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EL DIARIO digital
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La provincia de La Pampa, enclavada en el corazón productivo de la Argentina, se encuentra en un punto de inflexión agronómico al llegar el invierno. Mientras el frío tiñe los campos de escarcha, los productores deben tomar decisiones clave respecto de los cereales de invierno, especialmente el trigo, que es columna vertebral de la rotación agrícola en esta región semiárida. Un invierno crudo puede ser tanto un aliado estratégico como un enemigo silencioso, dependiendo del enfoque tecnológico con que se aborde el cultivo.
Contrario a lo que podría pensarse, las bajas temperaturas invernales son, en muchas ocasiones, el principal motor del éxito triguero pampeano. Esto se debe al fenómeno de vernalización, proceso fisiológico por el cual las plantas de trigo sincronizan su floración tras haber acumulado frío. Esta sincronización favorece una floración pareja y una madurez uniforme, mejorando la eficiencia del manejo del cultivo y, en consecuencia, la calidad del grano.
Además, las heladas invernales cumplen una función de sanidad preventiva natural: reducen la carga de enfermedades fúngicas y la presión de plagas que, en otoños cálidos, suelen instalarse temprano y comprometer el ciclo productivo. Roya, oídio y manchas foliares encuentran condiciones hostiles en estos inviernos pampeanos.
Desde el punto de vista estructural, el frío obliga a la planta a invertir más recursos en su sistema radicular. Esto se traduce en un anclaje sólido y una mejor exploración del perfil edáfico, clave en un ambiente donde el agua disponible no siempre acompaña. Así, se forja un trigo más resiliente para enfrentar el estrés hídrico primaveral que frecuentemente se presenta en la región.
Sin embargo, los rigores del invierno también exponen el cultivo a ciertos riesgos agronómicos que deben ser cuidadosamente gestionados. Las heladas tempranas pueden dañar tejidos jóvenes, afectar la fotosíntesis y reducir la densidad de plantas. Asimismo, si el invierno es excesivamente crudo y prolongado, puede retardar la emergencia de macollos y demorar la floración, extendiendo el ciclo y afectando las siembras de segunda, fundamentales en los esquemas de alta rotación.
Otro desafío silencioso son las enfermedades crónicas asociadas al frío, como el tizón bacteriano o la necrosis foliar, que encuentran puertas abiertas en tejidos previamente dañados por las bajas temperaturas. A esto se suma la ralentización de la actividad microbiológica del suelo, lo que puede limitar la disponibilidad de nutrientes clave como nitrógeno y fósforo en fases decisivas.
En este contexto, se impone una pregunta crítica para los productores pampeanos: ¿Hasta cuándo es viable sembrar trigo en La Pampa? Según las recomendaciones para la subregión triguera "quinta sur", el 10 de agosto marca el límite técnico. En efecto, las últimas semanas de julio y los primeros días de agosto pueden ofrecer aún una ventana útil, especialmente si las lluvias acompañan y si se emplea el paquete tecnológico adecuado para variedades de ciclo corto.
Aquí es donde entran en juego conocimientos de alto valor técnico: los trigos de ciclo corto no se manejan igual que los de ciclo largo. Su capacidad de macollaje es extremadamente limitada, lo que obliga a incrementar sustancialmente la densidad de siembra. En lotes donde tradicionalmente se sembraban 90 a 110 kg/ha, con trigos cortos se deben considerar valores de entre 140 y 160 kg/ha, apuntando a 320-360 plantas por metro cuadrado.
Pero esta estrategia requiere semilla de alta calidad, y no es menor el problema de disponibilidad: las variedades de ciclo corto no están ampliamente difundidas, ni en stock de semilleros ni en conocimiento de campo. Esto explica su limitada adopción y los rendimientos erráticos que a veces se registran por manejos incorrectos.
En trigos de ciclo corto, el cultivo acelera su curva de crecimiento de forma explosiva. No hay tiempo para correcciones tardías. La nutrición debe estar completamente disponible desde el arranque. Esto exige un análisis de suelo previo y fertilización balanceada.
Del mismo modo, el control de malezas demanda precisión quirúrgica. La ventana para aplicar herbicidas hormonales puede limitarse a apenas 7 a 10 días. Esto requiere monitoreos intensivos, diagnósticos visuales y eventualmente análisis de meristemos en laboratorio para evitar aplicaciones fuera de época que comprometan la productividad.
Más allá de los desafíos, las ventajas estratégicas de sembrar trigo tardío con variedades adecuadas son contundentes. Se cosecha antes, lo que permite anticipar cultivos de segunda; se reduce el volumen de rastrojo, facilitando la implantación posterior; y si se lo maneja correctamente, puede igualar e incluso superar rendimientos de variedades de ciclo más largo. Además, al poseer un sistema radicular más superficial, consume menos agua del segundo metro de suelo, preservando humedad para los cultivos sucesores.
En conclusión, el trigo en La Pampa no es solo un cultivo, es una decisión estratégica. En un entorno de alta variabilidad climática, donde las lluvias escasean y los márgenes se ajustan, cada jugada cuenta. Un invierno frío puede ser una oportunidad si se lo interpreta y se lo gestiona con precisión. Y sembrar sobre el final de la ventana puede ser una gran jugada si se utilizan variedades específicas, con ajustes de densidad, fertilización y protección herbicida bien calibrados.
La ciencia agronómica moderna nos da las herramientas. El desafío está en la implementación. Y en un contexto global donde el trigo vuelve a ganar protagonismo como alimento estratégico, la Pampa argentina puede jugar un rol central, pero solo si apuesta a la tecnología, el conocimiento y la anticipación.
(*) Mariano Fava - Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) - Posgrado en Agronegocios y Alimentos @MARIANOFAVALP