Opinion

Editorial: alrededor del voto, la calma y la tormenta

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El impacto electoral en distintas dimensiones: algunas demostraciones de madurez cívica, voluntad de pluralismo, tolerancia de la disidencia y de los resultados; y ciertos comportamientos que tensan la cuerda de la democracia y exacerban conflictos que pueden ser dirimidos de modo más prudente y decoroso.

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EL DIARIO digital

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Una de cal...

El domingo de elecciones hace una semana implicó algunas buenas noticias en general, mucho más allá de los resultados, que a veces son naturalizadas y por eso mismo invisibilizadas en los análisis posteriores.

El solo hecho de que la jornada electoral en la provincia se haya desarrollado sin que se generara un solo incidente demuestra en ese sentido la madurez con la que la población afrontó el acto democrático: no hubo violencia, ni provocaciones, ni siquiera discusiones de alto voltaje o enfrentamientos que hasta podrían considerarse propios de este tipo de enfrentamientos.

Las coaliciones que fueron a internas (Juntos por el Cambio y el Frente de Izquierda) implementaron sus competencias de modo ejemplar, no solo por la ausencia de algún conflicto fuera de las reglas de juego, sino porque la dirigencia que resultó derrotada asumió prontamente esa condición, sin tensiones ni conflictos extremos.

El oficialismo, acostumbrado a ganar, también permitió que la jornada transcurriera en paz, hizo con calma su propio análisis de los resultados y facilitó desde el ejercicio del Estado la convivencia en un día especial.

Todas las fuerzas políticas, además, priorizaron la situación sanitaria: se evitaron las aglomeraciones desproporcionadas, no hubo actos masivos de festejo tal como ya había ocurrido en la campaña y se bajó línea a las militancias y la comunidad para que durante el ejercicio del voto también se cuidaran esas cuestiones.

En ese sentido hay que reconocer una decisión nacional que, con las evidencias a la vista, es innegable: fue un acierto postergar la elección, originalmente prevista para agosto, puesto que el descenso de los casos de coronavirus, la extensión del plan vacunatorio y otro clima de mayor serenidad en la población permitieron una elección sin pánicos ni riesgos excesivos.

Esa idea surgió del Gobierno nacional y si bien al principio fue cuestionada por la principal oposición, que denunció el oportunismo y la búsqueda de un rédito sectorial, terminó siendo avalada como la mejor salida por todas las representaciones legislativas.

La pandemia -aunque también cierto desánimo general ante la elección- redujo la participación de ciudadanos y ciudadanas, pero aun así la asistencia fue relativamente aceptable, en comparación con otros puntos del país y tomando en cuenta otras dos circunstancias: 1) la PASO es un "aperitivo" de la elección general de noviembre; 2) la elección no es obligatoria para quienes tienen entre 16 y 18 años de edad o quienes ya tienen más de 70.

Ese proceso pacífico tuvo finalmente en la lectura y el impacto de los resultados un tono a la misma medida: dirigentes ganadores y perdedores, cada quien con su mirada sobre el comicio, interpretaron en todos los casos que fue un mensaje popular a tener en cuenta, que requiere de correcciones en algún sentido, o que estimula a determinados sectores y personas, pero en ningún caso en nuestra provincia hubo que lamentar excesos que pusieran en vilo la tranquilidad de la población y de las militancias.

...y una de arena...

mesa

El clima contrario se desparramó desde el Gobierno central, donde los resultados electorales dispararon tensiones inusitadas, que aunque tienen epicentro en la ciudad y la provincia de Buenos Aires inevitablemente derraman hacia el resto del país y contagian sobre todo a las referencias locales del oficialismo.

Ninguna fuerza política está exenta de disidencias e incluso confrontaciones en alto tono: la disputa ideológica es efectivamente parte del juego de la democracia.

Pero esa situación de conflicto no implica que la pelea por el poder tenga que convertirse en una suerte de guerra de sectores o de personas, sobre todo porque el espectáculo que tuvo lugar en la última semana se dio no en el interior de un partido o de un frente político, sino puertas adentro del Estado, con participación del propio presidente en esa historia.

La puja en el seno del Frente de Todos es por un lado comprensible e incluso enriquecedora del debate político, puesto que se da no solo en torno a una serie de nombres sino fundamentalmente respecto de ideas y de una mirada de la realidad argentina: es un debate ideológico.

Lo lamentable es que esa disidencia haya derivado en sus formas a una confrontación feroz, con maneras bravuconas y dirigentes tirando de la cuerda hacia diversos lados, a cielo abierto y para regodeo de los medios del establishment porteño y de los activistas de redes sociales que se hicieron un festín con esa novela.

La salida de un resultado electoral -que además no es absolutamente decisorio- con esos modos rimbombantes incluso conspira contra el fondo de la cuestión: la sensata discusión política queda aminorada frente al ruido que provocan esas metodologías.

El clima de confrontación ubicó a la acción política en un tono dramático, con planteos y demasías desde los distintos involucrados en la disputa: los que interpretan que es un "a todo o nada", quienes llaman "mequetrefe" a un presidente elegido por el voto popular, o los sectores que propiciaron movilizaciones -finalmente desactivadas- para "defender el orden constitucional", como si hubiera estado en peligro.

Los principales perjudicados ante semejante espectáculo son los mismos de siempre: las personas que menos tienen, el pueblo "de abajo", y sobre todo la base de votantes del propio Frente de Todos y la militancia de ese espacio, que por momentos exhibe mayor madurez para sostener la unidad del espacio que los propios jerarcas de la coalición.

Aunque a futuro asoma como dificultoso salir de ese pantano, la actividad política justamente se jacta de generar cambios y tender a la reforma, por lo que bien puede amanecer una suerte de final feliz de esta crisis. Pero aun así, en tiempos dificultosos para la sociedad el decoro y cierta mesura también son demostraciones de sensibilidad.

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