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EL DIARIO digital
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Una de cal
La imagen de jubilados y jubiladas prendidos con entusiasmo a cantar el que asoma como hit de campaña, frente a la sede local que tiene en Santa Rosa el partido La Libertad Avanza, es demostración de un clic social.
"Alta Coimera" resonó entre dirigentes libertarios locales, que andan jugando a las escondidas -literal y metafóricamente- porque el rechazo de la comunidad a las obscenas formas de la corrupción deriva en reacciones de repudio, que a su vez son esquivadas con huidas de estilo bizarro.
El impacto del caso de coimas que involucra a los Hermanos Milei y a Los Menem podrá ser medido en el mediano plazo, porque ni siquiera las elecciones de octubre serán demostración de su definitiva incidencia, pero a primera vista permiten una lectura: el partido que asomó a la vida política como el espacio anti-casta ha dejado de existir tal como se lo conocía.
Esa protesta genuina, en las calles, de las personas que sufren en carne propia el ataque de las políticas públicas, es también un resquicio de aire fresco, ese instante en que una porción social encuentra la manera de plantarse.
La evidencia de la corrupción, la coima libertaria organizada y el descaro con que algunos se creyeron dueños del Estado, no pasan de largo: se terminó la presunta apatía, la firme apariencia de que "no pasa nada".
En las calles, en los medios de comunicación y en las redes sociales, en Santa Rosa o en La Matanza, en Corrientes o en CABA, estalló la reacción ciudadana, una muestra de que más allá del desorden o de la heterogeneidad, la paciencia se agota.
El Congreso obviamente también fue caja de resonancia de ese malestar, con las limitaciones de un sistema político acostumbrado a cajonear lo incómodo, y en una sesión donde las propias referencias del gobierno nacional protagonizaron una sucesión de bochornos.
La impunidad que viene tallando alto, la jactancia de quienes practican la crueldad a la luz del día, encontró un freno relativo en la indignación popular que, con mayor o menor intensidad, presiona para que el Poder Judicial no meta las chanchadas bajo la alfombra y para que el propio poder político explique lo que parece inexplicable.
El eco de esa intolerancia frente al afano es, en sí mismo, un dato positivo; la prueba de que hay un límite colectivo, aunque todavía disperso, frente a la obscenidad de la "Alta Coimera", que es apenas la punta de un iceberg que suena a mecanismo sistemático, y que también trae consigo el germen de la despolitización.
y una de arena
La corrupción asquea y daña por sí misma, sin ningún otro dato de contexto, pero más inmunda se vuelve cuando sus cultores practican a destajo la hipocresía de un relato que habla de bajar el gasto social, ajustar hasta que duela y sacarles recursos a los sectores más vulnerables.
Esa lógica de "las grandes ligas" derrama en nuestra provincia: Adrián Ravier, el candidato a diputado nacional de Karina Milei y Lule Menem, sigue su impune festival del ajuste, celebrando miles de despidos, justificando los recortes que afectan a personas con discapacidad o que trabajaron toda su vida.
Mientras gambetea a los medios locales y en cambio sostiene charlas en formato de entrevista con amistades porteñas en medios de comunicación financiados por el gobierno nacional, Ravier aplaude el ajuste que golpea sobre los que menos tienen y mete bajo la alfombra el modus operandi de la "Alta Coimera" y compañía.
El intragable contraste entre los fondos que les faltan a los sectores más golpeados y los bolsillos engordados de los personajes que manejan el poder es parte constitutiva de la ideología de La Libertad Avanza, a partir del mismo momento en que ese espacio político concibe a la "justicia social" como una "aberración".
Ocupan el gobierno exactamente para eso: cuando el propio presidente Javier Milei contó su sueño de ser "el topo que destruye el Estado desde adentro", desnudó el objetivo central de su gestión, que es transferir recursos de la comunidad menos pudiente a los más ricos de los ricos.
Por eso, ahí donde la coima muestra su cara obscena, el ajuste exhibe su costado cínico. Se recortan medicamentos a los jubilados, pensiones a personas con discapacidad, becas a estudiantes, partidas para hospitales. Se multiplica el precio de las tarifas y el combustible. Se roban los fondos de las provincias, de las bibliotecas, del cine y de los medios comunitarios.
Y el poder (los Menem, los Milei, los Caputo y también Ravier) celebra con bombos y platillos el "déficit cero". El relato oficial convierte el sufrimiento cotidiano en hazaña económica. Se brinda en nombre de la eficiencia fiscal, como si la pobreza y la exclusión fueran efectos secundarios menores. El ajuste es un campeonato ganado, con ministros sonrientes que se sacan fotos para las redes sociales.
La paradoja es cruel: la "austeridad" a la que se condena a los más vulnerables naturaliza la fiesta de la "Alta Coimera", como si fueran universos paralelos que no se tocan. Pero no: el dinero que falta en hospitales y escuelas se fuga en negociados, el ajuste que golpea a los de abajo banca el banquete de los de arriba.
Ese despliegue de violencia institucional es tan pornográfico, que a veces parece que lo único que resta esperar es el momento -y el modo- en que truene el escarmiento.