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Acuerdo comercial con EE. UU.: una apertura que exige equilibrio con China 

Escribe: Mariano Fava, Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) y Posgrado en Agronegocios y Alimentos @MARIANOFAVALP

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EL DIARIO digital

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El reciente anuncio de un Acuerdo de Libre Comercio (ALC) entre la República Argentina y los Estados Unidos de América constituye, sin exageración, la decisión estratégica más relevante en política comercial desde la creación del Mercosur en 1991. Su impacto potencial abarca la matriz productiva, los flujos de inversión, la competitividad industrial y, especialmente, el negocio agropecuario, columna vertebral de las exportaciones argentinas, que explican cerca del 70% del ingreso anual de divisas según datos del INDEC.

La magnitud del anuncio explica su efecto en los mercados, en la industria exportadora y en la percepción del ciudadano común. En un país dependiente del comercio agroindustrial, cualquier modificación en los aranceles, en las reglas de propiedad intelectual o en la logística tiene efectos directos sobre empleo, precios, recaudación y estabilidad macroeconómica. Por eso es indispensable analizar con rigor los beneficios concretos del acuerdo con Estados Unidos, las razones geopolíticas para preservar la complementariedad con China y los riesgos de aceptar acuerdos promovidos por la Unión Europea que, bajo retórica ambiental, buscan reinstalar barreras para-arancelarias.

Argentina tiene hoy la oportunidad de integrarse inteligentemente al mundo: diversificando alianzas, preservando márgenes de autonomía, priorizando mercados donde posee ventajas naturales y evitando quedar atrapada en agendas ajenas a su desarrollo.

Los acuerdos de libre comercio, bien diseñados, amplían el bienestar agregado, facilitan el acceso a mercados de alto poder adquisitivo, mejoran la competitividad, atraen inversión y reducen costos de importación de insumos. La evidencia empírica es contundente: según la OMC, los países con múltiples ALC reciben en promedio 20% más inversión extranjera directa y comercian 30% más per cápita. Chile, con más de 20 TLC, cuadruplicó sus exportaciones en 15 años; Perú duplicó su PBI entre 2004 y 2014 tras su acuerdo con Estados Unidos.

Argentina, en cambio, posee apenas dos acuerdos extrarregionales relevantes (Israel y Egipto), que representan solo el 4% de su comercio exterior. Llega tarde, pero llega con una oportunidad. Estados Unidos busca asegurar suministros estratégicos y equilibrar la presencia china en la región; Argentina necesita mercados amplios, inversión, tecnología y reglas previsibles.

El Mercosur, que fue clave en los 90, hoy constituye un mercado limitado. Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay representan menos del 3% del PBI global. China y Estados Unidos superan juntos el 42%. Desde 2019, China desplazó a Brasil como principal socio comercial argentino y hoy absorbe entre el 12% y 15% del comercio total del país. EE. UU., por su parte, es el tercer socio y el principal inversor extranjero, con un stock de IED (inversión extranjera directa) cercano a USD 17.000 millones.

Por eso, los beneficios del acuerdo comercial con Estados Unidos son significativos. La eliminación de aranceles para bienes agroindustriales, carne vacuna, porcina y aviar; limón y cítricos; maní; vinos; miel; harinas y subproductos, abre una oportunidad excepcional. Estados Unidos importa más de USD 220.000 millones anuales en alimentos. Si Argentina capturara solo el 1% de ese mercado, incorporaría USD 2.200 millones adicionales por año, equivalentes al 10% de todas las exportaciones de economías regionales.

Además, el ALC reducirá el costo tecnológico del agro. Los actuales aranceles del 12–18% sobre maquinaria agrícola, biotecnología, semillas y agroquímicos desaparecerían, reduciendo los costos operativos entre un 8% y 15% e impulsando la adopción de tecnología. A esto se suman inversiones estratégicas en energía y minería: litio, cobre, gas natural, hidrógeno y fertilizantes. Argentina es uno de los países con mayor potencial de expansión energética no rusa para la próxima década, lo que atraerá capital, logística e infraestructura.

Sin embargo, ampliar el vínculo con Estados Unidos no debe significar descuidar la complementariedad estructural con China. El equilibrio es tan necesario como delicado.

China es, y seguirá siendo, nuestro principal comprador agroindustrial. Compra el 63% del poroto de soja exportado, es el primer destino de carne vacuna (23% del total), adquiere cebada, sorgo, aceites, lanas y pesca. Esto representa entre USD 8.000 y 9.000 millones anuales. Estados Unidos no reemplazará estos volúmenes, ni pretende hacerlo: su propio agro compite directamente con el argentino. La estrategia argentina debe ser aditiva, no sustitutiva. Además, China sostiene inversiones estructurales en ferrocarriles, represas y un swap financiero clave para la estabilidad cambiaria.

La Unión Europea, en cambio, perdió competitividad agrícola y busca compensarla con regulaciones ambientales que funcionan como barreras comerciales encubiertas. La Política Agrícola Común destina USD 60.000 millones anuales en subsidios, y la única forma de equilibrar costos internos es restringir importaciones mediante estándares imposibles. El acuerdo UE–Mercosur exige certificaciones ambientales exageradas, restricciones por "posible deforestación", prohibiciones de moléculas y penalidades climáticas sin sustento científico. Argentina posee sus propias leyes ambientales, deforestación agrícola muy baja y 80% del área bajo siembra directa.

Europa ya se equivocó con los transgénicos, prohibiendo durante años tecnologías que luego debió aprobar. La "agenda verde" corre el mismo camino: más política que ciencia.

Respecto del ALC con Estados Unidos, uno de los puntos sensibles será la propiedad intelectual. El agro argentino, más precisamente el productor, debe defender el derecho al uso propio de semillas autógamas, piedra basal del desarrollo tecnológico local. Eliminarlo implicaría dependencia externa, encarecimiento de costos y una fuerte caída en la innovación. El camino es un modelo equilibrado, similar al de Canadá o Australia: proteger la propiedad intelectual sin destruir la soberanía tecnológica.

Argentina debe comerciar con quien le convenga, sin perder autonomía. Estados Unidos es clave para inversión, tecnología y financiamiento; China es insustituible como mercado y aliado financiero; la Unión Europea es un socio relevante, pero su agenda ambiental resulta incompatible con la competitividad agroexportadora.

En conclusión, el acuerdo comercial con Estados Unidos abre una ventana histórica para más exportaciones, mayor competitividad, tecnología accesible, inversiones y estabilidad macroeconómica. Pero ese avance debe convivir con el fortalecimiento de la alianza con China y con una posición firme frente a la Unión Europea. Argentina puede, por primera vez en mucho tiempo, construir una estrategia madura: diversificar sin subordinarse, negociar con firmeza técnica y proteger aquello que nos hizo competitivos. No se trata de elegir entre gigantes, sino de actuar como un país grande.

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