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EL DIARIO digital
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Una de cal
Los días posteriores a una elección suelen ser terreno fértil para las pasiones. Las derrotas se rumian en silencio, las victorias se saborean con prudencia o con euforia, según el talante de cada quien.
Pero cuando se despeja el humo de los discursos, lo que queda a la vista como en toda comunidad madura es la capacidad de reconocer el veredicto de las urnas y volver a poner la mirada en lo que importa: la vida cotidiana, el trabajo, la convivencia.
En ese sentido, la reacción de las instituciones pampeanas y de la dirigencia política provincial ofreció en estos días ejemplos saludables.
Sin titubeos ni demoras, los distintos espacios asumieron los resultados, reacomodaron expectativas y retomaron sus funciones con un grado de sensatez que a veces no abunda en otros rincones del mapa nacional. Esa conducta, discreta y sin estridencias, consolida una tradición de estabilidad política que distingue a La Pampa desde hace décadas.
La convocatoria realizada a los municipios por el gobernador Sergio Ziliotto apenas unos días después del comicio expresa con claridad ese espíritu de construcción.
Reunir a jefes comunales de todos los signos para analizar la situación económica, compartir información y proyectar respuestas conjuntas no solo reafirma la idea de cooperación institucional, sino que también envía un mensaje político potente: los puentes deben mantenerse incluso cuando las diferencias ideológicas son evidentes.
En tiempos de crispación y polarización extrema, ese gesto se vuelve un antídoto contra el sectarismo.
No se trata de un episodio aislado. Ziliotto también participó, en representación de la provincia, de la cumbre convocada por el presidente Javier Milei con gobernadores.
Lejos de la obsecuencia o la confrontación vacía, planteó con firmeza la posición pampeana respecto de las políticas que vulneran el federalismo y debilitan la autonomía provincial. Ese equilibrio entre el diálogo y la defensa de los intereses locales es otro signo de madurez institucional: asistir, escuchar, disentir cuando es necesario y hacerlo de frente.
También se abrió el despacho del gobernador para recibir en un clima de respeto y reconocimiento a su logro electoral al diputado nacional electo por La Libertad Avanza, Adrián Ravier, pese a las consideraciones que el propio dirigente ha tenido sobre el funcionamiento institucional pampeano.
La Pampa, una vez más, mostró que se puede disentir sin romper, y que el respeto por la voluntad popular es el punto de partida, no el final, de la política democrática.
Esa vocación de tender puentes, de preservar la palabra común en medio de los desacuerdos, es quizás la mejor noticia que deja este tramo postelectoral. Un ejercicio de salud cívica que vale la pena cuidar antes de que germinen las semillas que amenazan con marchitarlo.
y una de arena...
Los saludables puentes de convivencia también pueden encerrar, en su interior, viejas costumbres antidemocráticas que se disfrazan de diálogo o consenso. A veces el gesto es amable, pero el trasfondo revela exclusiones o desprecios que erosionan los mismos cimientos que se dice proteger.

El hecho de que el presidente Javier Milei no haya convocado a todos los gobernadores en especial a los que considera adversarios constituye, como advirtió el propio Ziliotto, un retroceso político que no puede pasar inadvertido.
Negar la presencia de quienes piensan distinto, o seleccionar interlocutores según afinidades partidarias, es sembrar la semilla de la discriminación institucional. En un país que se precia de federal, esa práctica no solo desdibuja el espíritu de la Constitución sino que además debilita la convivencia democrática.
El riesgo también aparece cuando el consenso se transforma en una palabra vacía. De poco sirve la foto del encuentro si los compromisos asumidos quedan en suspenso o se desvanecen en la inercia burocrática.
La Pampa lo sabe bien: la deuda que la Nación mantiene con la provincia sigue sin resolución, pese a ser un reclamo legítimo y documentado. El gobierno nacional dilata los trámites y evita definiciones, mientras los perjuicios se acumulan en los presupuestos locales.
La misma lógica se repite en otros ámbitos. El Congreso Nacional aprobó por amplia mayoría la declaración de la Emergencia en Discapacidad y un esquema de financiamiento para las universidades públicas. Sin embargo, el Poder Ejecutivo optó por desoír esas decisiones, esconderlas bajo la alfombra y avanzar por un camino inconstitucional que desconoce el mandato representativo.
En esa negación del acuerdo democrático también germina una forma de autoritarismo: la del poder que escucha solo su propio eco.
No puede omitirse otro ejemplo cercano. El diputado nacional electo por La Libertad Avanza, Adrián Ravier, fue recibido por el gobernador con respeto institucional, el mismo que él ha puesto en duda con sus declaraciones.
Llamar a La Pampa "provincia soviética", o afirmar que aquí "no hay democracia ni libertad de expresión", es una falta grave hacia la sociedad que acaba de otorgarle su banca. Peor aún fue insinuar que podría "dar vuelta" el resultado electoral en el escrutinio definitivo, sin presentar una sola objeción formal.
Esa actitud, más que una denuncia, fue un gesto de desprecio hacia las reglas del juego que ahora deberá acatar.
Detrás de esas conductas asoma un patrón preocupante: el de quienes usufructúan las instituciones para obtener representación, pero las desacreditan cuando los resultados no los favorecen. En esa tensión entre el respeto y el agravio, entre la cooperación y la soberbia, se juegan las verdaderas fronteras de la democracia.
Por eso, si celebra la necesaria y saludable construcción de puentes, también vale una advertencia: no hay puente que resista si en sus cimientos germinan las semillas del autoritarismo.