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EL DIARIO digital
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La evolución reciente del agro argentino muestra con claridad que el dilema entre agricultura y ganadería no es un juego de suma cero, sino un proceso de integración estratégica que hoy se afianza con mayor solidez que nunca. Durante los últimos 15 años, la agricultura expansiva, apoyada en la siembra directa, la adopción masiva de cultivos transgénicos, la fertilización balanceada y la mecanización de alta precisión, impulsó un crecimiento del 40% en la superficie destinada a granos. Esta transformación generó, en apariencia, un desplazamiento de la ganadería hacia zonas agroclimáticamente más marginales.
Sin embargo, si ampliamos la mirada, el panorama es diferente: lejos de ser víctima, la ganadería encontró en la renta agrícola un motor financiero que permitió modernizar sus procesos, intensificar su productividad y reconfigurar su rol dentro del sistema agropecuario argentino.
Hoy, la ganadería bovina atraviesa un ciclo excepcionalmente favorable. Los precios en todas sus categorías muestran una firmeza notable, el ternero de invernada se mantiene en niveles récord en pesos constantes, y la relación de valores relativos frente al dólar, el gasoil y los granos presenta la mayor ventaja para la hacienda en pie de las últimas dos décadas.
La ecuación es contundente: mientras la agricultura enfrenta la presión de costos crecientes en insumos y logística, la ganadería capitaliza un escenario donde el valor real de la carne acompaña la inflación, el tipo de cambio y los commodities internacionales, otorgándole competitividad tanto en el mercado interno como en la exportación.
El empresario agrícola, habituado a incorporar innovación, trasladó su bagaje de conocimientos a la ganadería. Gracias a la renta generada por la agricultura continua, se invirtió en mejoras estructurales que transformaron la cría y la invernada en sistemas más eficientes. Así, en zonas históricamente relegadas a la cría, se introdujeron modelos de recría e invernada intensiva, mientras que los campos de cría exclusiva elevaron significativamente su receptividad.
Las tecnologías adoptadas son, en gran medida, adaptaciones de la lógica agrícola:
- Silajes de maíz y sorgo de alta calidad, basados en la correcta implantación de cultivos.
- Rejuvenecimiento de pasturas mediante siembra directa y control químico estratégico.
- Siembras aéreas de verdeos de invierno (avena, ryegrass), que complementan dietas energéticas con proteína de alta calidad.
- Destete precoz e hiperprecoz, que elevan tasas de preñez y permiten mayor carga animal.
- Encierres a corral (feedlots) y suplementación estratégica.
- Genética forrajera y animal de elite, que optimizan la eficiencia de conversión.
Cada una de estas prácticas, cuando es gestionada con conocimiento técnico, contribuye a una ganadería resiliente y rentable, incluso en ambientes marginales.
Es cierto que el stock bovino nacional se mantiene estable desde hace más de una década en torno a los 5354 millones de cabezas. Este estancamiento suele interpretarse como una "falta de crecimiento". No obstante, si se considera que gran parte de ese rodeo fue desplazado desde la zona núcleo, con oferta forrajera excepcional, hacia campos de menor productividad, mantener el stock implica en sí mismo un logro de eficiencia sistémica.
En paralelo, la producción de granos creció hasta alcanzar las 150 millones de toneladas anuales. Esta disponibilidad de granos genera oportunidades de valor agregado en origen mediante su transformación en leche, carne bovina, porcina y aviar, especialmente en provincias alejadas de los puertos, donde el costo de la logística exportadora erosiona la rentabilidad agrícola.
La articulación agrícolaganadera se proyecta como la estrategia más racional para capitalizar el potencial productivo argentino. Mientras los granos son un commodity sujeto a volatilidad internacional, la carne y la leche, agregan valor económico, empleo y arraigo territorial.
En este sentido, los sistemas integrados, maíz/sorgo para silaje, suplementación estratégica y terminación a corral, permiten transformar proteína vegetal en proteína animal con alta eficiencia biológica, económica y ambiental.
El principal obstáculo para un crecimiento sostenido de la ganadería no es técnico, sino institucional. La falta de reglas de juego estables a mediano y largo plazo condiciona las inversiones en sistemas intensivos que requieren capital elevado y repagos largos. La experiencia argentina demuestra que el potencial de la ganadería surge con fuerza en ciclos de estabilidad y se retrae en escenarios de incertidumbre fiscal y regulatoria.
En conclusión, la fotografía actual es clara: la ganadería argentina ya no es la misma. Integrada con la agricultura, tecnificada y financieramente más sólida, encuentra en el presente contexto de precios una oportunidad histórica para consolidar su rol estratégico en el agro nacional.
El tándem agrícolaganadero no solo representa una sinergia productiva, sino un modelo de desarrollo territorial inclusivo, capaz de generar empleo, arraigo y divisas. La agricultura aportó la renta y la tecnología; la ganadería aportará el valor agregado y la sustentabilidad.
El desafío no es si la ganadería crecerá, sino cuánto y qué tan rápido lo hará. Y esa respuesta dependerá de que el Estado ofrezca un marco de previsibilidad que permita al productor argentino, ese actor resiliente e innovador, desplegar todo su potencial.
En definitiva, la carne argentina no solo es un producto; es una marca país, una herramienta de competitividad global y un símbolo de eficiencia en la integración agrícolaganadera. El futuro no está en elegir entre grano o carne: el futuro está en saber transformar grano en carne, y carne en desarrollo sostenible.
Mariano Fava- Ingeniero Agrónomo
(MP: 607 CIALP)
Posgrado en Agronegocios y Alimentos
@MARIANOFAVALP