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EL DIARIO digital
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Por Juan Manuel Schulz
"Yo soy el payaso Jimmy. Trato de hacer un peso, hay mucha gente y la verdad es que pensé que iba a vender un poco más. Pero bueno, no importa. Hoy es un día de fiesta por este chico".
Jimmy tiene los pies cubiertos de enormes zapatos. Está pintado y vestido de payaso y lleva en sus manos unos globos celeste y blanco hechos figuras, atados entre sí. Busca a las familias con niños o niñas pequeñas para mover la máquina. Se confunde entre la multitud, ofrece el producto con buena onda y espera en la explanada de la Casa de Gobierno. En un ratito Alexis Mac Allister va a salir al balcón a agradecer. Una y otra vez. Porque siente que la provincia es el lugar para hacerlo.
Aquí nació un campeón del mundo de 23 años que se consolidó en Qatar como uno de los mejores jugadores de la Selección nacional. Y aquí vuelve para tatuarse otra sensación explosiva de amor de un pueblo que extiende su felicidad, casi hasta la víspera de la Navidad, donde esa sensación se potencia en copas cargadas de sidra y champagne.
En este mismo suelo tapado de un gris húmedo, ahora renovado, hay una enorme pista que se ilumina, casi vestida de gala. El Learjet 60 toca ese suelo pasadas las 11 y todos quieren ser parte de ese momento. Un saludo, una foto, o contemplar el espacio, ese que habita como pasajero de otra dimensión Alexis. De la aeronave descienden Camila Mayán, su novia; Patricio, su tío; Javier, su padre; y Ceferino Almudévar, el subsecretario de deportes de la provincia.
Los reciben policías que fuera de protocolo piden fotos. Es un gran contrapunto con esos trabajadores de las nuevas obras del Aeropuerto que preparan sus celulares para eterizar el momento hasta que un empleado los obliga a volver "para no perder la credencial". Bajo la lluvia, en tiempo de descanso, los muchachos se quedan sin el pan y sin la torta. No debe haber algo más injusto que los ladrones de ilusiones.
Como sea, Alexis se abraza con Nico, su primo, y sube al camión que lo llevará desde la salida del Aeropuerto hasta el Centro Cívico, el final de este otro hermoso viaje. Su padre, Carlos Javier, contemplará el momento como navegante, en la mismísima cabina del chofer.
Multitud
"A media mañana había gente, pero no tanta. Por suerte en poco tiempo se juntó mucha. Es un gran momento para que todos lo vivan" cuenta Julia.
Apenas afuera del Aeropuerto lo reciben como héroe. Como aquel guerrero que encabeza una línea de ataque diseñada por el gran capitán y es parte de una raza gregaria dispuesta a todo.
De sonrisa tímida, pero sostenido y con pisada firme, levanta la mano para saludar y agradecer. Es un gesto que vale mil palabras. Va de un lado al otro del camión y siente que quiere devolver un poco de ese amor. Como en un "tomala vos, dámela a mí ". Como en cada partido del mundial, la devuelve al pie.
Este momento histórico, tal vez el de mayor movilización para la capital provincial (hasta supera largamente al de Emanuel Arias a su regreso de Operación Triunfo en 2003), es un mar que se abre paso como por orden de Moisés. En ese camino está la Abu que lleva a sus nietos para ver al campeón, o el profe que del club que siente que Mac Allister, como toda la Selección, es un ejemplo íntegro.
Apenas ha pasado el mediodía y es mitad de camino de esa caravana. El reloj pasa rápido, el camión avanza a paso de elefante y el momento parece prolongarse como un tiempo extra para Alexis.
Valentina y Delfina juegan al fútbol. Tienen la camiseta de Argentina y, como el resto, celebran el momento. Las dos, además del amor incondicional por la Selección y el cariño por Alexis al que pudieron saludar, coinciden en el sentimiento de pertenencia que les generó el equipo en Qatar y el orgullo que sienten por eso.
El Factor Selección es tan grande que perfora cualquier diferencia. Más bien las arrima. Un cajero de un supermercado pide permiso y un médico residente lo otorga; un grupo de la Comisión de Fomento de La Reforma despliega un trapo con inscripción -porque ahí también hay orgullo de pertenencia- y agita una bandera argentina gigante en la fuente del Centro Cívico. El amor es más fuerte. Verónica, una enorme tenista y padlista viviendo en Estados Unidos, no quiere perder el momento. Tiene puesta la camiseta de la selección y se junta con su hermano Federico. Por ahí atraviesa el lugarcito ocupado por la escuela de Matadero y quiere ver qué pasa con el héroe que jamás olvidará.
Demasiado para mí
Como un relato poético, casi fantástico, el cielo se cierra y se abre. Pero nada de eso importa. Mauricio se levanta temprano, no descansa ni quiere vacaciones. Anda de un lado a otro y cuenta que su felicidad es inmensa. Es la segunda vez que ve campeona a la Selección. Sin embargo, sorprende cuando confiesa que la mejor que vio fue "la del '90". "Creo que pude saber qué era el fútbol, tomé conciencia ahí" declara.
La música y la letra fluyen por la energía de su peso específico acorde a los momentos. Con los instantes. "Demasiado para mí es este amor en esta vida" parece decir Alexis, sin palabras, que no se detiene y saluda. No hay universos paralelos, hay solo uno habitado por este brillante campeón que sigue penetrando el pecho de muchos.
Ahí, como un guiño, suena la mejor canción de todos los tiempos, "Un'estate italiana", que inevitablemente teletransporta a la imagen de Diego y su tobillo; y los insultos a los tanos y el partido del bidón a Branco con Brasil, y el subcampeonato.
Eva tiene la misión de verlo y ganarse unos pesos. Preparó varias banderas que vende a 4 o 5 lucas "dependiendo la cara". Alexis está en una de ellas; en la otra, Messi corriendo bobos. "Algo vendimos, poco, pero no importa ¿Vas a comprar o no?", pregunta.
Mientras otro vendedor que no se pierde ninguna definición -ni por penales- pasa con la 10 de Messi en la espalda y unos posters de cartón con las figuras de Argentina que revenderá a poco dinero. Como Riquelme, aunque no venda, está 'felí'.
Santa Rosa es una fiesta inolvidable. Es una réplica de cada punto de la Argentina con estos chicos gloriosos. Cada ciudad del interior se convierte en una pequeña Buenos Aires de minimultitudes. Son oleadas celestes y blancas, ruidosas, felices, despojadas.
"Lo que siento es orgullo. No me queda otra palabra" se anima a decir Cartucho, fanático de River. "Hay una enorme demostración de cariño hacia Alexis y a toda la Selección" agrega Enzo. "Hemos vivido un momento único después de 36 años. A estos chicos no les importó nada, salieron a jugar a la pelota", destaca. Los dos son de General Pico y están ebrios de felicidad.
Tras casi dos horas, el locutor anuncia que Alexis "está aquí". Es un speech recurrente de los presentadores de fiestas populares cuando el artista central arriba al lugar. Genera expectativa, confirma el dato y anima al espectador.
Decilo, Enzo, decilo que es cierto que va a salir a saludar. Y Alexis aparece por el balcón del Salón de Acuerdos de Casa de Gobierno y se pone a cantar con todos. Se une a la fiesta que es su fiesta y la de todos y todas.
En instantes de soledad, contempla su peli de 23 años que ya hoy son 24 un 24 de diciembre. Hay una carga de omnipresente amor con esta provincia. Es el germen de un santarroseño y una victoriquense, acaso una fusión perfecta resumida en la de un campeón nacido para romperla.
"Estamos en presencia de un hecho histórico. Benja tiene 8 años y está feliz de vivir esto. Estos chicos de la Selección han hecho todo bien. Y lo mejor es que transmiten valores. Fueron un verdadero equipo", confiesa Nico, un deportista que entiende la naturaleza del éxito.
El campeón, aún incrédulo por la convocatoria popular que brota amor en todos los colores y formas, tiene una réplica de la copa del mundo en sus manos. La levanta y la muestra. Está en su centro, en su eje. Y como Trueno, viene a responder a los que preguntan quién es, dónde nació y a dónde va. Alexis es, sobre todo, de Tierra Santa. La de los campeones del mundo.