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Lo verosímil

Por Eduardo Luis Aguirre

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EL DIARIO digital

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“Todas las guerras van precedidas por grandes mentiras mediáticas” (Michel Collon)

El filósofo y lingüista francés de origen búlgaro Tzvetan Todorov exploró de manera exhaustiva la categoría política de verosimilitud, en el marco de las acciones comunicativas que producen y permiten la circulación de los discursos dominantes y la producción de sentido que los mismos asumen.

En su artículo “Lo Verosímil”, este hombre “de las dos Europas”, recientemente desaparecido, facilitaba desde el análisis del lenguaje y los discursos la comprensión del verdadero rol de los medios de comunicación en el tercer milenio, en una reflexión de absoluta vigencia para entender la incidencia de la propaganda en hechos tales como las guerras de cuarta generación y los denominados “golpes suaves”.

Para ejemplificar la gravitación de lo verosímil como sucedáneo de la verdad, el autor de “El Miedo a los Bárbaros” y “Los Insumisos” recurría a un hecho que transcurre idealmente en el siglo V a. c, en Sicilia. En ese contexto, dos individuos discuten y se produce un conflicto. “Al día siguiente aparecen ante las autoridades, que deben decidir cuál de los dos es culpable. Pero, ¿cómo elegir? La disputa no se ha producido ante los ojos de los jueces, quienes no han podido observar y constatar la verdad; los sentidos son impotentes; solo queda un medio: escuchar los relatos de los querellantes, las partes involucradas. Con este hecho, la posición de estos últimos se ve modificada: ya no se trata de establecer una verdad (lo que es imposible) sino de aproximársele, de dar la impresión de ella, y esta impresión será tanto más fuerte cuanto más hábil sea el relato. Para ganar el proceso importa más hablar bien que haber obrado bien. Platón escribirá amargamente: ’En los tribunales, en efecto, la gente no se inquieta lo más mínimo por decir la verdad, sino por persuadir, y la persuación depende de la verosimilitud’. Pero por ello mismo, el relato, el discurso, deja de ser en la conciencia de los que hablan un sumiso reflejo de las cosas, para adquirir un valor independiente. Las palabras no son pues, simplemente, los nombres transparentes de las cosas, sino que constituyen una entidad autónoma, regida por sus propias leyes y que se puede juzgar por sí misma. Su importancia supera la de las cosas que se suponía que reflejaban”.

Ese día -reflexiona Todorov- asistió al nacimiento simultáneo de la conciencia del lenguaje, de una ciencia que formula las leyes del lenguaje -la retórica- y de un concepto: lo verosímil, lo “creíble” como verdad. Algo que viene a llenar el vacío abierto entre esas leyes y lo que se creía que era la propiedad constitutiva del lenguaje: su referencia recurrente a “lo real”.

Durante veinticinco siglos se intentará hacer creer que lo real es una razón suficiente de la palabra; durante dos mil quinientos años, será necesario reconquistar sin cesar el derecho a percibir la palabra e irá adquiriendo lógica propia la forma en que la misma se construye, distribuye e influye en las sociedades occidentales actuales. Lo que habitualmente denominamos, con dudosa precisión, la opinión pública.

En su trabajo, Todorov intenta -justamente- cuestionar al lenguaje en su transparencia ilusoria. Pretende aprender a analizarlo y estudiar al mismo tiempo las técnicas de que se sirve para suprimir la diferencia entre los discursos, las palabras y lo real. Dicho de otro modo, su objeto sigue siendo lo verosímil, aunque ese concepto “ya no esté de moda”, según lo asegura el propio autor. De hecho, prosigue, ya no se lo encuentra en la literatura científica “seria”.

Sin embargo, la idea de lo verosímil continúa haciendo estragos a partir de lo que producen, reproducen y distribuyen los grandes medios y las diferentes formas que cobran esas gramáticas destinadas a reproducir y garantizar una nueva forma de acumulación de capital.

El propio Todorov admite que Córax de Siracusa, el formidable orador siciliano del siglo V a.C., primer teórico de lo verosímil, había ido más lejos todavía: lo verosímil no era para él una relación con lo real, sino con lo que la mayoría de la gente “cree que es” lo real. Dicho de otro modo, con el sentido común hegemónico de una época. La cuestión de la verosimilitud y su relación asimétrica con lo real, en consecuencia, no solamente conserva una actualidad absoluta, sino que exige del lector o espectador contemporáneo un protagonismo activo. Una nueva conciencia capaz de articular un pensamiento atento a lo verosímil, como alternativa -quizás la única- capaz de evitar una virtual colonización de su subjetividad.

Sabemos que los grandes medios de comunicación ya no tienen como única finalidad el beneficio económico empresarial; ni formar, informar y entretener al gran público; ni influir en él ideológicamente o a través de la publicidad, como enseñaba Oscar Steimberg hace un cuarto de siglo.

Al ciudadano le corresponderá, en definitiva, la responsabilidad de no convertirse en sujeto pasivo de esta nueva forma de control global y lograr emanciparse de infinitos y cotidianos intentos de imponer un pensamiento único por parte de los poderes que gobiernan el mundo durante el capitalismo tardío.

En ese contexto, el rol de los grandes medios de comunicación debe analizarse desde una perspectiva crítica, que identifique como su principal objetivo subalternizar lo real detrás de una estrategia comunicacional y un relato, esencialmente, verosímil.

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