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La bomba del Zar: el día que la URSS hizo temblar la Tierra con la mayor explosión nuclear de la historia

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El 30 de octubre de 1961, en plena Guerra Fría, la Unión Soviética detonó sobre el Ártico una bomba 3.300 veces más poderosa que la de Hiroshima. Fue una demostración de poder que estremeció al mundo.

En medio de la tensión extrema que marcaba la Guerra Fría, la Unión Soviética sorprendió al planeta con un acto de fuerza inédito. A las 11.33 del lunes 30 de octubre de 1961, un avión militar soltó sobre el archipiélago de Nueva Zembla, en el Círculo Polar Ártico, la bomba del Zar: un artefacto termonuclear de 50 megatones, la explosión más grande jamás provocada por el ser humano.

El contexto era de vértigo: la fallida invasión de Bahía de los Cochinos, el primer vuelo orbital de Yuri Gagarin y la construcción del Muro de Berlín habían elevado la tensión entre Moscú y Washington a niveles insoportables. Nikita Kruschev quería dejar en claro que la URSS no estaba rezagada en la carrera armamentista.

El dispositivo —bautizado "Iván" en su desarrollo secreto— era una bomba de hidrógeno de tres etapas (fisión-fusión-fisión), de ocho metros de largo, 2,6 de diámetro y más de 27 toneladas. Su potencia era 3.300 veces superior a la de Hiroshima. El bombardero Tupolev Tu-95 que la transportó fue modificado y recubierto con pintura reflectante para resistir, aunque fuera parcialmente, el infierno que se avecinaba.

Apenas tres minutos después del lanzamiento, el cielo se encendió. La temperatura en el epicentro alcanzó millones de grados y la onda expansiva rompió vidrios a más de 900 kilómetros. La nube en forma de hongo ascendió a 64 kilómetros y la onda de choque dio tres vueltas completas al planeta.

La versión detonada fue la "limpia", de 50 megatones. De haberse utilizado la variante original, de 100 megatones y con uranio, las consecuencias radiactivas habrían sido catastróficas.

La bomba del Zar no fue concebida para la guerra, sino para el efecto político. Moscú quería demostrar que podía igualar —o superar— el poder destructivo de Estados Unidos. El mensaje fue claro: la URSS tenía el arma más poderosa del mundo.

Años después, el propio físico Andréi Sájarov, cerebro del proyecto, se convertiría en un ferviente opositor a las pruebas nucleares y promotor del tratado que las prohibió en 1963. En 1975 recibiría el Premio Nobel de la Paz por su lucha contra la proliferación atómica.

La imagen de aquel hongo gigantesco, que cubrió el cielo del Ártico y sacudió la conciencia del mundo, marcó un punto de inflexión en la carrera nuclear. Desde entonces, la humanidad comprendió —aunque no siempre lo admita— cuán cerca puede estar su propia extinción.

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