La Pampa

Animal político

Por JP Gavazza

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EL DIARIO digital

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Rubén Hugo Marín hizo política hasta sus últimos días. Fue un soldado de esa causa, fue su razón de ser, la llevaba en su naturaleza: un animal político que nunca sacó los pies del plato, que no hubiera podido vivir sin esa actividad que, dicen, está destinada a la transformación de la vida de las comunidades. Contagió a toda su familia de esa pasión militante y con sus 89 años a cuestas seguía yendo a actos, caminando calles, convenciendo vecinos y sugiriendo formas de salida a sus sucesores.

Marín fue el líder más grande e inolvidable del peronismo pampeano, el gobernador más importante que tuvo La Pampa, maestro de otras generaciones, rey de la negociación, rosquero empedernido, posiblemente el mejor orador político que haya tenido la historia de la provincia, el único que en algún discurso ha alcanzado dotes de estadista.

La quedan pesadas cuentas pendientes, no del todo saldadas: su respaldo culposo y contradictorio, pero contundente, a los años en que el peronismo traicionó a su pueblo para volverse neoliberal e indultador de genocidas; su desesperación por permanecer en el poder a toda costa, amuchando reelecciones que lo llevaron a terminar su gestión entre sombras de corrupción; su rol y actuación en la etapa más oscura, en la dictadura y en la previa, cuando conspiró contra el gobierno de José Aquiles Regazzoli.

LOS PRIMEROS CÓDIGOS

Después de coquetear con el socialismo, en su Trenel natal, el abogado Marín se metió en política por la puerta del sindicalismo, que lo cobijó y le enseñó los primeros códigos. De pibe ya se codeó con el poder: la CGT lo impuso como candidato a vicegobernador en el '73, en tiempos de un peronismo pesado y tenso. Había sido funcionario del Ministerio de Trabajo en la dictadura "blanda" (ponele) de Agustín Lanusse. Era un sub-40 cuando le tocó completar la fórmula con José Aquiles Regazzoli para ganar la gobernación pampeana.

Vinieron tiempos tormentosos. En La Pampa, como en todo el país, las ramas sindicales se pararon de manos en la lucha interna. Marín conspiró políticamente contra Regazzoli, como ocurría en otros territorios entre bandos parecidos, etiquetados a grandes rasgos, dentro del peronismo, como "la derecha" ortodoxa y la "izquierda" de la JP.

Cuando cayó el gobierno peronista en manos de la dictadura más cruel, Marín pasó unos días preso: no sufrió torturas ni la pasó tan mal como otros compañeros. Estaba a cargo del Poder Legislativo que se derrumbó con la democracia. Creció la leyenda de que armó listas negras con Ramón Camps, el delegado de la dictadura. "En la puta vida estuve con Camps", dijo Marín, pero no pudo derribar algunas sensaciones.

La postura de algunos de sus aliados, el macartismo explícito de su padrino sindicalista Carlos Aragonés, le dieron aire al relato de que había sido un colaboracionista. "Buchones", los bautizó Mireya Regazzoli, hija del exgobernador. "Cómplice colado", le dijo durante los juicios por delitos de lesa humanidad Raquel Barabaschi, víctima paradigmática de los delitos de lesa humanidad cometidos en La Pampa.

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

Cuando volvió la democracia, Marín ya estaba parado en la línea de largada. Obtuvo el 40,22% de los votos en el '83 y se convirtió en gobernador pese a la oleada alfonsinista que recorría el país. Su vice era Manuel Justo Baladrón, algo así como contraparte y complemento. Si Marín fue toda la vida un animal político, Baladrón era alguien que como vice jamás pondría en riesgo esa jerarquía. A Marín no le iba a pasar lo que le pasó a Regazzoli: Baladrón ofrecía un seguidismo más parecido a la sumisión que a la lealtad.

Marín armó su propio sector interno, Convergencia Peronista, para marcar la cancha. Siempre estuvo en su radar acumular poder. El espacio sigue hoy vivito y coleando, con sus vaivenes y algunas derrotas acumuladas en los últimos tiempos, pero sin embargo vigente. Es obra de Marín y por eso el sector Naranja sigue con su apellido: el diputado Espartaco Marín y la diputada nacional Varinia Marín son sus principales exponentes.

"El Tío", que ya empezaba a ganarse ese apodo, tenía 49 años cuando llegó por primera vez a la Gobernación. Contaba de su lado, ya, una serie de contactos acumulados, trayectoria abundante para esa edad, y además proyectaba futuro. Fue pragmático, pillo y tramposo cuando hizo falta.

En esa primera gestión puso en evidencia sus dotes negociadores y tomó una decisión que lo distingue para siempre, también con la idea de acallar los relatos sobre su colaboracionismo con la dictadura: mandó a abrir sumarios a policías acusados de haber torturado en la provincia.

LA ETAPA MENEMISTA

En el '87 quedó en la Gobernación Néstor Ahuad, otro dirigente que estuvo lejos de ser animal político. Marín lo sabía opaco y se fue de gira por cargos legislativos nacionales sabiendo que volvería a la Gobernación cuando se lo propusiera.

Fue en el '91, con el 49% de los votos y con Carlos Menem ya instalado como presidente. En la interna nacional entre Menem y Antonio Cafiero, Marín jugó para el bonaerense. Pero ni al pampeano ni al riojano les costaron mucho las volteretas. A la hora de la gestión, ya eran como hermanos de toda la vida.

Marín se menemizó. Esa etapa marcó su estilo. Entre la reforma del Estado y la farándula, entre las privatizaciones y el indulto, entre el desempleo y la globalización, entre el "mundo libre" y la droga fácil circulando en los barrios pobres.

Marín tuvo con los '90 una relación cargada de emociones y paradojas: fue un fanático del menemismo, quizá el gobernador en quien más confió Carlos Menem, a tal punto que soñó seriamente con una proyección nacional, con ser su vicepresidente en algunas de las reelecciones. Menem hasta lo había puesto como interventor del PJ de Buenos Aires.

Marín justificó el indulto y soportó que la provincia viviera en esa década su peor momento en cuanto a la situación laboral: crecieron, como en todo el país, la pobreza, la desocupación, los pibes en las esquinas sin trabajo ni educación, la violencia. Esa época le permitió también, y por eso mismo, fortalecer su red de punteros y asistencialismo: extendió tentáculos y el poder de Convergencia se hizo hegemónic. En los barrios, sí, pero también en el propio PJ, en los medios de comunicación, en las entidades intermedias.

REELECCIÓN Y PATAGONIA

La acumulación de poder se volvió el modo de construcción y derivó prontamente en la necesidad de perpetuación. La reelección de Menem con el Pacto de Olivos tuvo en La Pampa una variable: Marín sacó el 54% de los votos en el '95. Pero antes arregló con Ricardo Telleriarte, "democratizado" en su partido Convocatoria Independiente después de haber sido gobernador de la dictadura. La miró de afuera Antonio "Pacheco" Berhongaray, con quien de todos modos Marín había gestado siempre una relación de ida y vuelta, madura y que les convenía a los dos.

Ambos líderes fueron centrales para que La Pampa lograra en el nivel nacional ser considerada como una provincia perteneciente a la región Patagónica: trabajaron en tándem para llegar a esa cucarda que hoy representa algunos beneficios. La ley formal había nacido en los '80, se hizo práctica en los '90, cuando La Pampa fue sede de encuentros regionales de alto volumen político e institucional, con presencia de los gobernadores, entre ellos el santacruceño Néstror Kirchner.

La gran paradoja de la relación de Marín con el menemismo fue que mientras el gobierno nacional avanzaba en desregulaciones de la economía y privatizaciones de la mano de Domingo Cavallo, Marín bancaba esa avanzada con el discurso pero protegía relativamente a La Pampa de la mano maldita del mercado. Sostuvo la caja previsional, el banco provincial -incluso el Banco de La Pampa apostó a una sugestiva compra del Banco Dorrego- y el canal de televisión. No se usaba tanto, en aquel entonces, la expresión "Estado presente", pero el marinismo lo garantizó de algún modo fronteras adentro.

Eso también fue criando un PJ local acostumbrado a hacer de dique a las intromisiones nacionales, una conducta que en general se ha sostenido hasta estos días.

El pacto con el menemismo incluyó para La Pampa recordadas obras de infraestructura, las más importantes que se hayan hecho: las 5.000 viviendas, la extensión del gas natural, el acueducto del Río Colorado. Las acusaciones de corrupción se silenciaban y Marín se daba el lujo de dejar frases para la posteridad: "un mate y una denuncia del FrePam en La Pampa no se le niega a nadie", inmortalizó en referencia a la alianza opositora local.

NO HAY DOS SIN TRES

Como no hay dos sin tres, y como la proyección nacional se le acotó, Marín fue por otra reelección: le costó más y tuvo impactos perjudiciales. En el '98 jugó a fondo y forzó la situación, por un lado, en la Legislatura, donde el fantasma del soborno quedó dando vueltas tras los avales de Juan Sansón (diputado del MoFePa que aparecía a tiro del Poder Judicial y negoció impunidad a cambio de mano alzada) y de Emilce Ozzán, del Partido del Frente, que se dio vuelta como una media y votó a favor de la reelección pese a que había firmado un compromiso explícito en contrario. Quedó bautizada como "La Chica del 17", el número de votos que consiguió el PJ.

También del Poder Judicial esa reelección salió con fórceps: con el único voto contrario de Ciro Ongaro, el STJ avaló un "siga siga" diciendo que no se metía en política. Y tampoco en matemáticas: determinó muy polémicamente que 17 diputados podían ser considerados los dos tercios de 26.

A la hora de las urnas, Marín arrasó: una impresionante ola de popularidad le dio la victoria en el '98 para la Constituyente y reafirmó su gobernación con el 57% de los votos en el '99. Pero en su mejor momento en la relación con el pueblo, vino lo peor.

Se había gestado en esos años una oposición diferente a la tradicional: con el dirigente cooperativo Pablo Fernández como líder se rompió la historia de pactos con la UCR, hecha de cuestionamientos moderados y supervivencia de los partidos clásicos. Se iba gestando el Frepaso a nivel nacional y eso generó un caldo de cultivo.

La reelección del '99 malpredispuso a Carlos Verna, que tenía ansias de que llegara su momento y hasta armó una "triple alianza" para votarle en contra a Marín en la Constituyente, sobre todo en General Pico y zona: ese tiro le salió por la culata. Marín mandó a Juan Carlos Tierno a ponerlo bajo investigación del tribunal de disciplina partidario. Pero hubo arreglo.

Aún así, la interna se diseminó por toda la provincia. Marín perdió peso en algunos municipios, especialmente en el norte. A la etapa de sequías e inundaciones se sumaron impericias en la gestión, algunas derivaciones de la hegemonía hacia la falta de oxígeno interno y la violencia. Asomaron a cada paso los efectos nocivos de la década del '90. El marinismo fue el vernáculo blanco elegido del "que se vayan todos" en 2001. Empezaron a ventilarse y a hacerse más evidentes algunos hechos de corrupción en el gobierno, que justamente le permitirían a Verna exponerlo con brutalidad cuando llegara a la Gobernación en 2003.

LA SALIDA Y EL VÍNCULO K

Con el gobierno y la imagen de Menem en caída, Marín siguió ese mismo rumbo, inevitable: a disgusto, a su salida del gobierno pampeano, tuvo que apadrinar la candidatura de Verna y granjearse las broncas de sus otros pretendidos delfines, como Oscar Mario Jorge o Heriberto Mediza. Dijo Verna, elogioso como pocas veces: "me tengo que poner a manejar una Ferrari de la que se baja Fangio".

La salida del poder no fue fácil. Sus colaboradores del riñón desfilaron por Tribunales: Santiago "Patucho" Álvarez, Elsa Labegorra, Hugo Agüero, Luis Araniz fueron caras visibles de ese último tramo de su largo gobierno en que la permanencia en el poder derivó en sensación de impunidad y manoteo generalizado. Se sumaron a las de Jorge Matzkin y La Banda de los Pampeanos, un grupo de otro nivel que además terminó en el redil del antiperonismo. 

Marín fue a parar al Congreso Nacional. Y aunque el relato marinista pretende dibujar un acuerdo con el kirchnerismo, la memoria de la realidad -que es única verdad- no es ni tan blanca ni tan negra: dice cosas un poco más grises. De arrancada, Marín bautizó a Néstor Kirchner como un "chirolita" de Eduardo Duhalde: ni hace falta decir que fue un pronóstico fallido. Le pasa a cualquier burrero, y Marín lo era.

Además RHM había jugado fuerte para el menemismo en la elección de 2003. Incluso dio el consejo de bajarse de la segunda vuelta, una jugada que buscó debilitar desde su nacimiento a la presidencia de Néstor.

Más resentimiento le provocó la rutilante aparición de Cristina Fernández de Kirchner. El día en que "Ella" le ganó la madre de todas las batallas a Chiche Duhalde en la provincia de Buenos Aires, en la sede del PJ pampeano Marín miró para otro lado y habló de la elección en ciudad de Buenos Aires. Ese domingo trató con simpatía la victoria de Mauricio Macri, con la excusa de que era "un bostero". Marín también lo era.

Cuando en 2008 dependió de su mano alzada la Resolución 125 que disparó la "guerra gaucha" y amenazó la gobernabilidad de Cristina por la rebelión de las patronales rurales, Marín eligió "el campo". Votó con Carlos Reuttemann y con Julio Cobos contra el gobierno, aún cuando su compañera de banca, la siempre marinista Silvia Gallego, prefirió acompañar al kirchnerismo.

ESTÁ EN SU NATURALEZA

En la provincia, animal político al fin, Marín no pudo con su naturaleza: siempre dispuesto a dar la cara por sus soldados del riñón, no esquivó la pelea interna contra el vernismo en 2007. Verna no se animó a enfrentarlo y le puso a Oscar Mario Jorge como delfín. Ya eran tiempos de antipolítica. Verna jugó con eso, abrió las urnas del PJ a los "independientes" e hizo que Marín mordiera el polvo de la derrota en un escenario que creía propio: las urnas.

"El Tío" había repetido toda su vida que no había que comer el guiso antes de cazar la liebre. La derrota fue dura y empezó un desfile de dirigentes: caras de Convergencia transfugaron hacia la Plural. Aunque tuvo que abandonar la presidencia del PJ Marín no se rindió y, animal político, dio la cara y dio pelea. Eso sostiene hoy a Convergencia como un sector no mayoritario, pero ineludible en la interna del peronismo.

Después sí vino un tiempo de reconciliación con el kirchernismo. Aún cuando Cristina hizo que el PJ pampeano tuviera que tragarse el sapo de una candidatura definida a dedo, Marín le puso la estructura del partido y de Convergencia a María Luz "Luchy" Alonso, para que hiciera su joven debut como diputada en 2011. No faltaron feroces disputas, ni riñas politiqueras.

Dicho está: Marín nunca sacó los pies del plato de la política.

En los últimos tiempos, más alejado de lo institucional y de los cargos, siguió vigente a su modo. Impuso el alto perfil de su hijo y su hija (que además lucen entre los más formados dirigentes políticos locales, y por algo será); siguió siendo hombre de consulta; cuando quisieron ningunearlo marcó la cancha; pegó algunos gritos, protegió compañeros, metió cizaña. Convenció a su familia completa de militar el peronismo naranja, vio crecer a sus nietos, llamó de urgencia a imitar el acuerdo de Perón y de Balbín para que no ocurriera el insólito desembarco libertario en el gobierno nacional.

Amado y odiado, reverenciado y fustigado, Marín es carne y hueso, pero a esta altura también es leyenda. Un apasionado de la política, con sus cuentas pendientes y agachadas a cuestas, el líder más grande del peronismo pampeano y el gobernador más importante que tuvo la provincia, inimitable en sus virtudes para la política, perseguido por las sospechas de la traición y la corrupción, innegable como referencia y faro.

Murió y será inevitable en ciertos rincones alguna sensación de orfandad, pero no podrá evitar seguir estando. En las anécdotas, en los recuerdos, en las ideas, en las enseñanzas: es lo que pasa, siempre, con un animal político.

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