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Maíz en La Pampa: fisiología y estrategiade supervivencia en el umbral del agua

Por Mariano Fava (*)

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EL DIARIO digital

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En los paisajes semiáridos de La Pampa, donde el horizonte se confunde con la línea de los vientos y la lluvia es más promesa que certeza, el maíz representa mucho más que un cultivo: es una apuesta a la vida. Su fisiología, profundamente adaptada a la luz y la temperatura, pero vulnerable al estrés hídrico, nos enseña que la producción en estos ambientes no depende solo del potencial genético, sino del arte de interpretar el entorno.

El ingeniero agrónomo que maneja maíz en esta región sabe que la clave no está en imponer tecnología sin medida, sino en ajustar los tiempos y densidades con el pulso del clima y el suelo.

Comprender la fisiología del maíz, su arquitectura, sus órganos, su ritmo vital, es el primer paso hacia una estrategia de manejo defensiva, pero eficiente. El ciclo del cultivo está dominado por tres variables ineludibles: temperatura, radiación y agua disponible. La elección de la fecha de siembra, por tanto, es una decisión fisiológica antes que logística.

Las siembras tempranas, típicas de fines de septiembre o inicios de octubre en el centro-norte pampeano, ofrecen alto potencial de rendimiento por mejor radiación durante floración y llenado, pero exponen al cultivo a heladas tardías, baja temperatura de suelo y presión de orugas cortadoras. En cambio, las siembras tardías de diciembre reducen el riesgo sanitario y mejoran la implantación, pero comprometen el llenado de granos, con temperaturas extremas, radiación decreciente hacia fines del verano y peligro de heladas tempranas.

En campañas con lluvias normales (450–500 mm anuales), los maíces sembrados en fecha temprana pueden alcanzar rendimientos de 7,5 a 8,5 toneladas por hectárea (Tn/ha), mientras que los tardíos rara vez superan las 6,0 Tn/ha en secano. Sin embargo, en años secos o con "Niña" moderada, la ventaja puede invertirse, y los maíces tardíos, al evitar el estrés hídrico de enero, logran una mayor estabilidad interanual.

El punto de partida del éxito en maíz se encuentra bajo tierra. La calidad fisiológica de la semilla, su vigor y el correcto tratamiento curasemilla son esenciales para enfrentar los primeros 15 días del ciclo, los más vulnerables. Una práctica frecuente, y equivocada, es sembrar más profundo para "asegurar arraigue". Las raíces seminales del maíz son temporales; el verdadero sistema radicular proviene de los nudos basales del tallo (raíces adventicias). Sembrar a más de 6 cm de profundidad puede reducir el stand final y el rendimiento en hasta 8%, debido al retraso en la emergencia y mayor exposición a patógenos del suelo.

La temperatura óptima para siembra se ubica entre 12 y 18 °C. Por debajo de ese umbral, la germinación se enlentece y aumenta la mortalidad de plántulas; por encima, la desecación de la capa superficial limita la emergencia. En ambientes semiáridos, donde las precipitaciones son erráticas y los perfiles no siempre se recargan completamente, conviene priorizar una siembra sobre humedad efectiva más que una fecha fija.

La uniformidad de distribución es la base del éxito en maíz. Dos plantas competidoras, demasiado próximas, generan abortos de espigas que no se compensan. La densidad óptima varía con el ambiente: mientras en zonas húmedas del este pampeano se apuntan a 60-70 mil plantas/ha, en La Pampa semiárida los valores defensivos rondan las 35–45 mil plantas/ha (o incluso menos), según el potencial hídrico y el híbrido utilizado.

La elección de híbridos flex, macolladores o prolíficos permite cierta plasticidad frente a densidades subóptimas, pero no corrigen excesos. En este sentido, ajustar correctamente la placa de siembra y mantener velocidades de 5–6 km/h es tan importante como la elección genética.

Las distancias entre surcos también inciden en el aprovechamiento del agua. Trabajos del INTA muestran que reducir el espaciamiento a 52 cm puede mejorar la intercepción de radiación en siembras tardías o en suelos con baja cobertura, aunque exige un consumo hídrico mayor. En esquemas defensivos, un equilibrio de 70 cm entre hileras suele ofrecer la mejor relación entre cobertura y demanda de agua.

El maíz requiere aproximadamente 550 mm de agua útil durante su ciclo completo, con un pico de demanda en floración que puede alcanzar 5–6 mm diarios. Si el perfil no contiene al menos 200 mm útiles antes de sembrar, el riesgo de estrés crítico durante floración es alto. El impacto del déficit hídrico es máximo cuando ocurre entre R1 (emisión de estigmas) y R3 (grano lechoso), donde se define el número de granos. Cada día de estrés severo en esa fase puede reducir el rinde potencial entre 3 y 5%.

Por ello, en manejo defensivo, la estrategia más eficiente es desplazar el período crítico fuera de enero, adelantando o retrasando la siembra según las lluvias de primavera. En años de "Niña", priorizar siembras de noviembre a inicios de diciembre permite que floración coincida con la segunda quincena de enero, cuando suelen presentarse las primeras tormentas de recuperación.

El maíz es altamente demandante de nutrientes: por cada tonelada de grano producida, extrae aproximadamente 20 kg de N y 4 kg de P. En suelos pampeanos de textura media, los análisis muestran niveles medios de fósforo (12–16 ppm) y nitrógeno potencial limitante en la mayoría de los perfiles.

Por lo tanto, un manejo defensivo no significa omitir fertilización, sino optimizarla. Aplicaciones modestas pero estratégicas, como 50–70 kg/ha de urea incorporada o 100 kg/ha de fosfato monoamónico a la siembra, garantizan un piso de rendimiento sostenible sin sobre invertir. Como advierte el INTA, "el ambiente fija el techo, pero el nutriente fija el piso".

El maíz 2025/26 se perfila como un cultivo de alto riesgo financiero. Los altos costos directos en esquemas completos, y el flete a puerto que puede absorber hasta el 25% del valor bruto producido. Con fertilizantes en precios relativos insumo/producto desventajoso y una perspectiva climática "Niña", la prudencia se impone. El manejo defensivo, con híbridos adaptados, densidades moderadas, fertilización racional y siembras ajustadas al perfil hídrico, se convierte en la opción más sensata para el oeste y centro pampeano.

En conclusión, el maíz, hijo del sol y de la tierra, enseña que la fisiología no es un dogma, sino una guía para convivir con la naturaleza. En La Pampa, sembrar maíz es un acto de fe racional: se mide con termómetro, pero se sostiene con esperanza. Y quizá convenga recordar las palabras del Popol Vuh, cuando los dioses modelaron al primer hombre con masa de maíz: "De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz fueron hechos sus brazos y sus piernas". Así, también el maíz pampeano, nacido del polvo y del agua, nos recuerda que el conocimiento sin humildad es estéril, y que cada semilla sembrada con sabiduría es una forma de honrar el equilibrio entre el hombre y la tierra.

(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP

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