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EL DIARIO digital
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En los sistemas agropecuarios de la región semiárida argentina, particularmente en la provincia de La Pampa, la combinación de variabilidad climática, limitaciones hídricas y volatilidad de los mercados obliga al productor a ser, ante todo, un estratega del tiempo y los recursos. En ese contexto, los cultivos forrajeros anuales de ciclo corto, como el mijo y la moha, resurgen como piezas fundamentales en la planificación productiva de los establecimientos mixtos. Su rusticidad, adaptabilidad y bajo costo relativo permiten ajustar rápidamente la oferta de forraje ante la escasez, garantizando continuidad en la alimentación animal y sostén económico para las empresas ganaderas.
La salida del invierno en la Pampa siempre ha sido un desafío. Las heladas prolongadas, la baja tasa de crecimiento de las pasturas y los efectos residuales de las sequías generan un "cuello de botella forrajero" que compromete la carga animal y eleva los costos de suplementación. A ello se suman años recientes con déficits hídricos persistentes, donde los cultivos tradicionales de verano, como el sorgo forrajero, no han logrado sostener el volumen de producción necesario. En este escenario, mijo y moha se presentan como cultivos tácticos de alta eficiencia, capaces de transformar en pocas semanas un lote desnudo en una fuente abundante de materia seca.
La moha es, sin lugar a duda, una de las especies más seguras y versátiles para enfrentar emergencias forrajeras. Su rápido crecimiento, listo para pastoreo en 25 a 30 días desde la emergencia, la convierte en un recurso inmediato para sostener la carga animal. En apenas 60 a 70 días puede destinarse a la confección de rollos o al picado, con rendimientos que oscilan entre 4 y 6 toneladas de materia seca por hectárea bajo manejo adecuado.
Su adaptabilidad a suelos livianos y la eficiencia en el uso del agua la vuelven una herramienta valiosa en los ambientes arenosos del centro y oeste pampeano. La siembra directa es perfectamente viable, aumentando un 20 a 30 % la densidad de semilla respecto de la labranza convencional. En lotes de textura media a pesada, el rango óptimo de siembra se ubica entre 15 y 25 kg/ha, dependiendo del grado de cobertura y humedad disponible.
Las variedades Carapé INTA y Yaguané INTA, desarrolladas por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, fueron seleccionadas por su rusticidad y capacidad de rebrote. La primera se destaca por su relación hoja/tallo y por admitir hasta dos pastoreos, mientras que la segunda, más productiva en materia seca, se recomienda para henificación.
Desde el punto de vista nutricional, la moha responde marcadamente a la fertilización nitrogenada, incrementando tanto el rendimiento como la concentración proteica del forraje. En suelos bien provistos de humedad, una dosis de 60 a 90 kg/ha de N asegura altos valores de proteína bruta (superiores al 14 %) y una buena digestibilidad. No obstante, como todo forraje anual, el equilibrio entre calidad y cantidad es delicado: cuanto más avanzada la panoja, mayor volumen de materia seca pero menor valor nutritivo.
El mijo, originario del África oriental, es una gramínea de extraordinaria eficiencia en el uso del agua y con una fisiología C4 que le confiere una notable resistencia a la sequía. Requiere apenas 270 litros de agua para producir un kilo de materia seca, frente a los 530 litros del trigo, y completa su ciclo entre 70 y 100 días, dependiendo de la fecha de siembra. Esta "estrategia de escape" lo convierte en un aliado ideal cuando las lluvias se retrasan o los cultivos de verano deben reimplantarse.
El mijo es apto tanto para pastoreo directo como para rollo o cosecha de grano, siendo más palatable en estado de grano lechoso o pastoso. En esa etapa puede alcanzar ganancias de peso de 700 a 800 g/día en novillitos. Su siembra puede realizarse desde noviembre hasta fines de diciembre, ofreciendo una alternativa viable incluso como cultivo de segunda.
Las variedades más difundidas en el país son: Trinidad, Río V y Manfredi Xanaes INTA y responden a diferentes propósitos. Mientras Trinidad se destaca por su vigor y rebrote para pastoreo, Río V sobresale en calidad y palatabilidad, y Manfredi Xanaes representa el verdadero doble propósito, equilibrando producción de grano y forraje. Este último puede alcanzar rendimientos de 3 a 4 toneladas de grano por hectárea, o más de 6 toneladas de materia seca en planteos forrajeros.
En lo que respecta a la alimentación animal, el grano de mijo se posiciona como un insumo energético de alto valor. En bovinos, ovinos y aves puede reemplazar parcialmente al maíz sin afectar el desempeño productivo. En tambos, dietas experimentales con hasta 40 % de mijo molido mostraron igual o mayor producción de leche respecto a raciones con avena o cebada. En sistemas de invernada intensiva, puede sustituir hasta la mitad del maíz en las raciones, siempre que sea molido a una granulometría fina (0,25 pulgadas).
Tanto la moha como el mijo comparten virtudes esenciales: ciclo corto, rusticidad, eficiencia hídrica y bajo requerimiento de insumos. Ambas especies pueden integrarse armónicamente en esquemas de rotación o cultivos de segunda, contribuyendo a la mejora estructural del suelo y a la estabilidad del sistema forrajero. Sin embargo, presentan diferencias operativas relevantes: la moha ofrece un rebrote más rápido y mayor calidad de forraje para rollos; el mijo, en cambio, aporta una alternativa de mayor flexibilidad y potencial granífero.
Desde el punto de vista económico, ambos cultivos representan inversiones de bajo costo inicial y rápido retorno. Su implantación, con insumos mínimos y mecanización simple, permite al productor reaccionar con agilidad frente a coyunturas adversas. En regiones como La Pampa, donde la precipitación anual media ronda los 500 mm, estos cereales menores son auténticos "seguros biológicos" ante los vaivenes climáticos.
En tiempos de inestabilidad climática y económica, la capacidad de adaptación es la forma más pura de inteligencia productiva. Mijo y moha son, en ese sentido, dos expresiones de resiliencia agronómica, que devuelven al productor pampeano la posibilidad de decidir con libertad sobre su recurso más escaso: el forraje.
En un país donde la ganadería pastoril sigue siendo columna vertebral de la economía regional, estas especies no deben verse como "cultivos menores", sino como grandes herramientas estratégicas. Son la respuesta técnica y económica más sensata frente a la incertidumbre. Y en esa respuesta, humilde, verde y silenciosa, se esconde una enseñanza profunda: la de volver a confiar en la biología, en la rusticidad de las gramíneas y en la capacidad del productor argentino de reinventarse, una vez más, con el sol, el agua y el pasto como sus mejores aliados.
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP