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EL DIARIO digital
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En el mapa agropecuario argentino, la lechería ha sabido ocupar un lugar que excede lo meramente productivo. Su importancia radica en la estabilidad que ofrece frente a los vaivenes climáticos, la capacidad de generar arraigo en las comunidades rurales y la potencia de valor agregado que impulsa, al demandar mano de obra, insumos industriales, alimentos balanceados y usinas lácteas que transforman la materia prima en una inmensa gama de productos. En este escenario, la provincia de La Pampa se perfila como un actor protagónico de la lechería del futuro, destinada a convertirse en una cuenca de clase mundial, sostenida por la expansión del maíz, el sorgo y la alfalfa.
La agricultura pampeana, de base cerealera y oleaginosa, está siempre expuesta al riesgo climático: sequías prolongadas, heladas tardías o lluvias excesivas pueden alterar de manera drástica los rendimientos. El tambo, en cambio, ofrece una resiliencia diferencial. Si bien también depende del agua y del forraje, su carácter diversificado en recursos y su flujo de ingresos mensuales lo convierten en una opción de alta estabilidad. Un productor que ordeña 200 vacas, con un promedio de 28 litros diarios por animal, puede alcanzar 5.600 litros por día, lo que equivale a más de 2 millones de litros por año, con ingresos que rivalizan con la rentabilidad agrícola y al mismo tiempo se sostienen de forma menos volátil.
En La Pampa, según datos del Ministerio de la Producción provincial, existen cerca de 250 tambos en actividad, con una producción anual estimada de 250 millones de litros de leche, cifra que representa alrededor del 3% de la lechería nacional. Si bien puede parecer modesto frente a Santa Fe o Córdoba, el potencial pampeano es notable: la disponibilidad de suelos, la expansión de cultivos forrajeros y la baja competencia por el uso urbano de la tierra le otorgan una ventaja estructural inigualable.
Cada tambo es mucho más que litros de leche. Es empleo directo e indirecto: tamberos medieros, veterinarios, nutricionistas, transportistas, mecánicos de equipos de ordeñe, usinas lácteas, fábricas de balanceados. Se estima que por cada millón de litros de leche producido al año se generan 10 puestos de trabajo directos y otros tantos indirectos. En una provincia como La Pampa, donde la migración rural-urbana ha sido un fenómeno constante, el tambo se convierte en un factor de arraigo, una actividad que sostiene familias en el campo y dinamiza pueblos enteros.
El agregado de valor es inmediato y tangible. Mientras que la agricultura entrega granos que en muchos casos se exportan como commodities sin procesamiento, la lechería multiplica su valor en cada litro. De un litro de leche pueden salir quesos, yogures, mantecas, leche en polvo o fórmulas infantiles. La cadena láctea argentina emplea a más de 45.000 personas de manera directa y exporta anualmente cerca de 800.000 toneladas de productos lácteos, con un valor superior a los 1.200 millones de dólares.
El desafío histórico de la lechería ha sido la calidad de vida del tambero, sobre todo del mediero, cuya rutina exige ordeñar dos veces al día, los 365 días del año. La introducción del tambo robótico está transformando radicalmente esta realidad. Estos sistemas, que ya funcionan en provincias vecinas y comienzan a instalarse en La Pampa, permiten que las vacas se ordeñen voluntariamente mediante robots que reconocen cada animal, registran datos productivos y sanitarios, y mejoran tanto la eficiencia como el bienestar.
Para el productor, significa flexibilidad horaria, mejor calidad de vida y mayor profesionalización de la gestión. Para el mediero, representa la posibilidad de escapar a la esclavitud del ordeñe diario y asumir un rol más técnico y digno. La robótica no solo es un salto tecnológico: es una herramienta de expansión del negocio, porque lo vuelve atractivo para nuevas generaciones de productores y profesionales que ven en la lechería una actividad moderna, dinámica y rentable.
La competitividad de la lechería pampeana también requiere repensar la base genética de los rodeos. El tradicional Holando Argentino, de gran porte, ofrece altos volúmenes de leche, pero presenta dificultades reproductivas y altos costos de mantenimiento. La cruza con Jersey surge como una alternativa estratégica: animales de menor frame (tamaño), más fáciles de preñar, más longevos y con una leche de mayor tenor graso y proteico. Esa calidad superior abre puertas a nichos de exportación como los quesos finos y la manteca premium, que encuentran mercados dispuestos a pagar más por materia prima de excelencia.
La experiencia internacional demuestra el poder transformador de la lechería. En Dinamarca, con apenas 5,9 millones de habitantes, se producen más de 5.500 millones de litros de leche al año, en una cadena altamente integrada que exporta el 70% de su producción. En Nueva Zelanda, país con una población equivalente a la de la provincia de Buenos Aires, la lechería representa más del 7% del PBI y es el motor de su balanza comercial, sin depender de subsidios masivos, sino de eficiencia, genética, forrajes de calidad y profesionalización.
La Pampa, con sus recursos forrajeros y su ubicación estratégica en el corazón del país, tiene condiciones objetivas para seguir ese camino. Allí donde prospera el maíz, el sorgo y la alfalfa, la vaca lechera encuentra el ecosistema ideal para producir leche de calidad, sin necesidad de recurrir a esquemas artificiales de sostenimiento.
La transformación lechera de La Pampa no es una utopía: es una oportunidad concreta. La provincia ya cuenta con suelos aptos, productores innovadores, disponibilidad de cultivos forrajeros y cercanía a mercados internos y puertos secos de exportación (zona franca). El agregado de robótica, genética y sistemas de manejo modernos puede multiplicar por dos o tres la producción actual en menos de una década.
Convertirse en una cuenca tambera de clase mundial significará no solo producir más litros, sino consolidar un entramado social y económico que combine rentabilidad con estabilidad, innovación con arraigo, valor agregado con empleo. Un negocio que, a diferencia de muchos otros, no necesita subsidios ni políticas artificiales, sino visión estratégica y confianza en la capacidad del productor.
El destino de La Pampa parece escrito en el libro de la tierra: allí donde el maíz, el sorgo y la alfalfa crecen con vigor, la vaca lechera puede reinar como emblema de productividad y resiliencia. Como en la mitología griega, donde Amaltea alimentó a Zeus con la leche de una cabra, sosteniendo al futuro dios del Olimpo, la lechería pampeana puede ser fuente de vida, de prosperidad y de grandeza para una provincia y un país que necesitan mirar hacia adelante con esperanza y audacia.
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP