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Suelos en riesgo: el declive del maíz comocobertura y la oportunidad del sorgo granífero

Por Mariano Fava (*)

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EL DIARIO digital

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En el corazón productivo de la Argentina, la fertilidad del suelo ha sido tradicionalmente el pilar silencioso del crecimiento agrícola. Sin embargo, la intensificación de la producción y el avance de esquemas de agricultura continua han puesto en jaque el equilibrio natural del agroecosistema. Frente a este desafío, el manejo inteligente de los rastrojos emerge como una de las herramientas más efectivas y al mismo tiempo más subestimadas para garantizar la sustentabilidad física, química y biológica del suelo.

Los rastrojos, residuos de las plantas que permanecen en el lote luego de la cosecha, no son desperdicios, sino activos estratégicos. Constituyen la primera línea de defensa contra la erosión, la principal fuente de carbono joven para la regeneración de materia orgánica, y una herramienta clave para regular el uso del agua, la temperatura superficial, la actividad biológica y la dinámica de nutrientes.

En su descomposición progresiva, los residuos vegetales aportan carbono orgánico, estimulan la actividad microbiana y mejoran propiedades físicas como la estructura y la porosidad del suelo. Estudios del INTA han demostrado que la mantención de una cobertura vegetal permanente puede reducir la erosión hídrica hasta en un 95% y aumentar la infiltración del agua en más del 30% respecto a un suelo desnudo.

Además, los rastrojos actúan como moderadores térmicos, reduciendo las oscilaciones de temperatura superficial, protegiendo los microorganismos y conservando la humedad durante períodos críticos.

La materia orgánica que se forma a partir de la descomposición de los residuos vegetales no sólo aporta nutrientes (nitrógeno, fósforo, azufre), sino que aumenta la capacidad de intercambio catiónico (CIC) y mejora la retención de agua útil, factores fundamentales en ambientes semiáridos como la región pampeana occidental.

Dentro de las especies cultivadas, las gramíneas son las que mayor aporte de biomasa aérea y subterránea ofrecen. Aquí es fundamental distinguir entre dos grandes grupos:

Coberturas finas

-Ventajas: rápida emergencia, buena cobertura temprana, raíces fasciculadas que estabilizan las capas superficiales, aportan carbono fácilmente degradable, permiten rotaciones con leguminosas o cultivos de verano.

-Desventajas: bajo volumen de rastrojo en años secos o cuando se cosechan, menor persistencia del residuo.

Estas coberturas son clave en sistemas mixtos, ya que permiten intercalar agricultura con pasturas, y en años secos garantizan al menos una cobertura temporal para proteger el suelo.

Coberturas gruesas

-Ventajas: alto volumen de biomasa, mayor relación Carbono/Nitrógeno, persistencia en el suelo, mejor control de malezas, potente desarrollo radicular (especialmente el sorgo).

-Desventajas: requieren más agua para producir rastrojo, pueden interferir en la siembra de cultivos siguientes si no se manejan adecuadamente.

En sistemas de agricultura continua, el uso de coberturas gruesas es fundamental para reconstituir los niveles de carbono orgánico y sostener la estructura del suelo.

Tan importante como el rastrojo superficial es el trabajo que ocurre debajo del suelo. El sistema radicular de las plantas actúa como un cincel biológico, abriendo poros, mejorando la aireación e incrementando el espacio poroso para el desarrollo de raíces posteriores.

-Raíces fasciculadas o en cabellera (como las de trigo, avena, cebada, festuca o pasto llorón): forman una red densa en los primeros centímetros, estabilizan el suelo, estimulan la microbiota superficial y favorecen el reciclaje de nutrientes.

-Raíces pivotantes (como las de la soja, alfalfa o girasol): penetran más profundo, aumentan la porosidad, facilitan el intercambio gaseoso y mejoran el desarrollo de cultivos posteriores en condiciones de compactación.

La colonización permanente de raíces, como ocurre en las praderas perennes, representa el máximo exponente de este beneficio: aportan carbono al suelo en forma constante, mantienen el ecosistema vivo todo el año y generan una mejora estructural de largo plazo.

Históricamente, el maíz fue la gramínea anual de mayor impacto positivo en la regeneración de la cobertura y el aporte de carbono. Sin embargo, su forma de producción ha cambiado.

En ambientes marginales, justamente donde más se necesita la materia orgánica, se siembran maíces ralos, con menor densidad de plantas y híbridos modernos de menor biomasa, debido al mayor índice de cosecha. El resultado es una menor cobertura residual, tanto en volumen como en duración.

-Estudios muestran que mientras en 1990 un lote de maíz podía dejar entre 9 y 12 t/ha de rastrojo, hoy, en años secos y con híbridos modernos, apenas se alcanzan 5 o 6 t/ha.

-Además, en sistemas mixtos, el rastrojo es consumido por el ganado, y lo que queda es susceptible de ser volado por el viento en suelos sueltos y secos. Así, el aporte de carbono se evapora, literalmente.

Frente a esta realidad, el sorgo granífero emerge como una herramienta estratégica. Con una relación Carbono/Nitrógeno más alta que el maíz y alto contenido de lignina, su rastrojo persiste más tiempo en el suelo, protegiéndolo hasta bien entrado el invierno siguiente.

Además, su sistema radicular profundo y vigoroso lo convierte en una verdadera fábrica de poros y materia orgánica, ideal para recomponer suelos degradados o para intercalar en rotaciones que han perdido cobertura.

En zonas de escasa lluvia, el sorgo no solo compite en rendimiento con el maíz, sino que lo supera en términos de aporte ecológico al suelo.

Recomendaciones

1.Alternancia de coberturas finas y gruesas: combinar trigo o avena como cobertura invernal con sorgo o maíz como cobertura estival.

2.Preservar rastrojos del pastoreo completo: permitir el consumo parcial por el ganado, pero mantener al menos un 50% del volumen como cobertura permanente.

3.Incorporar leguminosas en la rotación: además de fijar nitrógeno, aportan raíces de arquitectura diferente, sumando biodiversidad al perfil del suelo.

4.Evaluar secuestro de carbono y cobertura con imágenes satelitales o monitoreos locales, para ajustar el sistema con base objetiva.

En conclusión: sin rastrojo, no hay suelo; sin suelo, no hay futuro. El suelo es la fábrica donde se produce todo. Su deterioro es lento, silencioso e invisible… hasta que es tarde. Y en ese proceso de degradación, el abandono del manejo inteligente de los rastrojos es uno de los errores más graves y comunes de la agricultura moderna.

No es cuestión de nostalgias: el maíz ya no es el que era, y lo que hoy se siembra, en muchas zonas, no deja legado en el suelo. Necesitamos pensar las rotaciones, combinar especies y planificar no solo la cosecha de granos, sino también la cosecha de fertilidad que cada cultivo puede dejar bajo tierra.

La Pampa argentina, con su clima semiárido y sus suelos frágiles, no se puede dar el lujo de perder más carbono. El camino es claro: más raíces, más rastrojos, más cobertura, más suelo. Y como dice el viejo axioma agronómico: "el mejor cultivo es el que deja el campo mejor que como lo encontró". Que esa sea la vara con la que midamos la agricultura del futuro.

(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP

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