Salud

Qué pasa en tu cuerpo si no cenás todos los días

Muchas personas deciden saltearse la cena con la esperanza de adelgazar, pero esa decisión —lejos de ser inofensiva— puede tener consecuencias físicas y emocionales. Expertos en nutrición advierten sobre los riesgos y proponen un enfoque más equilibrado.

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EL DIARIO digital

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Con la llegada del verano, reaparece una costumbre que se repite año tras año: dietas rápidas, restricciones autoimpuestas y la idea de que dejar de cenar es una forma sencilla de perder peso. El calor, la ropa más liviana y la presión social impulsan a muchas personas —en su mayoría mujeres— a retomar viejos métodos, sin medir las consecuencias.

Especialistas en nutrición coinciden en que, más allá del deseo estético, lo que muchas veces se reactiva no es solo un intento por bajar "unos kilos de más", sino una lucha persistente con el cuerpo. Y en lugar de sumar más dietas, lo que suele hacer falta es sumar más autocuidado.

El problema radica en que se buscan soluciones rápidas, rígidas y poco sostenibles. Dietas de moda, batidos que reemplazan comidas, ayunos forzados, prohibiciones rotundas de ciertos alimentos... todo se reduce a una lógica de "lo quiero y lo quiero ya", sin considerar los efectos físicos y emocionales que eso conlleva. Esa urgencia muchas veces se combina con tratamientos estéticos o rutinas físicas intensas, no por salud sino por castigo. Y como es esperable, esos cambios duran poco.

"Si no ceno, adelgazo"

Una práctica muy común —aunque no siempre reconocida como dieta— es dejar de cenar para bajar de peso. Desde afuera puede parecer lógico: si se consume menos, se pesará menos. Pero el cuerpo humano no funciona como una simple calculadora de calorías.

Cuando se elimina la cena por obligación o fuerza de voluntad, el cuerpo lo nota. Puede haber una baja inicial de peso, pero también se intensifican el deseo y la ansiedad, lo que puede derivar en atracones nocturnos o un impulso incontrolable por comer al día siguiente.

En algunos casos, esa privación se sostiene desde el miedo, la culpa o el deseo de "compensar" excesos, más que desde una elección consciente o una escucha real del cuerpo. Y eso genera un círculo vicioso: restricción, ansiedad, descontrol, culpa... y nuevamente restricción.

Por qué no suele funcionar el "no cenar"

Quienes optan por dejar de cenar no lo hacen, en la mayoría de los casos, porque no tengan hambre o porque se sientan mejor así, sino como respuesta a la culpa o la necesidad de compensar algo. Algunas frases comunes son: "Hoy no ceno porque comí mucho", "me pesé y me asusté", "el fin de semana voy a comer de más", o "escuché que la cena engorda".

La decisión rara vez nace del autocuidado. Muchas veces viene de un largo historial de dietas fallidas y de una relación tensa con el cuerpo. El resultado es el refuerzo de un patrón restrictivo que, lejos de solucionar el problema, lo intensifica.

Además, no cenar también puede afectar la salud digestiva. Hay estudios que muestran que las personas que mantienen tres comidas principales al día tienen menor riesgo de desarrollar molestias como hinchazón, pesadez o dispepsia funcional, en comparación con quienes comen una sola vez.

Qué hacer: alternativas saludables

La clave no está en eliminar la cena, sino en revisar el enfoque. Cenar no es el problema. El verdadero cambio se da cuando la persona aprende a relacionarse con la comida desde otro lugar. Algunas recomendaciones:

Hacer un desayuno completo y saciante, al igual que la comida del mediodía.

Apostar por cenas tempranas, saludables y placenteras.

Comer de manera consciente, sin prisa, prestando atención a las señales del cuerpo.

En casa, preparar un entorno agradable para cenar: buena presentación, sin pantallas, con tiempo.

En la calle, optar por opciones saludables, evitar cenas muy tarde, copiosas o con exceso de alcohol y fritos.

Mantener un espacio razonable entre las comidas.

Evitar el picoteo constante durante el día.

Mover el cuerpo cada día: ayuda a reducir el estrés, controlar la ansiedad y favorecer un descanso reparador.

Cenas saludables para perder peso

Una cena equilibrada no tiene por qué ser aburrida. Al contrario: puede ser liviana, nutritiva y reconfortante. Lo ideal es que incluya:

Verduras o vegetales: en cremas, salteados, al vapor, al horno, en ensaladas o sopas.

Proteínas: huevos, pescados, legumbres suaves, tofu, carnes magras o mariscos.

Hidratos simples: papa, batata o arroz integral en pequeñas porciones.

Grasas saludables: semillas, frutos secos, aceite de oliva, palta.

Postres livianos: yogur natural, fruta fresca, kéfir o una infusión.

La mejor bebida para acompañar: agua.

Más allá de los ingredientes, lo importante es cómo se llega a esa última comida del día. Si la persona arrastra hambre acumulada por haberse restringido todo el día, el problema no es lo que cena, sino cómo se ha alimentado —y tratado— durante toda la jornada.

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