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EL DIARIO digital
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Mantener un cerebro joven no es solo cuestión de herencia genética ni de buena suerte. En la actualidad, la ciencia comienza a dilucidar cómo ciertos hábitos cotidianos pueden marcar la diferencia y transformar la manera en la que nuestro cerebro atraviesa el paso de los años.
Un reciente estudio de la Universidad de Florida aporta evidencia sobre un fenómeno cada vez más relevante: la capacidad de mantener una mente activa y saludable, a pesar del tiempo y aún frente a condiciones adversas.
El trabajo de los investigadores estadounidenses, publicado en la revista Brain Communications, confirma que es posible tener una "edad cerebral" menor que la edad cronológica real. Este hallazgo abre la puerta a una visión más optimista y práctica sobre el envejecimiento mental: modificar rutinas diarias simples puede traducirse en años adicionales de vitalidad cerebral.
El equipo liderado por Kimberly Sibille y Jared Tanner, ambos Ph.D. de la Universidad de Florida, estudió a 197 adultos de entre 45 y 85 años, la mayoría con dolor de rodilla y riesgo de osteoartritis, una enfermedad común en la vejez.
Un grupo de 128 participantes fue monitorizado durante dos años para analizar la evolución de su cerebro. El resultado fue revelador: aquellos con mayor número de factores protectores presentaban cerebros hasta ocho años más jóvenes que su edad real y experimentaron un desgaste mental mucho más lento a lo largo del estudio.
Entre los factores de protección identificados destacan el optimismo, la calidad del sueño y el apoyo social. "Son elementos sobre los que las personas tienen cierto control", explicó Jared Tanner.
Incluso habilidades como el manejo del estrés o la capacidad de mantener un pensamiento positivo pueden desarrollarse y entrenarse. Otros hábitos como mantener un peso saludable y evitar el tabaco completaron la lista de factores asociados con cerebros más jóvenes.
Por el contrario, ciertos factores aceleran el deterioro cerebral. El dolor crónico, los bajos ingresos, la escasa educación y la privación social se relacionaron con cerebros que aparentaban mayor edad que la real. En promedio, quienes acumulaban más factores de riesgo mostraban cerebros hasta tres años más viejos. Sin embargo, el seguimiento demostró que con el tiempo, los beneficios de los hábitos saludables ganaban terreno y los efectos negativos de los riesgos se reducían.
La clave de este avance científico está también en la metodología innovadora que emplearon los especialistas de la Universidad de Florida. A través de resonancias magnéticas y la inteligencia artificial DeepBrainNet, estimaron la "edad cerebral" de cada participante a partir de imágenes estructurales del cerebro. El indicador utilizado fue la brecha de edad cerebral, es decir, la diferencia entre la edad biológica del cerebro y la edad real en años.
Esta forma de medición permite observar no solo el efecto de factores genéticos, sino también el impacto acumulativo de experiencias de vida, salud física, dolor, entorno social y hábitos diarios en la estructura cerebral. Así, el estudio supera la perspectiva clásica que solo atiende a regiones específicas del cerebro, considerando la salud mental como un fenómeno global y multifactorial.
El grupo estudiado incluyó adultos de mediana edad y mayores, de diversos orígenes raciales, niveles educativos y sociales. La mayoría presentaba dolor musculoesquelético persistente, un factor relevante porque el dolor crónico afecta tanto la calidad de vida como la salud cerebral.
Los datos recolectados abarcaban desde el historial de salud hasta factores conductuales y psicosociales, pasando por la situación económica, nivel de estudios y calidad del descanso nocturno.
Las conclusiones de la investigación son alentadoras en un contexto social donde el envejecimiento y las enfermedades neurodegenerativas representan desafíos crecientes. Aunque el análisis se centró en adultos con dolor crónico, los autores sostienen que los beneficios de los factores protectores pueden extrapolarse a la población general.
De hecho, Kimberly Sibille subrayó que "cada conducta saludable adicional tiene un efecto positivo adicional y mensurable en la salud cerebral", lo que refuerza la importancia de sumar pequeños cambios de rutina.
Los investigadores encontraron que los efectos de una vida activa, acompañado de relaciones sociales sólidas, pensamientos positivos y buen descanso nocturno, persisten incluso en personas con condiciones de salud adversas o vulnerabilidad social. Además, estos hábitos no solo influyen en el bienestar subjetivo, sino que pueden disminuir el riesgo de pérdida de memoria, demencia o enfermedad de Alzheimer.
En una sociedad que envejece, identificar y promover estrategias accesibles para proteger la mente es una prioridad. Los resultados de la Universidad de Florida sugieren que el cambio personal y social es posible y que la juventud mental puede preservarse con decisiones cotidianas.
En palabras del grupo investigador, las elecciones diarias relacionadas con el estilo de vida son herramientas poderosas y directas para prolongar la funcionalidad y la juventud del cerebro, generando beneficios no solo individuales, sino también colectivos en términos de calidad de vida y menor incidencia de enfermedades neurológicas en el futuro.