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EL DIARIO digital
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La ausencia del ya consolidado Martín Berhongaray y la aparente inexistencia de un "Plan B" sólido, empujan al centenario partido a desempolvar un "Plan C" que, según los murmullos de los pasillos políticos, tendría nombre y apellido: Francisco Torroba. El veterano dirigente habría dejado trascender que está dispuesto a "hacer el esfuerzo".
La posible baja de Berhongaray, una figura que logró construir un perfil propio, deja un vacío considerable. Su presencia en la boleta podría asegurar una base de votos y una visibilidad que la UCR no tiene en abundancia. Sin él, en la primera línea, el partido se encuentra ante el desafío de encontrar un liderazgo que capitalice el descontento o que, al menos, logre retener el caudal propio.
Lo que resulta más llamativo, desde una perspectiva de análisis político, es la ausencia de un "Plan B". Esto sugiere una falta de renovación interna o una incapacidad de la actual dirigencia del partido para proyectar nuevos nombres con la suficiente fuerza y consenso. ¿La cantera radical se secó, o los dirigentes no lograron ponerse de acuerdo en una segunda opción clara, dejando al partido a la deriva estratégica? La respuesta a esta pregunta es crucial para entender el presente radical.
Y es aquí donde, como por arte de magia (o de descarte), emerge el "Plan C": la figura de Francisco Torroba. Exintendente de Santa Rosa, exlegislador provincial y exlegislador nacional, Torroba es un referente de la "vieja guardia" radical, con un capital político ganado en batallas pasadas pero cada vez con menos peso específico. Su posible candidatura, sin embargo, no excede la lectura de una opción que se rescata ante la falta de alternativas frescas y contundentes. ¿Es un signo de pragmatismo ante la escasez, o un retorno a fórmulas conocidas que, si bien tienen su peso, quizás no generen el entusiasmo que una elección legislativa exige en un contexto de polarización y hartazgo con la "política tradicional"?
Este escenario de "Plan C" desnuda las internas y las dificultades estructurales del partido centenario. Y muestra una UCR más reactiva que proactiva, forzada a mirar hacia atrás para encontrar soluciones a los desafíos del presente. La capacidad del partido para capitalizar esta "nostalgia" o para, efectivamente, construir un mensaje renovado alrededor de una figura conocida, será clave para determinar su competitividad en las urnas de 2025. El desafío está planteado: ¿podrá el "Plan C" sacar a la UCR de su propia encrucijada y devolverle el protagonismo que tanto anhela?