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EL DIARIO digital
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Mientras en las ciudades el frío sorprendía a quienes salían a trabajar abrigados, en el campo muchos productores ya llevaban horas sin dormir, con la mirada fija en los termómetros de sus estaciones meteorológicas.
En La Pampa, esa provincia de llanuras medanosas, suelos con tosca y horizonte inabarcable, el frío no solo mordió el aire: golpeó directamente al corazón de la cosecha fina y del girasol naciente.
Los registros de las estaciones meteorológicas no dejan lugar a dudas: se produjeron heladas agrometeorológicas generalizadas, con temperaturas iguales o inferiores a 3 °C en abrigo meteorológico (1,4 m sobre el suelo) y valores de 1 °C o menos al nivel del suelo durante más de tres horas consecutivas en el centro, norte y este provincial. En el sur y oeste de La Pampa, la helada fue aún más intensa y prolongada, con mínimas que descendieron hasta 2,5 °C, afectando tanto cultivos como pasturas implantadas.
Conviene aclararlo con firmeza y rigor científico: este tipo de eventos no tiene relación alguna con el cambio climático ni con interpretaciones ideológicas de ocasión. Se trata, simplemente, de la manifestación normal de la variabilidad térmica continental pampeana, cuya serie histórica registra episodios similares aproximadamente cada ocho a diez años, según datos del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) y del INTA (Base de Datos Agroclimática, 19702024).
La helada de fines de octubre encuentra a los trigos en pleno período reproductivo, especialmente los de siembra intermedia y tardía, y a las cebadas cerveceras en llenado de grano. En esos estadios, una temperatura menor a 1,5 °C durante una hora puede causar esterilidad parcial o total de las espiguillas, reduciendo el número de granos por espiga y, por ende, el rendimiento. Estudios del INTA Bordenave y Anguil muestran que en el estadio de floración (Z65), una helada de 2 °C por tres horas puede provocar pérdidas de entre 15 y 45% del rinde potencial, dependiendo de la variedad y del microambiente del lote.
El relieve, factor muchas veces olvidado, desempeña aquí un papel determinante. Los bajos topográficos, donde el aire frío se acumula por densidad, suelen sufrir daños mucho más severos que los lomos o zonas de mayor altitud relativa. En estos sitios, el trigo puede aparecer aún verde, pero con el interior de la espiga necrosado; un daño invisible a simple vista hasta que la planta blanquea semanas después.
En cebada, más sensible que el trigo a las bajas temperaturas durante el llenado, el daño suele manifestarse por granado chuzo o vacío, con pérdidas que superan el 50% en los casos extremos. Las avenas, por su parte, al encontrarse en su mayoría en madurez lechosa, presentaran un cuadro similar: daños localizados, pero de impacto comercial considerable, especialmente en los lotes destinados a semilla o forraje diferido.
El fenómeno meteorológico también afectará a las pasturas base alfalfa, donde las hojas superiores mostrarán quemado foliar y necrosis apical, lo que retrasará su recuperación primaveral y obligará a ajustar la carga animal en los planteos ganaderos.
El caso del girasol merece un párrafo aparte. Muchos lotes implantados entre el 10 y el 20 de octubre se encontraban en estado de emergencia a dos hojas verdaderas, fase en la que el cultivo presenta tolerancia fisiológica hasta los 2 °C, según la bibliografía técnica. Sin embargo, esa tolerancia no significa inmunidad: el tejido apical, aún expuesto, puede dañarse, interrumpiendo la dominancia y dando lugar al fenómeno de ramificación o multifloración, que, si bien no impide la cosecha, reduce el rendimiento entre 10 y 25% por pérdida de uniformidad y energía invertida en capítulos secundarios.
En los sectores más castigados, donde la helada duró más de tres horas por debajo de cero, no se descarta la necesidad de resiembra, decisión que dependerá de la evaluación de las plantas en los próximos cinco a siete días, cuando se evidencie el grado real de daño en los tejidos meristemáticos.
El impacto económico de este evento no será menor. La Pampa, con unas 450.000 hectáreas dedicadas a trigo y cebada, proyectaba para la campaña 2025/26 un rendimiento promedio de 3.000 kg/ha, cifra que ahora deberá revisarse a la baja. Los primeros cálculos técnicos estiman una merma provincial de al menos 10 a 15% en el rendimiento medio, equivalente a una pérdida económica superior a 40 millones de dólares, considerando precios actuales del cereal en el mercado local.
A ello se suma la incertidumbre sobre 150.000 hectáreas de girasol en etapa crítica, donde el daño podría oscilar entre 5 y 20% según zona, afectando no solo al productor primario sino también al entramado industrial aceitero provincial.
Este tipo de eventos, aunque indeseables, son parte de la normalidad climática pampeana y deben ser interpretados con la serenidad que brinda la experiencia. No es cambio climático, ni fenómeno apocalíptico: es estadística pura, respaldada por décadas de registros. La historia agrícola de esta provincia, como bien enseña la memoria de las heladas de 1992, 2007 o 2013, ha sabido sobreponerse a fríos semejantes.
En conclusión, en tiempos donde sobran voces que pretenden aprovechar cualquier fenómeno natural para alimentar narrativas ambientales interesadas, es deber del sector agronómico mantener la claridad conceptual y la autoridad técnica. La helada de octubre no es una señal del cielo ni una advertencia del planeta: es el recordatorio de que la agricultura pampeana convive con el riesgo y la incertidumbre desde su origen, y que su fortaleza radica precisamente en su capacidad de adaptarse. Como decía Aristóteles, "la esperanza es el sueño del hombre despierto". Y en esta tierra, donde el amanecer llega con escarcha, los productores no sueñan: vuelven a sembrar.
Mariano Fava - Ingeniero Agrónomo