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EL DIARIO digital
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"Milicos hijos de puta". En medio de la sesión la terapeuta no entendía el insulto ni el llanto desconsolado que asaltó de repente a esa mujer dulce y de pelo cano. La paciente había acudido a la una consulta por un problema laboral y un ataque de pánico. Por primera vez, mencionaba algo así, desconectado, en la conversación. "¿Quiénes son? ¿De qué hablás?", preguntó la analista.
Ni se imaginaba que esa mujer, sentada en un consultorio de Barcelona, España, hablaba por primera vez, después de más de 40 años, de algo horrible que le había sucedido en otro país, tan lejano y cercano a la vez, hace tanto tiempo. Había intentado borrarlo todo, ni siquiera lo sabían sus tres hijos. Pero afloró con una fuerza incontenible y la necesidad de la sanación.
Dos años después del episodio, y de una terapia sostenida, María Elena Santos, una pampeana nacida en General Pico, de 63 años, se sentó esta vez frente a la pantalla de una computadora para declarar, vía Zoom, ante el Tribunal Federal 5 de Buenos Aires, que lleva adelante desde junio de este año el séptimo juicio por crímenes cometidos contra casi 400 personas en el centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la ESMA.
Hay un solo acusado como autor, el exoficial de Inteligencia de la Marina, Jorge Luis Guarrochena, juzgado por primera vez. Era conocido con el alias "Raúl" y el dato clave para que lo identificaran fue aportado por Víctor Basterra, quien fue obligado en su cautiverio a confeccionar documentación falsa de los represores y logró sacar su foto junto a la de 70 represores- y aportarla en una presentación ante el CELS.
Secuestro e incertidumbre
María Elena Santos, "Mariel", declaró el pasado viernes 22 de setiembre desde Barcelona, donde vive. Tiene 68 años, nació en General Pico y en 1978 vivía en Colegiales, Buenos Aires, junto a su marido, Daniel Oscar Oviedo, y su hija María Sol, de año y medio. Militaba en la Juventud Unida Peronista de La Plata.
En plena dictadura, el 20 de noviembre de 1978 a la tarde, lo secuestraron a él en una cita. Habían quedado de acuerdo en que si no volvía a la medianoche, debía abandonar el departamento, porque era una señal de que algo le había sucedido. Después sabría que a los tres días una "patota" policial la había ido a buscar y saqueó el departamento, robaron todos los muebles.
"Cuando salgo de la casa, estaba muy sola, porque yo entendí que no podía hablar ni contactar con nadie, ni ir a la casa, porque podía comprometerlos y también porque sabía que podían encontrarme a mí", contó durante un testimonio que duró casi una hora.
Durante tres o cuatro días deambuló con la beba por las calles de Buenos Aires. El día lo pasaba en las plazas y se subía a colectivos de media distancia para pasar la noche. Los padres, que vivían en Pico, la fueron a buscar después de tres o cuatro días. La llevaron a un campo, a Carhué, a un pueblito de Santa Fe. "Diferentes lugares, siempre un ratito en cada lado. Para que no me encontraran", explicó.
Su suegro se puso en contacto con el padre. Su esposo estaba desaparecido, algunos lo daban por muerto. No sabían qué había pasado con él. "Una de esas veces mi suegro le dijo que Daniel estaba vivo. Pero me querían a mí, querían que yo me presentara porque me había escapado y no me podían encontrar", reveló.
La fuga y un regreso inesperado
María Elena y sus padres planearon una fuga a Brasil. Se subió a un ferry con su nena, pero un control aduanero detectó que la niña no tenía documentos. Había nacido en Pico, en junio del '77, pero como ya se sentían en riesgo no la habían anotado en el Registro Civil. Los abuelos lograron que la niña quedara con ellos y ella pasó a Montevideo. De allí viajó a San Pablo, donde tenía familiares.
A los tres meses pudo reencontrarse con su hija. Los padres lograron sacarla del país con un documento de una primita que tenía la misma edad. Sin embargo, su suegro comenzó a llamarla por teléfono para reclamarle cada vez con más insistencia que tenía que regresar porque los represores le advertían que matarían a Daniel, su marido.
"No quería saber nada. Me parecía muy loco tener que volver después de tanto esfuerzo por salvarme. Una no razonaba bien, tenía 23 años, era muy jovencita, bastante inocente o tonta, y llegó el momento en que pensé que si había un 10% de posibilidades de que Daniel se salvara, yo tenía que hacerlo, tenía que volver ", rememoró ante el tribunal.
María Elena tiene grabado el instante de la decisión. Estaba en un teléfono púbico, miró a su nena y sintió que tenía que reencontrarse con el padre. Le decían que era una locura, después de todas las peripecias que había atravesado para que no la "chuparan".
Un cautiverio domiciliario
El 1 de julio del 1979 llegó a Buenos Aires con la niña en brazos. En la casa de sus suegros, le dijeron que los represores les habían prometido que no le iba a pasar nada, que no la iban a molestar y solo querían tenerla bajo control. Tenía prohibido salir de la casa.
Al mes y medio de esa situación, la citaron en un bar de Once, al que acudió con el deseo de saber si realmente su marido estaba vivo, porque a esa altura "no creía nada" de lo que le decían. Allí la secuestraron. Se le acercó un hombre, que la agarró con fuerza del brazo, le dijo que estaba armado. "Calladita y sin chistar porque sos boleta, mirá para abajo y no levantés la vista", la amenazó, y la llevó hasta un automóvil. "Me di cuenta de que me había tocado a mí", recordó.
La llevaron a la Esma, donde quedó tirada en un cuarto pequeño. Después un represor la interrogó sobre los contactos que había tenido en Brasil. "Yo no tenía nada que decirle porque además era una activista de la JUP, no tenía una militancia. Me amenazaba con que si yo no hablaba iban a matar a la nena o a Daniel", contó. También le preguntó qué hacían sus padres en General Pico.
El represor entraba y salía y en un momento le ofreció un cigarrillo y usó un tono menos agresivo, conciliador. En su declaración, reconstruyó esa parte del diálogo.
-No entiendo que hace una chica tan linda como vos con estos tipos le dijo él.
-Intento estar con mi familia, siempre he luchado por una sociedad más igualitaria, en la que todo el mundo tenga igualdad de oportunidades.
-Pero no, eso es muy infantil. Es muy idealista. Te imaginás si en el deporte no fuéramos competitivos, la gente no se esforzaría para ser mejor. ¿Cómo te metiste acá, con estos tipos?
-¿Usted prefiere las mujeres que leen Para Ti? ¿Qué clase de mujer tendría que haber sido?
Luego otro represor le dijo que no sabían qué hacer con ella, que pensaban "meterla tres meses en Capucha". No la torturaron. La llevaron a una sala dónde estaba Daniel, por primera vez pudo verlo y saber que estaba vivo. "Estaba helada, no nos pudimos decir nada, fue la primera vez que la vi vivo, estábamos paralizados", dijo. Pero fueron unos minutos.
Luego la sacaron, de noche. "Pensé que era el final, incluso me fui despidiendo de todo el mundo", rememoró. Sin embargo, la llevaron otra vez a la casa de sus suegros, donde no podía contactarse con amigos ni con nadie. "Mis suegros seguían hablando con ellos periódicamente, le preguntaban por mí si yo estaba en la casa", contó.
Después empezaron a visitarla en la casa, cada quince días, entre tres y cuatro represores. Llevaban a su marido y luego volvían a la ESMA. No les avisaban cuando iban. Se sentaban en la misma mesa con ellos, como si fueran una visita. Varias veces hacían sentar a la niña al lado de ellos, con ella enfrente. Su suegra cerraba la puerta de entradas con llaves, para que no fuese a entrar algún vecino.
Al principio tenía prohibido acercarse y tocar a su marido. Con el tiempo, se fueron relajando y ya pudo conversar con Daniel en el jardín.
A fines de octubre del '79 la llevaron hasta la Esma y en una reunión con otros detenidos desaparecidos y sus esposas les plantearon la idea de permitirles salir del país. Relató que había denuncias en Francia por esa época sobre lo que pasaba en ese lugar. Sin embargo, los militares abortaron esa idea, que ella siempre había puesto en duda.
Vigilados por expertos
María Elena relató que para el 24 de marzo de 1980, aniversario del golpe, Daniel ya se quedaba en la casa de sus suegros, "no estaba más en el pozo". Luego se mudaron, aunque seguían "vigilados". A principios de 1983, embarazada de su segunda hija, se fueron a Mar del Plata, donde vivía un cuñado, como para "ir tomando distancia de ellos".
El 9 de abril de 1983 nació su hija, Nazarena. "Ahí empezó a ordenarse la vida de nuevo, a calmarse, no volvieron a llamar, los dos creíamos que al fin se había terminado todo, tuve mi tercer hijo", rememoró.
Sin embargo, ya en democracia, cuando fueron a la escuela a buscar a uno de sus hijos, reconocieron a la salida a alguien que era "de los servicios" y le dijo una frase temeraria, algo así como "retomamos el contacto". No sabían si era una casualidad o si habían retomado el contacto o el control sobre ellos. "Sentí que no podía más. Que me tenía que ir del país", contó.
El exilio, la paz y la negación
En julio de 1989 viajaron a Suecia. Allí se contactaron con Amnistía Internacional y pidieron asilo político. "Ese fue el lugar donde sentí que había encontrado la paz, me sentí segura ahí, a pesar de que durante muchos años seguía mirando para atrás, porque seguía sintiendo que me podían perseguir, a veces no me acordaba que estaba en Suecia", comentó al tribunal.
María Elena vive actualmente en Barcelona. Nunca había declarado en un juicio ni había contado su calvario. Le dijo a los jueces que una sola vez le comentó a un periodista conocido, allá, lo que había pasado, pero él no le creyó.
Hasta que se quebró con su sicóloga, hace dos años. Recién ahí pudo reconocerse como una víctima porque antes pensaba que lo que le había pasado a ella "era poco", porque no la torturaron ni estuvo en cuativerio en el predio de la ESMA. Y quiso declarar en el juicio. Allí contó que estuvo muy nerviosa y angustiada antes de declarar porque tuvo que hacer mucho esfuerzo por recordar.
"Al contrario de lo que ha hecho mucha gente, que ha podido gestionar todo lo que había pasado de otra manera, que hicieron denuncias, la reacción mía durante todos estos años fue negar todo lo que había pasado", confió. "Lo único que hice cuando llegué a Suecia fue tratar de ver cómo podía conseguir la residencia para trabajar, para llevar adelante mi familia, y quise borrar todo", agregó.
El deseo de un alivio
María Elena finalmente pidió declarar en los juicios de lesa humanidad, después de tantos años: «Un día me decidí. Aunque fuera poquito, lo mío no se podía omitir, te vas poniendo mayor, pensé que mis hijos algún día iban a querer saber la verdad".
"Yo creí que lo había tapado, que le había pasado a otra persona. Me creía muy fuerte, la mujer maravilla, que lo tenía superado. Hasta que esto afloró", confió.
"No fue lo mismo que le pasó a otros que estuvieron mucho más tiempo, que los torturaron, pero de alguna manera, me di cuenta que todo lo que había vivido, me había marcado", dijo.
"Me di cuenta de que esto era importante. A lo mejor ahora puedo sentir un poco de alivio, no lo sé. Quiero pedir justicia para todos, el que sufrió mucho y el que sufrió poco. Que sirva para algo, tampoco sé si sirve para algo", cerró.