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Alfalfa: el "lado oscuro" de su modelo de explotación industrial

Por Mariano Fava (*)

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EL DIARIO digital

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La alfalfa (Medicago sativa) ocupa un rol central en los sistemas productivos mixtos de la República Argentina. Su capacidad para sostener una elevada producción de biomasa, su aporte nutricional para rumiantes y su potencial como recuperadora de suelos la colocan en la cúspide de las especies forrajeras perennes utilizadas tanto en ganadería de carne como de leche. 

Sin embargo, en un contexto de creciente industrialización de la cadena forrajera, emergen interrogantes acerca de la sustentabilidad de ciertos modelos de manejo que, lejos de aportar al equilibrio agroecológico, podrían representar una amenaza para la integridad de los suelos pampeanos, en particular los de regiones semiáridas como el oeste de Buenos Aires, Córdoba, San Luis y La Pampa.

La ganadería nacional encuentra en la alfalfa una aliada estratégica. Su valor nutritivo, superior a 18% de proteína bruta en estados vegetativos tempranos, con alta digestibilidad y contenido energético, la convierte en un insumo insustituible para planteos de alta eficiencia en carne y leche. En tambos, permite sostener altas cargas sin necesidad de recurrir a dietas excesivamente concentradas, mientras que, en sistemas de invernada o cría intensiva, su utilización en pastoreo directo o como reserva (heno, silo o expeler) impacta positivamente en los índices de conversión.

A nivel nacional, se estima una superficie implantada cercana a los 3,4 millones de hectáreas (INTA, 2024), con una alta concentración en regiones de siembra otoñal-primaveral de clima templado semiárido y templado subhúmedo. La alfalfa no solo es un recurso forrajero: es una herramienta estratégica dentro de las rotaciones mixtas, aportando descanso y recuperación a suelos extenuados.

Una de las virtudes más sobresalientes de la alfalfa es su simbiosis con bacterias del género Rhizobium, capaces de fijar nitrógeno atmosférico. Se estima que una hectárea bien nodulada de alfalfa puede incorporar entre 150 y 300 kg de N/ha/año, reduciendo la dependencia de fertilizantes nitrogenados sintéticos, con el consecuente ahorro económico y beneficio ambiental.

Además, su sistema radicular pivotante, profundo, agresivo y duradero, mejora la porosidad del suelo, rompe capas compactadas y favorece la infiltración de agua. Su presencia en la matriz de rotación permite recuperar parámetros físicos, químicos y biológicos deteriorados. Por todo esto, la alfalfa es capaz de contribuir tanto al balance de nutrientes como a la resiliencia de los agroecosistemas.

En la última década, la alfalfa ha trascendido su rol como forrajera doméstica para consolidarse como un producto de exportación. Argentina no solo consume lo que produce: también exporta genética (semillas y cultivares adaptados), tecnología de henificación y forraje procesado.

Según datos del Ministerio de Agricultura y Cancillería, en 2023 se exportaron aproximadamente 90.000 toneladas de alfalfa procesada (rollos, pellets y expeler), por un valor cercano a los USD 45 millones, con destino a mercados como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, China y Chile. Este comercio representa una oportunidad para agregar valor en origen, generar empleo rural y diversificar las economías regionales.

El desarrollo del expeler de alfalfa como subproducto proteico, con 25 a 30% de PB, alta digestibilidad y excelente perfil de aminoácidos, está siendo promovido como insumo para dietas de alto rendimiento, no solo en rumiantes, sino también en monogástricos y mascotas, ampliando el espectro comercial.

A nivel científico, Argentina lidera ensayos de mejora genética, con programas de selección por persistencia, resistencia a plagas, adaptación a salinidad y sequía, con epicentros en INTA Manfredi, INTA Anguil y convenios con universidades públicas.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. El modelo intensivo de alfalfa industrial destinada exclusivamente a henificación y exportación, con múltiples cortes por año, extracción completa del forraje y ausencia de pastoreo, plantea serios riesgos para la sustentabilidad del suelo.

Cuando se retira todo el material vegetal del sistema, el campo pierde el circuito natural de reciclado de nutrientes. En el pastoreo, los animales devuelven al suelo una parte significativa de los nutrientes a través de heces y orina. También hay una porción de forraje que, al no ser ingerido, queda como cobertura o se incorpora como materia orgánica joven. Estos procesos no ocurren en los esquemas de corte y extracción total.

El resultado es un desbalance progresivo de macronutrientes y micronutrientes, una pérdida de materia orgánica activa y una degradación de las propiedades físicas del suelo: disminución de la infiltración, compactación, erosión eólica y reducción de la actividad biológica.

Estudios de INTA Castelar han demostrado que campos sometidos a cuatro cortes anuales de alfalfa sin reposición ni pastoreo presentan, al cabo de cinco años, una caída del pH del suelo superior a 0,4 unidades, reducción del 20% en la C.I.C. (capacidad de intercambio catiónico) y disminución de hasta 35% del carbono lábil del suelo.

Manejo racional: hacia una alfalfa sustentable en zonas semiáridas

En ambientes como la pampa semiárida, donde el recurso agua es escaso y la resiliencia del suelo limitada, el manejo de la alfalfa debe ser cuidadosamente planificado. Algunas recomendaciones clave:

-Alternancia entre cortes y pastoreos: Alternar lotes destinados a henificación con otros utilizados para pastoreo directo, permitiendo el reciclado de nutrientes y la incorporación de material orgánico.

-Reposición estratégica de nutrientes: Basarse en análisis de suelo para reponer fósforo, azufre, calcio, boro y otros nutrientes extraídos. 

-Implantación con cultivos acompañantes: Sembrar alfalfa con gramíneas templadas (avena, cebadilla) en los primeros años para mejorar la cobertura del suelo y diversificar el aporte radicular.

-Rotación temporal: No extender la vida útil del alfalfar más allá de su pico de productividad (4-5 años en condiciones semiáridas), y planificar una rotación que contemple cultivos de cobertura y períodos de descanso.

En conclusión, la alfalfa argentina es un verdadero activo estratégico, tanto por su valor productivo como por su impacto positivo sobre el suelo y la sustentabilidad ganadera. Pero su industrialización sin el manejo adecuado puede convertirla en una amenaza silenciosa. El desafío está en equilibrar productividad con regeneración. La ciencia y el manejo agronómico deben ser las guías para una alfalfa que no solo alimente vacas, sino también territorios.

(*) Ingeniero Agrónomo  (MP: 607 CIALP) - Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP

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