La Pampa

Línea 8: el recorte que dejó aislados a niños, estudiantes, mujeres y personas mayores

Los vecinos argumentan que reincorporar el tramo no sería ni costoso ni demandaría mucho tiempo. En Villa Amalia, Navarro Sarmiento y Villa Martita, esperan el regreso del servicio

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EL DIARIO digital

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Desde marzo, los vecinos de Villa Martita y otros barrios aledaños de Santa Rosa quedaron aislados por un cambio en el recorrido de la línea 8. Una decisión que, según relatan, impactó en su autonomía, su economía y su vida diaria, obligándolos a caminar más de dos kilómetros para acceder al transporte público.

Entras las víctimas de la decisión hay mujeres, niños y niñas (de esta zona y otros barrios), empleadas domésticas, profesoras de apoyo, estudiantes universitarios y personas mayores. 

"El primero de marzo, el día que empezaban las clases, mis hijas estaban en la parada esperando, pero el colectivo nunca pasó". Con esa imagen, Julieta, antropóloga, docente universitaria y vecina de Villa Martita desde hace más de 40 años, resume la forma abrupta en que su vida y la de su comunidad cambiaron. El barrio, que históricamente contó con servicio de transporte público, incluso cuando todas sus calles eran de tierra, se quedó sin su única conexión con el resto de la ciudad.

Hasta febrero, la línea 8 era su vínculo con el resto de la ciudad. Aunque la frecuencia era escasa —pasaba cada hora y cuarenta minutos y tenía un corte al mediodía—, "pero pasaba", enfatiza Julieta. Paradójicamente, la modificación que los dejó afuera del mapa del transporte público se hizo para agregar un segundo colectivo a la línea y mejorar la frecuencia para otros. Antes pasaba cada una hora y cuarenta minutos y ahora cada cuarenta: pero ya no llega a los barrios de Villa Amalia, Navarro Sarmiento , Martita y Villa Hilda, un sector de urbanización reciente al sur de la avenida Palacios. 

Ahora, siete colectivos (dos de la línea 8 y cinco de la 7) pasan por la intersección de Palacios y Circunvalación, a metros del barrio, pero "ninguno de ellos es capaz de entrar".  

El impacto de esta medida trasciende la simple molestia. Para Julieta, se trata de una vulneración fundamental: "el derecho de acceso a la ciudad, creo que es un derecho. Y a nosotros nos lo acaban de sacar". Sale al cruce de cualquier prejuicio con el barrio: "se piensa que todos los que viven acá son de alto poder adquisitivo. Claro, hay gente con plata. Pero estamos quienes tenemos un sueldo, trabajadores, estudiantes y la gente que viene a trabajar. Todos estos fuimos los perjudicados", dice.

Recordó que en la década de los '90 el Expreso Anguil paraba en la ruta. Después ya no le permitieron parar y además no hay banquina. "Estamos peor que antes, no tiene lógica", dice Julieta.

Historias de aislamiento y pérdida de autonomía

Las consecuencias se sienten en cada hogar de manera distinta, pero con un denominador común: la pérdida de independencia y la alteración de la rutina diaria. Julieta, que tiene un problema en una rodilla y un auto viejo que a menudo la deja a pie, dependía del colectivo para ir a su trabajo o acompañar a su hija a sus actividades. Recientemente, con el coche roto, tuvo que caminar 2.400 metros desde la parada más cercana, en la rotonda del Procrear, hasta su casa, un trayecto por la vera de la Ruta 5, sin bicisendas, con poca iluminación y expuesta a la velocidad de los autos y las inclemencias del tiempo. "Ahora tengo que hacer 2400 metros para tomármelo", lamenta.

Para sus hijas, el golpe fue directo a su autonomía. Victoria, de 13 años, que participa activamente en el centro de estudiantes, "se manejaba sola con el colectivo" para ir a la escuela, a sus clases de educación física en contraturno o a entrenar básquet en el Club Belgrano. La elección de ese club, de hecho, se basó en la posibilidad de que ella pudiera llegar por sus propios medios. "Ahora dependen de mí", explica su madre. "Una de ellas llega siempre tarde porque yo tengo que salir del trabajo, ir y llevarla". La falta de transporte no solo complica la logística familiar, sino que coarta la participación juvenil que tanto se fomenta, ya que "terminás descartando la actividad a veces" por depender de otros.

El aislamiento también afecta el acceso a servicios básicos. Para ir al centro de salud que le corresponde en el barrio Matadero, Julieta (que se tiene que tomar la presión) ahora no tiene cómo llegar. Antes, el colectivo la dejaba a una cuadra: lo tomaba a tres cuadras para ir.

Melania (16), la hija de Julieta, lo cuenta de primera persona. "Perdí totalmente la autonomía: Yo me manejaba sola con el colectivo. Voy a la escuela pública. Ahora dependo un cien por ciento de mi familia para moverme", explicó. Usaba el cole para las actividades de la tarde: inglés, educación física y las reuniones del centro de estudiantes en la Escuela Normal. Una vez lo cruzó al intendente Luciano di Nápoli, para reclamarle por la línea 8. "Me contestó que no era una prioridad. Así me dijo", cuenta.

Y recordó otro hecho para sumar: "una vez invité a mis compañeras. Vinieron en colectivo. Las acompañé la parada para irse. Ahora eso ya no puede ser", dijo. 

Julieta ya se había movilizado reclamando más frecuencias en la Línea 8. Pero la respuesta fue que el colectivo dejó de pasar. Ahora la línea 8 pasa casa 40 minutos, pero solo por la colectora de la Circunvalación.

Los vecinos juntaron cientos de firmas. La entregaron en el Concejo Deliberante y los recibió el director de Transporte, Alfredo Carrascal. Les pidió que lleven propuestas de recorridos. Lo hicieron. "Pasan los meses y no tenemos nada", dijo Julieta.

Una comunidad desconectada

La medida no solo perjudicó a los residentes de Villa Martita, sino que también rompió los vínculos con otros barrios. Jóvenes de barrios nuevos que asistían a clubes de la zona ya no pueden hacerlo, y la conexión para actividades compartidas se ha perdido.

La comunidad se enteró de la decisión de manera informal y repentina. Una chofer le comentó a una de las hijas de Julieta que "estaban previendo que no iba a pasar más por el barrio", pero sin dar fechas ni certezas. La confirmación llegó de la peor manera: con la ausencia del colectivo en la parada el primer día de clases. Julieta recuerda el caso de una vecina con discapacidad (Vale) que, esperando que el colectivo doblara hacia su barrio como siempre, fue informada por el chofer de que el recorrido había cambiado y tuvo que bajarse mucho más lejos de su casa. Un vecino la vio caminando por la avenida Palacios y la llevó hasta la casa.

Otros vecinos, como una abogada mayor que no puede renovar su carnet de conducir por problemas de visión, o un hombre que tenía la parada casi en la puerta de su casa, también sufren las consecuencias directas de este aislamiento forzado.

María del Carmen (78) es abogada. Hace unos años le diagnosticaron un problema de cataratas, aunque no se puede operar. "No puedo usar el auto, porque no puedo renovar el carnet. Tuve que vender dos, uno con 23 mil kilómetros", dice.

Siempre se manejaba con el colectivo para ir al barrio, a Villa Martita. "Iba y venía. Lo usaba tarde, porque iba las actividades de la Iglesia. Y vuelvo tarde. Los colectiveros siempre me decían porqué andaba tan tarde", afirmó.

Además tampoco los taxis están disponibles. "Cuando hay lluvia no andan, si hay viento y tierra tampoco", dice. Además es costoso para usarlo para todo. Incluso cuando dejó de pasar el colectivo empezó a caminar: tuvo problemas en los pies, por una infección.

La abogada rechaza el argumento de que lo usan pocos pasajeros. "Fui al Butaló, un domingo. Y yo iba sola en el colectivo. A la ida y a la vuelta. No viaja mucha gente, pero no les sacan el colectivo", reclamó.

La profe de apoyo, Florencia vive en la calle Caligaris, en el Barrio Esperanza. Tenía alumnos que llegaban en la línea 8 desde Villa Martita y Villa Navarro Sarmiento. "Ya ni pueden venir. También tenían un alumno de la zona del Hospital y tampoco pueden llegar", explicó.

La docente conoce el Barrio Esperanza. Padecieron la improvisación con el tema de los colectivos. "La línea 7 y 8 entraban por la Caligaris. El primer día de clase nos quedamos sin colectivo, porque cambiaron el recorrido y no avisaron. Pensamos que había un paro. Era triste ver como estaban en las paradas esperando el micro", dijo Florencia que recuerda con pena ese día.

Los pibes de esos barrios Esperanza y Néstor Kirchner ya no pueden ir en cole a los clubes Médanos Verde y General San Martin, rescatado y renovado que ofrece varias disciplinas deportivas y actividades. Ahora tienen que ir si o sí en bicicleta.

Franco, un jubilado de 84 años dijo "a nosotros nos afecta el corte del servicio porque ya no viene la chica que limpiaba. Porque no tiene colectivo". Dijo que "vivo con mi señora, lo usábamos cada tanto, pero ahora no lo tenemos. Pasaba por delante de casa", dice. Vive en la calle Evangelista.

Como no puede sacar el carnet por la edad, el colectivo le solucionaba algunos viajes. Ahora su esposa está internada: se tiene que pagar el taxi para ir a verla. 

Mónica -que tiene una inmobiliaria- también cuenta lo que sucedió. Tiene una empleada doméstica que tomaba la línea 8 en la avenida Circunvalación. "Ella vive en el Plan 5.000. Hacías unas cuadras y ya tenía el colectivo. Ahora usa otro y se baja en la avenida Belgrano", detalló. Ahora tiene que caminar casi veinte cuadras a Nicanoff y Palacios. "A veces con el frio, la puedo llevar. Pero no todos los días, no puedo. Y ahora vienen los días de calor", advierte. 

Los vecinos argumentan que reincorporar el tramo no sería ni costoso ni demandaría mucho tiempo. La propia Julieta cronometró el recorrido por las calles del barrio (desde el desvío de Circunvalación y Palacios): "a 30 kilómetros por hora, tardé menos de 10 minutos. Con lo cual tampoco es una exageración poder ingresar". 

José, un estudiante de 34 años del profesorado de inglés, es uno de los tantos vecinos de Villa Amalia que vio su rutina diaria alterada tras el cambio de recorrido de la línea 8 de colectivos.  

"Yo solía tomar el ocho que nos quedaba a una o dos cuadras de casa", cuenta José, quien vive en la calle Chopin cerca de la avenida Palacios. Como estudiante del profesorado de inglés en la universidad, el colectivo era su principal medio de transporte para llegar a tiempo a clases. No solo era una solución de movilidad, sino también un espacio de encuentro: "Incluso me cruzaba con algunos compañeros ahí dentro del colectivo".

Sin embargo, desde que la línea modificó su recorrido, la situación cambió drásticamente. "He visto que desde que el colectivo cambió los recorridos, mis compañeros han dejado de ir, o sea, no es que han dejado la carrera, sino que supongo que han ido de otras formas. No los he visto más en la universidad", lamenta José, señalando la pérdida de ese punto de encuentro común que era el transporte público.

Para poder seguir asistiendo a la facultad y realizar sus mandados en el centro, José tuvo que buscar alternativas. "En su momento tuve que comprar una bici porque no tenía otra forma de moverme, y no iba a pagar taxi todos los días", explica. Más recientemente, un desperfecto en su bicicleta lo obligó a depender de servicios como Uber, una opción significativamente más costosa que impacta en su presupuesto. "Veré si puedo volver a la bici, no queda otra porque no hay opción", reflexiona.

El uso de la bicicleta, sin embargo, presenta sus propias limitaciones, especialmente frente a las inclemencias del tiempo como la lluvia o el frío del invierno, haciendo que transportarse a las 7 de la mañana sea casi imposible. Además, José anticipa un problema mayor a futuro: las prácticas docentes. "En tercer o cuarto año te toca ir a las escuelas a dar clase, tenés que ir con el guardapolvo blanco. Imaginate un día de lluvia", comenta sobre la inviabilidad de llegar en bicicleta en esas condiciones.

El colectivo no solo era fundamental para él, sino para toda su familia. Lo utilizaban para visitar a su hermana, que vive cerca de la zona del Tiro Federal y para hacer las compras en el centro, ya que facilitaba el traslado de las bolsas.

José también cuestiona la justificación detrás del cambio de ruta. Señala que el nuevo recorrido, que se adentra en el barrio Procrear, no parece tener una gran demanda: "En el Procrear, por ejemplo, no sube ni baja casi nadie". Esta situación, sumada a la cantidad de personas que sí utilizaban el servicio en su barrio, lo lleva a pensar que la decisión no se justifica ni por el costo del boleto ni por el gasto de combustible.

La medida no solo afectó a estudiantes como él. José ha notado la ausencia de trabajadoras que llegaban desde otros barrios a la zona de Villa Amalia. "Veía muchas señoras que venían en el colectivo y no las he visto más por el barrio", afirma.

A pesar de la frustración, mantiene una luz de esperanza. Al observar que se están realizando obras de asfaltado en su barrio, especula: "Tal vez en algún momento, cuando terminen de asfaltar, se decidan a meter el ocho un poco más para acá adentro".  

Por ahora solo hay bronca en los barrios afectados contra una decisión que no entienden y que dejó sin un servicio esencial que con vaivenes se prestó durante décadas en ese sector. Los vecinos de Villa Amalia, Navarro Sarmiento y Villa Martita, esperan el regreso del servicio.  

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