La Pampa

El relato en primera persona de un pampeano que sufrió un accidente vial a 1200 kilómetros

El productor y realizador audiovisual piquense Gerardo Alainez relató en primera persona el siniestro vial que protagonizó en Villa La Angostura. El shock por el accidente, las víctimas del otro auto y la solidaridad, que lo conmovió cuando pidió ayuda en las redes sociales para regresar.

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EL DIARIO digital

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El accidente ocurrió el pasado domingo. Ahora ya en General Pico, Alainez relató la vivencia. Con imágenes, un lenguaje que maneja por su profesión, relata todo el incidente que lo tuvo como protagonista.

Alainez vive en la ruta. Recorre miles, decenas de miles de kilómetros por mes por su trabajo de productor audiovisual. Pero esta vez, él fue noticia. Y cuenta su vivencia: nos muestra que detrás de cada siniestro, aquellos que las crónicas periodísticas dedican apenas unas líneas, hay un universo personal que se fragmenta y se conmueve. 

También para destacar la actitidu de Oscar Suárez, un vecino de Chacharramendi y Marcelo Cárdenas de General Pico: viajaron a La Angostura a responder al pedido de ayuda que lanzó Gerardo Alainez. Lo buscaron en esa ciudad y lo llevó hasta General Pico.

Este es su relato:

De regreso en Pico. 

Amigos y amigas de las redes: han sido días difíciles cargados de las emociones más variadas. Dolor, miedo, tristeza, llanto, preocupación, abrazos, palabras, agradecimiento, solidaridad, empatía.

El domingo a las 11 de la mañana lo que iba a ser un bonito paseo por Bariloche nevando, paso a convertirse en una jornada signada por el dolor.

La lluvia incansable desde que llegamos hasta que nos fuimos en Villa La Angostura, y el frío propio de la época hicieron que la ruta convirtiera a mi automóvil en una verdadera pista de patinaje sobre hielo.

Inmanejable, infrenable, solo unas pocas decimas de segundos fueron suficientes para que mi auto nos llevara a mi amigo, a Bob (mi mascota) a un encuentro cercano con la parca.

Vi todo, todo el tiempo: como los autos se acercaban peligrosos uno al otro enfrentando sus trompas. Como el impacto disparo los primeros plásticos por los aires, y los capots explotaban mientras los autos se estrellaban y la imagen de la muerte se nos venía encima. 

Entregado, grité "nos matamos!" y me aferré al volante con fuerzas que uno no sabe de dónde las saca en esas situaciones. Esperando el ineludible final.

Explosión, impacto, fierros retorcidos, gritos, fuertes llantos de mi Bob y de pronto silencio. El temido silencio. El de descubrir cada uno si estamos vivos, y si lo estamos en qué condiciones.

Del otro, aun mas silencio entre olores de aceites y motores golpeados, retorcidos, humeantes.

"Estas bien?" grito mi amigo, mientras me veía que sobre mi rostro corría algo de sangre.

En total estado de shock dije "si...y vos estas bien?" pregunte mientras estiraba mi mano hacia Bob para tratar de consolarlo sin resultados.

Mi amigo solo atinó a tocar su cuerpo como chequeando que todo estuviera bien y dijo Si.

Habrían pasado 5 segundos que parecen diez minutos y le pedí que saliéramos ya del coche, ante el humito que brotaba hacia el interior.

Se bajo y me ayudo a bajar por su puerta, abrimos la puerta trasera de Bob que observaba el entorno temblando, sin entender que estaba pasando.

Mi amigo corre hacia el otro coche (aun nadie bajaba mi abría las puertas), mientras yo comienzo a notar algo extraño en mis ojos: el de la derecha miraba la izquierda y el de la izquierda hacia la derecha. Se me habían cruzados los ojos y parecía tener cierto desenfoque.

Me asuste. Mucho. Pensé que algo le estaba pasando a mi cabeza. 

A todo esto, mi amigo descubre en los asientos traseros del otro auto siniestrado, a dos chicos de 10 y 12, una nena y un varón, que estaban como "envueltos uno al otro" en el asiento trasero, como si una batidora gigante los hubiera revuelto y quedaran en esa posición.

LOS DOS SIN CINTURON DE SEGURIDAD.

Mi amigo, nervioso pero decidido les hablo, los acomodo como pudo, y así también con sus padres.

Ahí comenzaron a bajarse los primeros turistas que llegaban de una y otra dirección y se acercaban a los dos autos colaborando con la ayuda.

Un joven se acerca y me dice mientras me ve caminando al lado de los autos shockeado..."por favor siéntese...le sangra la nariz". Desconocía que sangraba, y sumado al cruzamiento de la vista que cada vez era más fuerte, me asuste. Pensé mi cabeza debe estar afectada, mientras el pecho me explotaba de dolor.

Nadie cortaba el tránsito y entonces en esa fría mañana lluviosa de montaña, los camiones pasaban a 30 o 40 centímetros por el lado despejado que había quedado de la mítica Ruta Nacional 40. Yo pensaba, estos nos vuelven a chocar en cualquier momento.

No había señal de celular en la zona para llamar.

Sin embargo al cabo de unos 30 minutos, después de que algún turista que paso por el lugar dio aviso, llegaron móviles policiales, ambulancias y bomberos.

Ahí llego una tensa calma. Ya cada uno comenzaba a ser atendido por gente profesional.

Para ese momento, mi miedo ya no era tanto, de a poco, ese cruzamiento de ojos que tenía al comienzo iba desapareciendo y ya no sangraba. Es una buena señal, me dije.

Volví con mi Bob que ya estaba un poco más tranquilo sentado en el asiento trasero, sobre su mullido colchoncito.

A los heridos más complicados, nos fueron llevando al hospital de Villa La Angostura.

Mi amigo quedo en el lugar del accidente cuidando a Bob y juntando nuestras cosas de valor para llevarlas a la cabaña donde nos estábamos hospedando.

Llegué al hospital y ya con señal, lo primero que hice fue llamar a mi familia y amigos cercanos.

Al cabo de cuatro horas de revisación completa y varias placas, me dejaron ir.

Mi amigo, ya con señal de celular, me avisaba que estaba llegando a Villa La Angostura y que se dirigía con Bob a la cabaña. 

Ahí fue cuando me dije..."bueno, estamos vivos".

Afuera llovía muy fuerte, el viento era intenso, el frio no daba tregua: solo dos grados reales.

Me ofrecieron llevarme, sin embargo, quise caminar y así fui desde el hospital hasta la cabaña entre lágrimas.

Todo lo que vino después ya lo saben: a la noche cuando publique que necesitábamos conseguir medio para volver a La Pampa con mi Bob incluido, la cadena de favores fue tan grande, rápida e inesperada para mí que la solución a los problemas se iban presentando minuto a minuto.

El dolor era fuerte, pero las emociones lo eran aún más.

La solidaridad y la empatía de cientos y cientos de personas que me fueron llamando, wasapeando, facebookeando, directos de Instagram y hasta messenger hicieron que me no nos sintiéramos solos.

No había pasado una hora que varios amigos ya se había ofrecido para ir a buscarnos.

Y fueron Oscar Juárez, de Chacharramendi y Marce Cárdenas, de General Pico, quienes nos resolvieron la vuelta.

Hoy a la distancia, lo que me quedo claro es cuánta gente anónima estaba ahí, siguiéndome, reconociéndome y dando todo lo que tenían a su alcance para dar ofrecer ayuda.

Eso es lo más valioso que toda persona debe tener en la vida para sentirse realizado.

Hoy, dolorido, y ya a 1200 kilómetros del hecho, agradezco emocionado la movida virtual de gente que conozco pero incluso de mucha que no conozco.

Gracias por la cadena de solidaridad que armaron, fue una verdadera cadena de favores.

Gracias totales".

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