Opinion

Un futuro en juego, entre el "No pasarán" y la "neutralidad"

El domingo se define el balotaje, y sobre todo un modelo de país y de convivencia. Son principales dicotomías: la presencia del Estado o su retiro, la convivencia pacífica o la violencia como modo de vida. El voto popular define: reivindicar las bondades que le quedan a la democracia para hacerse cargo de las cuentas pendientes, o volar por los aires toda esa historia.

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EL DIARIO digital

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Una de cal…

En la semana, como pasa casi siempre, hubo en la provincia ejemplos variados y diversos de acciones concretas, que son cotidianas, en las que la presencia estatal positiva queda marcada y se hace patente.

Se extendió la fibra óptica hasta Trenel, llegaron ambulancias para ciudades y pueblos de todos los puntos cardinales, se juntó el Consejo de Niñez y Adolescencia, se pusieron en debate los conflictos sociambientales en Gobernador Duval, se brindó apoyo al segundo encuentro de cooperativas de trabajo.

Acciones que pasan cada día, a cada rato, en distintos lugares, y que permiten mejorar la calidad de vida de las personas, incrementar la producción de la provincia, mejorar el trabajo de la ciudadanía: esa realidad se ha naturalizado, pero nada tiene de natural, sino que es consecuencia de la voluntad política, de elementales consensos entre sectores que tienen coincidencias, pero también disidencias y esencialmente de una cultura democrática que se recuperó, con vaivenes y tropezones, hace 40 años.

Esa circunstancia no implica que en el camino, en los procesos y en el día a día no haya sombras y retrocesos: la democracia está repleta de deudas, ha atravesado períodos primaverales pero también otros momentos más parecidos a un oscuro invierno, hay asuntos que resolver, ciertos comportamientos dirigenciales que a veces indignan, bolsones de corrupción, comportamientos soberbios, autoridades incapaces que no están a la altura de las circunstancias.

Todo eso, en la provincia, en el país, en la ciudad, no será resuelto haciendo explotar por los aires las bases de un sistema de convivencia que necesita modificaciones y reformas, en algunos casos hasta revulsivas, para reencontrarse con la representación más auténtica y genuina de las personas que habitan este territorio.

El domingo que viene, mucho de esa situación se pone en juego, y mientras se hace imposible una discusión racional y sensible con quienes sólo se ven movilizados por el odio y el hastío, las dirigencias sí tienen la responsabilidad de parar la pelota y alertar respecto de las posibles consecuencias según los caminos que se elijan.

En las últimas semanas ha sido notable cómo, ante la maniobra de ausencia que prefirieron determinadas dirigencias políticas, espacios no partidarios extienden su manifestación, desperdigan sus alertas, difunden la información a mano para avisar que hay un movimiento neofascista que reniega no de las peores cosas del sistema, sino de las mejores herramientas de la democracia: "¡No pasarán!", resumió el documento de la Asociación Pampeana de Escritorxs.

En ese sentido, y sólo como otro ejemplo, el potente encuentro que en la semana que se fue se gestó en Santa Rosa con masiva presencia de referencias femeninas y de las disidencias también resultó un llamado de atención: será grave y peligroso el impacto, en el corto plazo, pero también en el mediano y el largo, no sólo de una metodología que hace de la violencia su atractivo, sino atada al fondo de la cuestión, que es el negacionismo de la dictadura, el sálvese quien pueda, el machismo exacerbado, la agresión como modo de vínculo.

 

…y una de arena…

 

En ese contexto, no puede dejar de decirse que la figura de la "neutralidad", ahora tan en boga en determinados espacios y personas, puede incluso sostenerse con toda honestidad intelectual, pero es indudable que ha servido históricamente para maquillar agachadas y trapisondas en todos los ámbitos, ya sea para definir cuestiones de una interna partidaria o para inclinar los resultados de una guerra.

La dirigencia política tiene una obligación desde su propia definición: dirigir quiere decir conducir, ir al frente, ser guía, marcar un camino, establecer un rumbo.

La democracia tiene limitaciones, provoca lógicas insatisfacciones, pero el sistema de elección popular lo que ha encontrado a mano para zafar de una ley de la selva es el voto popular, que en la Argentina deriva en un balotaje con la esperanza de que si no hay un consenso generalizado pueda más o menos resolverse en una instancia que tiende a ello.

Jamás en la historia ni en ningún lugar del mundo la democracia indirecta permite la posibilidad de elegir como si se tratara de un mundo ideal, a una persona como ilusión intocable o a un espacio sin máculas. La democracia también es, a veces, muchas veces, elegir entre opciones que no son las soñadas, pero que representan entre sí diferencias que impactarán en la calidad de vida, en los valores reconocidos, en la cultura que se impondrá a futuro.

También de ese modo, eligiendo lo mejor o incluso lo menos malo, cualquier persona pone en juego sus principios: opta, entre lo que tiene a mano, y como ocurre a cada rato en todas las instancias de la vida, aquello que mejor le representa, lo que siente más cercano, lo que calcula con su pensamiento y su sensibilidad que permitirá un futuro más aliviado, una mejor forma de vincularse.

Frente a ese dilema está la sociedad argentina esta semana, después de un tiempo extraordinariamente complejo, cruzado por los efectos de la pandemia, envuelto en la toxicidad de las redes sociales, cruzando un "fin del periodismo" en el que los medios del establishment -que son los más incidentes- ya no responden a ninguna de las reglas elementales de una democracia que se precie de tal, con un Poder Judicial jugando a la política partidaria y servicios de inteligencia metiendo la cola para arriar agua a sus molinos.

Hay en el medio de todo eso una discusión de intereses, también de ideologías, pero a grandes rasgos lo que se pone en juego este domingo que viene es una cuestión más profunda y más de fondo: sería tristísimo que en el Día Internacional de los Derechos Humanos, la fecha que Raúl Alfonsín eligió para su asunción y para el regreso de la democracia, la Presidencia la asumiera alguien que apareció repentinamente proponiendo volar todo, llenando el aire de insultos, contaminando de más violencia la escena política, renegando de los valores y principios que costaron vidas y bastardeando a la palabra libertad.

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