La caducidad de una serie de fondos específicos pone en peligro miles de fuentes laborales y genera riesgo para miles de proyectos cinematográficos, teatrales, radiales, bibliográficos y musicales.
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EL DIARIO digital
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La situación que estalló frente al Instituto del Cine en las calles de la ciudad de Buenos Aires es mucho más compleja de lo que a primera vista se ve y requerirá de reflejos oportunos de quienes tienen la obligación de legislar en el Congreso Nacional, lo cual desde ya incluye a pampeanos y pampeanas.
Independientemente de la violenta reacción policial y de que el tema quedó focalizado en el pedido de renuncia de Luis Puenzo, lo que debiera estar en el centro de la escena es una situación que pone en serio riesgo a la continuidad de producciones culturales y educativas que se hacen en todo el país y que requieren de un financiamiento claro y sistemático por parte del Estado.
Esa posibilidad de financiamiento está prevista por la ley pero el gobierno neoliberal le puso fecha de caducidad (este fin de año) a una serie de fondos específicos, que son los que están en peligro: ese dinero estatal sirve para respaldar producciones cinematográficas, musicales, teatreales y radiales.
El Ejecutivo nacional, incluso en acuerdo legislativo, se había comprometido a enmendar esa herencia macrista, una verdadera avanzada neoliberal sobre uno de los aspectos en que la presencia del Estado es de vital importancia.
El freno a lo que iba a ser una anulación de esa caducidad se produjo porque la propuesta formaba parte del presupuesto 2022, que por primera vez desde el regreso de la democracia no salió con el visto bueno y encontró en la oposición un obstáculo insuperable.
Sin la existencia de esos fondos específicos, es probable que queden en la agonía miles de proyectos culturales en el país: películas independientes, radios campesinas, coros de pueblos alejados, bibliotecas populares, obras de teatro que recorren lugares inhóspitos necesitan de esa mano estatal para ser una realidad palpable, para divulgar conocimiento y producir información, emociones y alegría, y también para sostener miles de puestos laborales.
El crecimiento de esos sectores del conocimiento, la cultura y el arte ha sido de una potencia que posiblemente solo pueden medir quienes están involucrados o en contacto con esa infinidad de propuestas, porque además los recursos incluyen mecanismos que tienden al federalismo y la democratización.
La existencia de esos fondos específicos es imprescindible, aunque simplemente constituyan una suerte de contracara del otro rol que tiene el Estado, cuando de manera arbitraria, antidemocrática y centralista subsidia de manera millonaria el funcionamiento de corporaciones, multinacionales o grandes empresas a las que asiste con su dinero -y esas partidas nunca están en duda- como si fueran sectores vulnerables.
Si por imposición del Fondo Monetario Internacional hubiera que recortar algo de esa repartija, hacer justicia social sería sostener los fondos específicos que permiten la subsistencia de la cultura federal y comunitaria y achicar la torta que se llevan los grandes pulpos que son, a la vez, los mimados del mercado y los que con huevos en varias canastas asfixian a los sectores populares.