Opinion

El orgullo de un encuentro deportivo y una extraña ausencia legislativa

La Pampa quedó en el centro de la escena de la región por la organización de los Juegos de la Araucanía, que resultaron un golazo en diversas dimensiones; una mayoría de diputados y diputadas ningunearon una convocatoria institucional "histórica" del Tribunal de Cuentas.

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EL DIARIO digital

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Una de cal…

La Pampa cerró con orgullo la organización de los Juegos de la Araucanía, un encuentro clásico del calendario deportivo y cultural de la región que este año estuvo a punto de frustrarse por la compleja situación económica, financiera, social y cultural que atraviesa el país como consecuencia de las políticas del gobierno nacional libertario.

El progresivo vaciamiento del deporte y de las políticas destinadas a las juventudes estuvo cerca de convertir también a este evento en una víctima más de ese repliegue del Estado, que desestima lo colectivo y desvaloriza las experiencias comunitarias.

Sin embargo, el encuentro logró sostenerse y desarrollarse con plenitud. Jóvenes de todas las regiones de la Patagonia argentina y del sur de Chile volvieron a encontrarse para compartir no solo competencias y resultados deportivos, sino también experiencias, vínculos y aprendizajes que exceden largamente lo estrictamente competitivo.

En ese contexto, La Pampa asumió un rol central y decisivo: no solo tomó la posta de la organización cuando Tierra del Fuego no estuvo en condiciones de hacerlo, sino que además lo hizo con solvencia, compromiso y una planificación que fue destacada por las delegaciones visitantes y por la propia organización regional.

Las valoraciones positivas abarcaron múltiples dimensiones. Desde la "hospitalidad" de la ciudadanía pampeana, subrayada públicamente por el gobernador Sergio Ziliotto, hasta la calidad de las sedes, la logística, el acompañamiento institucional y el desempeño deportivo de las delegaciones locales.

Todo confluyó en un balance ampliamente favorable que volvió a poner a la provincia en el centro de la escena regional, no por discursos ni por anuncios, sino por hechos concretos.

Más allá del plano deportivo, los Juegos de la Araucanía volvieron a mostrar su impacto comunitario y económico. El arribo de más de 2.500 deportistas a distintas localidades pampeanas generó un movimiento extraordinario, con efectos directos en la hotelería, la gastronomía y otros rubros vinculados al turismo y los servicios.

Datos relevados por el área de Turismo provincial confirmaron niveles de ocupación plena en varios puntos de la provincia, impulsados no solo por las delegaciones oficiales sino también por la presencia de familiares y acompañantes.

Esa dinámica virtuosa, que combina inclusión, identidad regional, desarrollo humano y actividad económica, resulta impensable bajo la lógica que promueve el actual gobierno nacional, orientada a la reducción extrema del Estado y al abandono de toda iniciativa con sentido comunitario. Los Juegos de la Araucanía demostraron, una vez más, que cuando hay decisión política y un Estado presente, los resultados llegan y el impacto trasciende largamente lo deportivo.

…y una de arena

El Tribunal de Cuentas fue ninguneado de un modo tan extraño como inesperado por una amplia mayoría de la Legislatura provincial, integrada por representantes de diversos espacios políticos. La escena dejó más interrogantes que explicaciones y encendió una señal de alerta en términos institucionales.

No se trató de una convocatoria incómoda o de un trámite espinoso, sino de un llamado que buscó, precisamente, fortalecer los mecanismos de control y transparencia del Estado. La presidenta del organismo, Marita Mac Allister, había invitado a diputados y diputadas a la presentación del informe sobre la Cuenta de Inversión.

Fue la primera vez que se impulsó una instancia de este tipo: un paso no exigido por la normativa vigente, pero sí orientado a enriquecer el vínculo entre órganos del Estado, ampliar el acceso a la información pública y jerarquizar el rol del control. Un gesto institucional que, en otros contextos, suele ser celebrado.

Sin embargo, al encuentro asistió apenas un puñado de legisladores. Lo que dominó la escena fue la ausencia mayoritaria, tan marcada y transversal que dejó la sensación de un plantón deliberado más que de una casualidad, un problema de agenda o una superposición de actividades. La reiteración del vacío, lejos de diluir responsabilidades, las concentró.

Mac Allister definió el episodio como un "acto fallido", aunque dejó en claro que la intención es persistir en ese camino. Reafirmó que no se "desmoralizará" y que la iniciativa responde a una voluntad política concreta, pero también al trabajo cotidiano de las trabajadoras y los trabajadores del organismo, que vienen impulsando una mayor apertura y visibilidad de su tarea.

La decisión de insistir habla de convicción institucional, pero no alcanza a borrar el sabor amargo que dejó la respuesta legislativa.

Lo ocurrido expone una contradicción difícil de disimular. En un contexto donde el discurso público suele invocar la transparencia, el control y la calidad institucional, una propuesta concreta para avanzar en ese sentido quedó desairada por quienes, justamente, deberían estar interesados en fortalecer esos mecanismos. La ausencia no fue neutra: envió un mensaje político.

Queda la impresión de que una puja soterrada, o mezquindades de corto alcance, terminaron imponiéndose por sobre la posibilidad de construir un vínculo más saludable entre poderes del Estado. Y en ese gesto, más que al Tribunal de Cuentas, lo que se resintió fue una oportunidad para robustecer el funcionamiento del sistema democrático y la confianza pública en sus instituciones.

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