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EL DIARIO digital
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La fotografía captura la esencia de esta paradoja: un auto de época, majestuoso en su antigüedad, posando en solitario sobre el empedrado, sin rastro de transeúntes y sin el bullicio del gentío.
El conductor del flamante Fiat 125, del año 1976, es el vecino santarroseño Jorge López y la imagen la tomó un amigo suyo. López, ex empleado del Banco de La Pampa y fanático de los autos antiguos, también tiene una Coupe Torino impecable y una camioneta Dodge con la que suele pasear asiduamente por la ciudad.
La escena es un contraste casi brutal. La inversión en infraestructura, el esfuerzo por modernizar el centro de la ciudad, se encuentran con una realidad económica que parece haber vaciado las calles. El vehículo antiguo, un vestigio de tiempos pasados, se convierte en el único protagonista de un espacio diseñado para la multitud. La ausencia de gente, la quietud casi fantasmal, no es un mero capricho estético de la toma, sino un reflejo crudo de la profunda crisis económica que atraviesa el país y, por ende, la provincia.
El comercio local, los servicios, la vida cultural que debería florecer en un espacio como este, se ven directamente afectados por la retracción del consumo y la incertidumbre. La imagen del coche de época, detenido en el tiempo y en un espacio desierto, es una metáfora visual de una ciudad que, a pesar de sus nuevas fachadas, siente el peso de una realidad que empuja a la gente a quedarse en casa, a reducir al mínimo sus salidas y gastos.
La semipeatonal, concebida como un motor de reactivación y disfrute, se convierte así en un testimonio silencioso de los tiempos que corren. Un recordatorio de que, más allá de las obras y las intenciones, la vida urbana late al ritmo de la economía, y cuando esta se contrae, hasta los espacios más prometedores pueden quedar sumidos en una desoladora quietud. La foto, más que una postal turística, es un documento social de la Santa Rosa actual.