Opinion

Proyecto colectivo y sentido común vs. la ideología del control remoto

Las elecciones ponen en debate modelos diferenciados, en algún punto hasta antagónicos. El oficialismo provincial con eje en el peronismo insiste en un Estado presente y eficiente. La opción libertaria llama "soviético" al sistema democrático provincial basado en el voto popular y en la ley, mientras desea que la mafia reemplace al Estado. 

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EL DIARIO digital

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Una de cal...

Las elecciones legislativas del próximo 26 de octubre vuelven a colocar en el centro una discusión que atraviesa la historia pampeana: la defensa o no de los intereses provinciales y el papel que debe tener el Estado en esa tarea.

No es casual que el oficialismo, con raíz en el peronismo, haya elegido llamar a su lista Defendemos La Pampa, haciendo foco en una de las dimensiones principales, aunque no la única, de lo que estará en juego el próximo domingo.

En los últimos días, y por señalar solo algunos ejemplos, la inauguración de un hospital en General Pico, la inminente llegada de energía eléctrica a un nuevo barrio popular de Santa Rosa, la jerarquización de la Educación Sexual Integral en el oeste y la presentación de un plan quinquenal de Desarrollo son gestos que apuntan a ese horizonte de inclusión y planificación.

Esa orientación no niega los errores –que a veces pueden ser groseros- ni las contradicciones en ocasiones evidentes no solo de una gestión que, como toda, debe revisar prácticas y prioridades, sino posiblemente de toda la historia de gobernación del PJ pampeano.

Pero una parte del debate de fondo es si la relación entre ciudadanía y Estado merece ser destruida, como plantea otra opción política en boga, o por el contrario, afinada y modernizada.

El PJ y los gobiernos peronistas tienen cuentas pendientes con la sociedad a la que representan: esas demandas se escuchan en conversaciones cotidianas y asomaron como tirones de orejas en las últimas elecciones, donde resonaron reclamos de mayor participación, transparencia o que el funcionariaje sintonice con la vida cotidiana de las personas comunes.

Las autoridades y sus equipos tienen la posibilidad de escuchar esos planteos, haciendo autocríticas que no necesariamente deben ser un show, motorizando debates incluso internos, facilitando la posibilidad de que otras voces sean atendidas.

Con eso y la contradicción prioritaria en el radar, la cuestión de fondo es que la presencia estatal no es un capricho ideológico: es la condición para equilibrar desigualdades y sostener un entramado social que no se rige por la lógica del descarte.

La supuesta deidad del mercado ya se sabe qué resultados tiene, porque la receta agitada ahora como si fuera un descubrimiento nada tiene en realidad de novedosa.

Por otro lado, en el caso de La Pampa, los propios informes de organizaciones internacionales que manejan con seriedad estadísticas y conceptos desmienten la idea de que el sector público ahoga el empleo privado; más bien, lo dinamiza cuando hay políticas de inversión y acompañamiento productivo.

En ese sentido, defender La Pampa no es una consigna de campaña. Es sostener la idea de que los proyectos colectivos —los que nacen del trabajo conjunto entre Estado y sociedad— siguen siendo la herramienta más sólida para construir desarrollo con sentido común y pertenencia.

…y una de arena…

Del otro lado del escenario electoral crece una retórica del "control remoto": esa ideología que pretende dirigir el país desde la distancia, con números fríos y sin territorio.

Un discurso que confunde eficiencia con ausencia, y libertad con desprotección. La mirada que desarma lo colectivo para sustituirlo por la gestión individual y la fe en el algoritmo. La tentación de manejar la realidad con un clic.

Esa tendencia está representada por el sector político que confesó públicamente haberse infiltrado en el Estado "como un topo" con el propósito de destruirlo, y que lleva como bandera, entre otras consignas, la de "fundir a las provincias". Su líder, hoy presidente, no duda en proclamar que "entre la mafia y el Estado me quedo con la mafia", una frase que resume con crudeza la escala de valores de su proyecto político.

Su representante local, un porteño radicado en La Pampa desde hace quince años, se escandaliza ahora por el "gobierno soviético" que, según su lectura, comanda los destinos de la provincia. Resulta insólito que, si realmente creyera que no hay democracia, tenga tanto empeño en vivir —y competir electoralmente— en un territorio donde percibe semejantes calamidades.

Incluso sus propios socios políticos, en abierto desacuerdo con esa barbaridad discursiva, reconocen que las reglas del juego democrático están regidas por el voto popular, la Constitución y las leyes. La Pampa cuenta con una Legislatura empardada y organismos estatales con amplia representación opositora, como el Tribunal de Cuentas, liderado nada menos que por la vicepresidenta de un partido tan opositor que hoy integra la alianza de La Libertad Avanza.

Ese desconocimiento e ignorancia se trasladan a otros planos. El postulante libertario desconoce la provincia y, según su propia creencia, no necesita recorrerla ni comprenderla.

En su visión, todo puede conducirse a distancia, como si se usara un control remoto: una metáfora que la propia Cristina Fernández de Kirchner empleó recientemente para describir el modo en que Javier Milei ha dejado que Estados Unidos maneje la economía nacional.

Los fanáticos del mercado y de la mal llamada "libertad", aferrados a una mirada tecnocrática y elitista, representan en estas elecciones un riesgo concreto para las redes sociales y comunitarias que son tradición en La Pampa. Frente a ese paradigma del control remoto, el desafío vuelve a ser sostener un proyecto colectivo con sentido común, territorialidad y vocación de comunidad organizada.

Porque las provincias no se defienden desde un escritorio ni desde un set televisivo, sino con políticas públicas y un Estado inevitablemente presente.

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