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¿"Homeopatía agrícola" o "nuevo recurso" en terapéutica vegetal?

Por Mariano Fava (*)

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EL DIARIO digital

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La discusión en torno a los productos biológicos, bioestimulantes, microorganismos benéficos y extractos naturales ha cobrado una notoriedad cada vez mayor en los foros técnicos y productivos de la agricultura contemporánea. Sin embargo, resulta imperioso analizar críticamente su verdadera magnitud y posibilidades de integración al manejo agronómico, evitando caer en analogías facilistas o aproximaciones que no guardan relación con la ciencia agronómica. La referencia a la homeopatía, una práctica alternativa que surgió a finales del siglo XVIII de la mano del médico alemán Samuel Hahnemann y que sostiene la idea de "lo similar cura lo similar" (similia similibus curentur), es un ejemplo de comparación que, aunque ilustrativa desde el punto de vista retórico, merece un abordaje técnico riguroso para evitar confusiones conceptuales y operativas.

La agricultura moderna se funda en el conocimiento científico, la experimentación controlada y la medición cuantitativa de resultados. Esta diferencia fundamental debe remarcarse: la sustitución de agroquímicos de síntesis, insumos con respaldo científico, metodologías de formulación controladas y resultados comprobables en diversas escalas de validación, por bioproductos cuyo efecto aún no alcanza niveles equivalentes de consistencia y predictibilidad, no representa un avance técnico en sí mismo, sino un retroceso que puede poner en jaque la seguridad alimentaria y la competitividad productiva.

El desarrollo de los bioproductos se basa en principios biológicos concretos: la inducción de mecanismos de defensa vegetal (elicitores), la interacción con microbiomas edáficos (biofertilizantes, inoculantes) y la modulación fisiológica de las plantas (bioestimulantes). Estos procesos tienen fundamentos fisiológicos y ecológicos válidos, pero su efectividad |y confiabilidad como herramientas para el manejo integral de plagas, enfermedades y malezas distan aún de ser equivalentes a la que ostentan los productos fitosanitarios convencionales.

La clave para evaluar la verdadera dimensión de los bioproductos radica en la evidencia científica obtenida bajo metodologías rigurosas de investigación: ensayos a campo en diversas regiones agroecológicas, estudios de compatibilidad con otros insumos y determinaciones de impacto agronómico y económico. Lamentablemente, gran parte de los datos difundidos a nivel comercial carecen de la reproducibilidad. Esto genera el riesgo de que se confunda la legítima búsqueda de prácticas más sostenibles con propuestas sin rigor, motivadas por intereses comerciales o ideológicos antes que por resultados comprobados.

Desde la perspectiva de la fisiología vegetal, los bioestimulantes y microorganismos benéficos presentan efectos interesantes en cuanto a la promoción de la actividad enzimática, la mejora de la absorción de nutrientes y la estimulación de ciertos mecanismos de defensa en la planta. Sin embargo, estos efectos suelen depender de múltiples factores de interacción: la variedad vegetal, las condiciones edáficas, la compatibilidad con prácticas agronómicas y la disponibilidad de nutrientes. Su desempeño es, por ende, más variable y menos predecible que el de un herbicida, un fungicida o un insecticida de síntesis, donde los modos de acción están claramente definidos y los rangos de eficacia han sido delimitados en forma exhaustiva.

En este contexto, es fundamental salvaguardar la libertad técnica de quienes deseen integrar estos productos biológicos como un complemento dentro de un sistema de manejo integrado de cultivos. Su inclusión puede aportar beneficios adicionales, particularmente en lo que respecta a la sanidad del suelo y la resiliencia de los cultivos, pero bajo ningún concepto deben imponerse normativamente como sustitutos de la protección fitosanitaria tradicional, ya que ello implicaría hipotecar la estabilidad y productividad del sistema agrícola en su conjunto.

Las motivaciones que impulsan a empresas agropecuarias y startups biotecnológicas a explorar este segmento son diversas. Por un lado, existe una legítima búsqueda de diferenciación y sostenibilidad, que responde a las demandas de consumidores y mercados. Por otro, hay un factor estratégico: la posibilidad de captar fondos de inversión ávidos de tecnologías emergentes, aun cuando su eficacia final sea incierta. También persiste el interés por proyectar una imagen de "innovación verde", que no siempre guarda correspondencia con la solidez técnica real de los productos propuestos.

A nivel comercial, la realidad es que el 90% del mercado de bioinsumos en la agricultura extensiva se concentra en inoculantes de rizobios para leguminosas, cuyo efecto positivo en la fijación biológica de nitrógeno es incuestionable y ampliamente validado. Fuera de este rubro, la adopción de otros bioproductos sigue siendo marginal y carece de la consistencia necesaria para reemplazar de manera significativa a los fitosanitarios tradicionales.

En síntesis, el verdadero desafío no consiste en negar el potencial de los bioproductos, sino en que sean evaluados con el mismo rigor metodológico que cualquier otro insumo agrícola. No hay lugar para dogmatismos ni para la imposición de modelos productivos que desconozcan las exigencias reales de los cultivos y las necesidades alimentarias globales. La investigación, la transparencia de los datos y la flexibilidad técnica deben ser los pilares que guíen la adopción o el rechazo de cada propuesta, sin caer en la tentación de reemplazar ciencia por marketing.

El surgimiento de los bioproductos agrícolas representa, en definitiva, un componente complementario dentro de la terapéutica vegetal moderna. Su incorporación debe hacerse con cautela y objetividad, como parte de un sistema integral que priorice la sustentabilidad, pero sin renunciar a la efectividad comprobada de los agroinsumos convencionales. Solo así podremos evitar convertir la bioagricultura en una "homeopatía verde" y asegurar, al mismo tiempo, la competitividad, la rentabilidad y la resiliencia de nuestros sistemas productivos.

(*) Ingeniero Agrónomo  (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP

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