación: dejar que sus campañas se diseñen desde escritorios de Buenos Aires, desconociendo el pulso local, los códigos del diálogo que aquí todavía se valoran. Esa importación de métodos más propia del marketing que de la política vacía de contenido la competencia electoral y la transforma en un espectáculo de provocaciones.
El problema es que detrás de ese "vale todo" no hay proyecto, sino desdén. No hay visión de futuro, sino oportunismo. En una provincia acostumbrada a resolver sus diferencias con respeto y sensatez, no se puede naturalizar que la mentira o la injuria sean herramientas de campaña. Porque el día después de las urnas, cuando el ruido se apague, seguirá siendo necesario convivir, construir y sostener la palabra como un puente, no como un arma.