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EL DIARIO digital
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La agricultura argentina atraviesa una de las coyunturas más delicadas de las últimas décadas, y La Pampa, con su complejidad productiva y climática, no escapa a esta realidad. En el epicentro de esta tensión se encuentra el cultivo de trigo, históricamente considerado una pieza estratégica en las rotaciones pampeanas y una fuente clave de ingreso en la campaña fina. Sin embargo, hoy la ecuación económica de este cereal está siendo duramente golpeada por un conjunto de factores que erosionan de forma simultánea los márgenes del productor.
La carga tributaria sobre el trigo en la Argentina, representada en primer lugar por los Derechos de Exportación (DEX) del 9,5%, actúa como un recorte directo sobre el precio que percibe el productor. A ello se suma la actual apreciación del peso, con una baja del tipo de cambio real, que limita aún más la capacidad de compra de los ingresos en moneda dura. En un contexto inflacionario, con costos crecientes en pesos mano de obra, repuestos, reparaciones, servicios contratados y fletes internos, el negocio se afina peligrosamente.
Bajo estas condiciones, producir trigo en campo propio apenas alcanza a dejar un margen positivo a rinde históricos. Ya no hay espacio para errores técnicos ni productivos: la eficiencia agronómica y financiera debe ser absoluta. Se requiere de una planificación minuciosa, monitoreo constante, decisiones quirúrgicas en cuanto a insumos, y una logística aceitada para minimizar costos de cosecha y comercialización.
El panorama en campo arrendado es decididamente inviable. Con precios de alquiler que se pactaron en base a expectativas que hoy resultan inalcanzables, y sin mecanismos de ajuste automáticos, el productor asume todo el riesgo y cosecha pérdidas. El costo fijo del alquiler absorbe cualquier resultado positivo que pudiera esperarse.
Existen, por supuesto, situaciones intermedias: esquemas mixtos con parte del establecimiento en campo propio y parte alquilado. En estos casos, la estrategia pasa por balancear los cultivos y asignar los mayores márgenes esperados a las parcelas más costosas, tratando de transferir eficiencia desde el campo propio al arrendado. Pero aun así, el margen global del sistema es muy ajustado.
En este contexto, la esperanza de salvar el resultado económico de la campaña reside en los cultivos de segunda. La soja y el maíz implantados luego del trigo se transforman en los únicos cultivos con chances de dejar un saldo positivo. Pero esa posibilidad está condicionada a una campaña climática generosa. En regiones semiáridas como buena parte del territorio pampeano, una primavera/verano con escasa humedad, con una mala distribución de las lluvias o con heladas tempranas, puede poner en jaque el rendimiento y, con ello, la rentabilidad esperada.
Esto obliga al productor a asumir riesgos productivos considerables, que muchas veces no cuentan con cobertura adecuada ni en seguros ni en financiamiento. En este escenario, la eficiencia técnica debe estar acompañada por un ajuste en la escala, la estructura de costos, y la diversificación del sistema.
La respuesta racional ante esta adversidad es la misma que adoptan las empresas ante una caída de ingresos y una suba de costos: achicarse para resistir. Redimensionar la superficie sembrada, tercerizar algunas labores, prescindir de ciertos servicios, alargar la vida útil de los equipos, renegociar alquileres. Todo suma a la hora de sostener la estructura productiva sin entrar en déficit. Pero también implica un riesgo: en el mediano plazo, la pérdida de escala puede traducirse en menor competitividad estructural.
Por eso, parte de la estrategia de redimensionamiento pasa por buscar alternativas que permitan mantener el capital operativo en movimiento sin comprometer el flujo de fondos. En este punto, la ganadería emerge como una opción complementaria que puede aportar estabilidad, diversificación y uso eficiente de recursos ociosos, como los rastrojos, pasturas degradadas o lotes de bajo potencial agrícola.
Frente a una relación desfavorable entre el precio del grano y el precio de la hacienda, muchos productores descartan ingresar en ganadería por la vía tradicional de compra de vientres o terneros, por el alto costo de entrada. Sin embargo, existen alternativas. Una de ellas es la capitalización ganadera: acuerdos con terceros propietarios de hacienda mediante los cuales se engordan animales en campo propio a cambio de una participación en los kilos producidos.
Esta modalidad permite incorporar una actividad ganadera sin realizar grandes inversiones iniciales, aprovechando infraestructura existente, y generando un flujo de ingresos más estable. Además, en contextos de alta incertidumbre climática, la presencia de animales en sistemas pastoriles puede amortiguar los impactos de un mal año agrícola y mejorar la salud financiera del sistema.
El contexto actual demanda no sólo una agricultura de precisión desde el punto de vista agronómico, sino también una precisión quirúrgica en la gestión económica y financiera. Analizar lote por lote, cultivo por cultivo, evaluar cada peso invertido en función de su retorno potencial. Utilizar herramientas de gestión, presupuestación, monitoreo de márgenes brutos y netos, y simulación de escenarios climáticos y comerciales.
En resumen, la lógica del "produzco y después veo" ya no tiene cabida. En el escenario actual, producir sin plan es producir a pérdida. La agricultura en La Pampa enfrenta una encrucijada. El trigo, otrora símbolo de estabilidad y base del sistema, se encuentra hoy cercado por un esquema tributario injusto, un tipo de cambio desfavorable y un aumento generalizado de costos. El productor, lejos de rendirse, adapta su estrategia, busca alternativas, se achica para subsistir y diversifica para no desaparecer.
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP