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EL DIARIO digital
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En la vasta región pampeana argentina, la ganadería bovina sobre pastizales naturales y pasturas implantadas ha sido, históricamente, una actividad económica y cultural fundamental. Sin embargo, bajo la aparente naturalidad del pastoreo extensivo se oculta una de las formas más insidiosas de degradación de los recursos: el sobrepastoreo. Lejos de tratarse simplemente de una saturación de animales, el sobrepastoreo es una patología de manejo que compromete profundamente la productividad forrajera, la salud del suelo y la sustentabilidad del sistema ganadero.
El sobrepastoreo ocurre cuando la presión de pastoreo supera la capacidad de recuperación del recurso forrajero. Esto genera un desequilibrio ecológico con impactos múltiples y acumulativos:
-Pérdida de cobertura vegetal: Las gramíneas perennes, sometidas a cortes reiterados por consumo animal sin intervalos adecuados, reducen su área foliar, pierden vigor y eventualmente son desplazadas por especies indeseables o directamente desaparecen.
-Erosión y degradación del suelo: Sin cobertura vegetal suficiente, el suelo queda expuesto al viento y al agua. En regiones semiáridas como el oeste pampeano, esto se traduce en erosión eólica, formación de costras superficiales, escurrimiento hídrico, compactación y disminución de la infiltración.
-Aparición de fachinales: En los montes sobrepastoreados, donde la presión animal impide el desarrollo de gramíneas y forrajes de calidad, prolifera el "fachinal": una vegetación leñosa y espinosa de baja palatabilidad, compuesta por especies como piquillín, chañar, molle, sombra de toro y otras. Este proceso no solo empobrece el valor forrajero del monte, sino que genera una estructura vegetal densa, casi impenetrable, que reduce la capacidad de carga y complica el manejo ganadero.
-Menor producción animal: La disminución de cantidad y calidad del forraje repercute directamente en las ganancias diarias de peso, la carga animal real alcanzable y la eficiencia global del sistema productivo.
En términos simples, el sobrepastoreo transforma campos valiosos en tierras degradadas, improductivas y difíciles de recuperar. Aunque frecuentemente se señala a la agricultura, y en particular a la labranza intensiva, como principal causa de degradación de los suelos pampeanos, los sistemas pastoriles mal manejados pueden provocar daños igualmente severos, aunque menos visibles en el corto plazo.
Mientras la agricultura cuenta con mecanismos de rotación, fertilización y manejo de residuos, el pastoreo sin planificación carece de amortiguadores. No hay cobertura que proteja al suelo cuando el forraje desaparece. Y sin fotosíntesis ni raíces activas, el ecosistema entra en un proceso de colapso silencioso: pérdida de materia orgánica, compactación superficial, menor actividad biológica y caída sostenida de la productividad.
En este contexto, es crucial derribar el mito de que "lo natural no degrada". El pastoreo, sin control ni descansos, es una de las formas más persistentes de desertificación encubierta.
Una herramienta conceptual fundamental para evitar el sobrepastoreo de gramíneas es la ley del área foliar remanente, popularmente conocida como la "ley del puño". Esta establece que, luego del pastoreo, debe dejarse una proporción significativa de biomasa aérea viva para asegurar el rebrote a partir de fotosíntesis, evitando que la planta dependa de sus reservas radiculares. Por eso los técnicos decimos que las gramíneas forrajeras toleran pastoreos frecuentes con la condición de que no sean intensos.
En general, no debería extraerse más del 40-50% de la biomasa aérea en un evento de pastoreo. Si se supera ese umbral, la planta entra en estrés, moviliza reservas de carbohidratos desde las raíces y compromete su capacidad de persistencia.
En el caso de la alfalfa, el pastoreo adecuado es diferente al de las gramíneas, de ahí que resulte tan complejo manejar una pradera polifítica (varias especies juntas), por ejemplo, compuesta de alfalfa y festuca. La leguminosa es una especie de gran valor forrajero, que tolera pastoreos intensos con la condición de que no sean frecuente, es decir si se respetan sus tiempos de recuperación. Un requerimiento exactamente diferente al de la festuca. Esta leguminosa acumula reservas en sus raíces a lo largo de un ciclo de 28 a 35 días, y es a partir de esa acumulación que puede rebrotar con fuerza tras la defoliación.
Para los grupos de alfalfa 6 y 7, el inicio de la floración (aproximadamente entre 10 y 20%) es un indicador adecuado para iniciar el pastoreo. En cambio, para grupos de madurez más tardía (8 y 9), es preferible guiarse por la observación directa del rebrote desde las yemas de la corona. Estas yemas, localizadas en la base de la planta, aseguran un rebrote vigoroso y de mayor volumen. Si se fuerza el rebrote desde yemas axilares de los tallos (por defoliación extrema), se produce entre un 20 y un 25% menos de forraje, lo cual erosiona la productividad del sistema. De ahí que los potreros de alfalfa pastoreados habitualmente sean desmalezados, ya que además de eliminar especies indeseables menos palatales como por ejemplo cardos, elimina tallos residuales de alfalfa y favorece el rebrote de corona. Durante el aprovechamiento de la alfalfa, el pastoreo no debe extenderse más de 7 u 8 días, porque inicia el rebrote y puede afectar la recuperación y persistencia de la especie.
No hay número mágico: la carga debe ajustarse al forraje real. Uno de los errores más comunes es confundir potencial de carga con carga sustentable real. Las variaciones interanuales de lluvia en la región pampeana, a menudo superiores al 30%, obligan a un ajuste dinámico y prudente del número de animales según la disponibilidad efectiva de forraje.
Como guía general
-En zonas semiáridas (350-600 mm anuales), una carga conservadora va de 0,4 a 0,8 EV/ha (equivalente vaca por hectárea, referencia estandarizada del requerimiento forrajero de una vaca de 450 kg con cría al pie)
-En regiones subhúmedas (600 mm), puede elevarse a 1,21,5 EV/ha, dependiendo del tipo de pastura y la eficiencia del manejo.
La sobrecarga crónica es el atajo directo al sobrepastoreo, y la recuperación de un campo degradado puede requerir años, si no décadas.
El agua es el otro cuello de botella en campos ganaderos. En muchas regiones pampeanas, especialmente en áreas marginales o alejadas de cursos de agua, la disponibilidad hídrica condiciona el uso eficiente del forraje. Es común observar potreros con buen desarrollo forrajero, pero baja carga efectiva, simplemente porque los animales no acceden al agua en forma adecuada.
En estos casos, la inversión en infraestructura hídrica, tajamares bien ubicados, con pendiente adecuada y capacidad suficiente, es clave para que el agua disponible esté a la "altura del pasto ofrecido". No basta con tener pasto si los animales deben recorrer kilómetros para beber o si las aguadas se secan en los meses críticos.
Un sistema pastoril sostenible no solo se construye con rotaciones y descansos, sino también con acceso eficiente al agua, que permita distribuir la carga animal sin concentraciones destructivas.
Medidas para evitar el sobrepastoreo
1.Planificación forrajera anual, contemplando estacionalidad y requerimientos animales.
2.Rotaciones y descansos estratégicos, adaptados al tipo de pastura y al clima.
3.Monitoreo de cobertura y composición botánica, para detectar pérdidas tempranas.
4.Suplementación estratégica, con silos, rollos o grano en épocas críticas.
5.Educación y asesoramiento técnico continuo, clave para la toma de decisiones.
En conclusión, la ganadería pampeana enfrenta un desafío estructural: producir más, con mayor eficiencia, pero sin agotar la base ecológica que sostiene el sistema. El sobrepastoreo es una amenaza silenciosa que avanza sin dejar huellas inmediatas, pero cuyas consecuencias son profundas y duraderas.
El camino hacia una ganadería resiliente y competitiva comienza por respetar el ritmo del pasto, manejar la carga con realismo y garantizar agua suficiente para distribuir correctamente los animales. No hay ganancia sostenible sin forraje, y no hay forraje sin suelo vivo. Por eso, como reza la sabiduría de los productores más experimentados: "el mejor suplemento es un pastizal bien manejado".
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP