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Sorgo granífero: la gramínea estratégica para la resiliencia productiva y la salud del suelo

Por Mariano Fava (*)

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EL DIARIO digital

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El sorgo granífero ha dejado de ser un cultivo alternativo para convertirse en un componente estratégico de los sistemas agrícolas de las regiones semiáridas y subhúmedas de Argentina. Lo que en un principio fue una decisión coyuntural, impulsada por problemas sanitarios que afectaron al maíz en campañas recientes, hoy se consolida como una tendencia de fondo: el sorgo ocupa un rol vital en la sustentabilidad productiva y la recuperación física del suelo.

Según estimaciones de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, el área sembrada con sorgo granífero en la campaña 2024/25 se ubicó en torno a 1 millón de hectáreas, con un crecimiento del 12 % respecto del ciclo previo. La expansión no responde solo a factores sanitarios, sino también a la conjunción de un precio internacional firme y a una renovada valoración del aporte que esta gramínea realiza a la sustentabilidad de los sistemas mixtos.

La ventaja competitiva del sorgo no radica únicamente en ser una alternativa al maíz cuando este enfrenta limitantes. Su fortaleza está en el equilibrio entre costos de implantación reducidos, rusticidad frente al estrés hídrico y aporte diferencial al suelo.

En ambientes restrictivos, donde el maíz difícilmente logra expresar más de 5.000 kg/ha, el sorgo sostiene rendimientos competitivos de 4.000 a 4.500 kg/ha con una inversión inicial hasta 40 % menor. Esto explica por qué cada vez más productores lo incluyen de manera planificada en la rotación y no como un "plan B".

Su sistema radical profundo y fibroso permite aprovechar mejor la humedad edáfica, mientras que su rastrojo, con una relación Carbono/Nitrógeno más alta y mayor contenido de lignina, contribuye a reducir la tasa de descomposición de la materia orgánica, generando un efecto positivo sobre la estructura y estabilidad física de los suelos.

Un dato elocuente es la eficiencia en el uso del agua: el sorgo requiere en promedio 2.200 litros para producir 1 kg de materia seca, frente a los 3.000 litros del maíz, los 4.000 litros del trigo y los más de 7.000 litros de la alfalfa. Esta diferencia convierte al sorgo en la gramínea estival más eficiente en contextos de déficit hídrico recurrente.

A su vez, en planteos mixtos, el sorgo aporta una doble utilidad:

-El grano puede incorporarse en la dieta de bovinos en recría y terminación, con muy buena conversión energética.

-El rastrojo puede destinarse a pastoreo directo, prolongando la oferta forrajera en meses críticos sin comprometer el balance de carbono del suelo.

El mercado actual ofrece un abanico de híbridos que responden a distintas estrategias productivas:

-Ciclos cortos, intermedios y largos (60 a 75 días a floración).

-Híbridos con alto o bajo contenido de taninos, según destino forrajero o consumo humano.

-Sorgos blancos, con creciente demanda para la elaboración de harinas libres de gluten.

-Híbridos resistentes a herbicidas imidazolinonas, que mejoran el control de malezas en lotes complejos.

Además, la tecnología de antídotos en semillas permite el uso de cloroacetamidas en preemergencia, ampliando el espectro de control sin comprometer la implantación. Este salto técnico posiciona al sorgo en un nivel de competitividad comparable al maíz, con la ventaja de su rusticidad natural.

Los dos momentos críticos del cultivo siguen siendo la emergencia y la floración:

-La siembra debe realizarse con suelos a 18 °C, a profundidades de 2,5 cm en suelos pesados y hasta 4 cm en suelos arenosos.

-La floración, que dura entre 4 y 10 días, es extremadamente sensible a temperaturas superiores a 40 °C y a la falta de agua, pudiendo provocar esterilidad parcial o total.

En cuanto a densidad, se recomienda establecer entre 80.000 y 140.000 plantas/ha, ajustando según ciclo del híbrido y ambiente. Para lograrlo es indispensable determinar la eficiencia de siembra (el porcentaje de semillas perdidas que no llegan a dar un individuo). El distanciamiento entre hileras puede ser de 35 a 70 cm, priorizando la menor separación en fechas tardías para acelerar el cierre del entresurco.

En nutrición, el sorgo extrae alrededor de 22 kg de nitrógeno por tonelada de grano, similar al maíz, por lo que requiere una fertilización ajustada a análisis de suelo para expresar su potencial. Ignorar esta demanda conduce a rendimientos mediocres y a una falsa percepción de "cultivo rústico que no necesita nada".

La inclusión del sorgo granífero no debería considerarse un retroceso tecnológico, sino una relectura inteligente de sistemas agrícolas diversificados y defensivos. Volver a viejas prácticas no significa atraso: hoy, en pleno siglo XXI, recuperar gramíneas que fortalecen la base física y biológica del suelo es, paradójicamente, una innovación estratégica.

En conclusión, el sorgo granífero ya no es un cultivo de segunda línea: es el eslabón que permite sostener la rentabilidad en ambientes restrictivos, mejorar la eficiencia en el uso del agua y recomponer la estructura de los suelos agrícolas.

En un escenario de creciente presión sobre los recursos naturales, apostar por el sorgo no es una concesión coyuntural, sino una estrategia de resiliencia a largo plazo.

Como sentenció Hipócrates, "la fuerza de la naturaleza está en aquello que perdura". Y en la naturaleza de nuestros suelos pampeanos, el sorgo ha demostrado ser el aliado indispensable. El sorgo no es solo un cultivo: es el guardián de la salud física del suelo.

(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP

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