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EL DIARIO digital
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Por Santiago Ferro Moreno (*)
En apenas semanas, la política argentina volvió a mostrar su costado más errático y subdesarrollado (en el sentido explícito de la palabra). Primero, con un incentivo para que los grandes exportadores liquiden divisas sin pagar retenciones, que permitió en solo días agotar un cupo de USD 7.000 millones. Luego, con la reimplantación de derechos de exportación, evidenciando que la medida inicial no era más que un parche fiscal en búsqueda de divisas frescas para mantener el "plan económico" (lo pongo entre comillas porque dudo que exista, más allá de unos indicadores macro genéricos). El anuncio de apoyo económico de Estados Unidos, presentado como un salvavidas, incidió de manera contundente para que la medida sea más coyuntural aún, haciendo el caldo gordo y el negocio a las grandes multinacionales. Pocas empresas que están de un lado y del otro del mostrador.
El agro, en este sentido, no son los productores, son los grandes jugadores que le venden insumos y compran los productos (y exportan). Los precios percibidos por el empresario productivo no se movieron significativamente. Cada giro brusco en la política de retenciones se traduce en mayor incertidumbre para productores y empresas, que ven cómo las reglas de juego cambian al ritmo de la necesidad política, fiscal y financiera del momento. La falta de previsibilidad impide planificar con horizontes de inversión, y la coyuntura desplaza cualquier visión de mediano y largo plazo.
El agro de verdad, las personas y empresas que producen la tierra, hace años que están en situación económica y financiera compleja. Con precios relativos que no compensan los costos, los márgenes se han estrechado hasta niveles críticos. Hace unos años que los ingresos reales no alcanzan para sostener el negocio, especialmente en economías regionales y en producciones medianas y pequeñas. La consecuencia es clara: menor inversión, mayor concentración y un proceso de descapitalización paulatina.
El financiamiento, lejos de ser un apoyo, se ha convertido en una traba. Las tasas de interés en términos reales resultan inviables para cualquier línea de crédito productivo. En un sector que necesita invertir en tecnología, infraestructura y capital de trabajo, la ausencia de financiamiento accesible opera como una barrera para el desarrollo. El agro productivo necesita de dos variables estratégicas: agua y crédito. La falta de previsibilidad hace que la segunda variable sea irrazonable.
El peso de los costos argentinos es otro factor estructural. Los precios relativos quedaron descalzados desde hace años y siguen estando desacoplados de los internacionales. En términos logísticos también se pueden apreciar desbalances, transportar un camión de granos cuesta 32% más que en Brasil, lo que limita la competitividad frente a competidores directos y refleja un déficit histórico en costos comerciales e infraestructura. Sin un plan integral que reduzca estas brechas, la productividad del campo argentino seguirá atada a condiciones externas más que a mejoras internas.
Al riesgo político, macroeconómico, especulativo se le suma la incertidumbre climática, cada vez más frecuente y más severa. Sequías e inundaciones alternadas exponen la vulnerabilidad del sistema productivo. Sin herramientas de cobertura ni políticas de mitigación que acompañen, el riesgo climático se convierte en un agravante de la fragilidad económica del productor. La interacción entre costos altos, tasas irracionales, precios bajos y clima adverso crea una tormenta perfecta.
La consecuencia inmediata es el descreimiento, la caída de inversiones y la búsqueda de caminos cortos para subsistir económica y financieramente. Ante la falta de previsión, muchos productores frenan decisiones de ampliación tecnológica o compra de insumos estratégicos. Esta retracción no solo afecta la rentabilidad actual, sino que compromete la capacidad de innovación, la sustentabilidad y competitividad futura del sector.
Todo esto potencia un proceso que se viene dando desde hace décadas: la concentración es cada vez más evidente. Las grandes exportadoras logran mantener su rentabilidad a partir del control de la comercialización de insumos clave (semillas, fertilizantes y agroquímicos), compra concentrada y exportación de productos (granos) y el acceso a los beneficios fiscales coyunturales. El resultado es un agro más desigual, con un interior productivo debilitado y un puñado de corporaciones que concentran márgenes.
El trasfondo político es ineludible: Argentina enfrenta un cuadro de insolvencia fiscal que empuja a gobiernos de distinto signo a usar al agro como variable de recaudación. Esta lógica reactiva y coyuntural ha sustituido a la planificación de políticas de mediano y largo plazo, necesarias para integrar al sector como un eje estratégico de un proyecto de desarrollo nacional. Cada crisis reproduce la misma dinámica: parches en lugar de estrategia, improvisación en lugar de previsión...
Pensar al agro más allá de la coyuntura es urgente. Se necesita previsibilidad, reglas fiscales claras y saludables, crédito adaptado a las necesidades de la producción, una estrategia de infraestructura que reduzca costos y un marco de innovación tecnológica que potencie la competitividad y sostenibilidad. Todo esto parece muy teórico, pero solo es razonable, normal en un mundo complejo. Pensar y potenciar sectores estratégicos es la tarea. El agro argentino tiene potencial para ser motor de desarrollo y sostenibilidad, pero sin políticas claras y estables seguirá atrapado entre las urgencias de la macroeconomía y la ausencia de visión estratégica.
(*) Emprendedor agro | Asesor y consultor | Formador | Docente, investigador y extensionista |