La Pampa

Símbolo de una época

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Por JP Gavazza

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EL DIARIO digital

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Patucho álvarez ya tenía ganada la fama como el ícono pampeano de los ’90. Quedó convertido en símbolo provinciano de esa mezcla que caracterizó al menemismo: política, farándula, negocios y corrupción. Para cerrar ese círculo, la decisión de la Corte Suprema de Justicia parece un salvataje, y una especie de emblema de la impunidad.

Si efectivamente la causa prescribe, la Corte de los milagros le dio una mano vital: dejó pasar 7 años para resolver en un expediente cuya máxima pena es a 6 años de prisión. Lo que no prescribe es la condena social: Patucho hace tiempo que decidió una suerte de “exilio” en la ciudad de Buenos Aires, después de sentir el vacío incluso dentro del PJ pampeano.

Profesor de educación física, Patucho hizo toda la carrera política que corresponde al peronismo santarroseño. Pasó por el Concejo Deliberante, trepó en la interna de Convergencia, fue hombre fuerte del marinismo en la época neoliberal de la globalización y después de la condena terminó cruzando favores con el macrismo.

Siempre fue reconocido como un profesional con visión privilegiada dentro de las políticas deportivas estratégicas. Gestó en La Pampa programas sociales que marcaron huella y que llegaron a los sectores más necesitados. El Pro-Vida y los Juegos de la Araucanía, por ejemplo, llevan su sello.

Los ’90 fueron rápidos y furiosos. Una porción de la dirigencia política y sindical vio la posibilidad de un enriquecimiento fácil, que parecía que ni costos tenía. Para el PJ pampeano especialmente fueron tiempos de plata dulce.

Tenía mucho por ganar: ciertas capacidades profesionales reconocidas, altísimo grado de conocimiento social (es un golazo político que un apodo se imponga de semejante modo en la comunidad) y el manejo de presupuestos suculentos (en esa época el área Social y la Salud formaban parte de una misma cartera).

Patucho venía pisteando como un campeón. Pero se pasó de rosca. Amuchó bienes, viajes, vacas, cambió su estilo de vida y sus relaciones.

Hasta Marín lo retó en público: le reprochó a su ministro de Bienestar Social el tostado caribeño en un momento en que la ostentación, antes virtud, empezaba a verse públicamente como despilfarro. Reinaban en el país, también en La Pampa, los peores índices de pobreza y desocupación. El menemismo al gobierno, la (feroz) desigualdad al poder.

Cuenta la leyenda que cuando Marín lo echó del gobierno, Patucho le contestó con una cachetada. Para ese entonces ya estaba en pareja con Andrea Ferrero, histórica directora de Ceremonial del marinismo y ahijada del propio Marín.

Pasados los ’90, a Patucho como al menemismo en general empezaron a correrlo por el lado del “honestismo”. Desembarcó el neoliberalismo con cara prolija y progresista: la alianza radical-frepasista, que se evaporó en un par de años, introdujo ese nuevo sentido común, desde ya que impuesto desde las vidrieras porteñas que tienen el nombre de medios de comunicación.

Patucho, que había sido soldado de Marín, le sirvió al vernismo y al Poder Judicial pampeano, que empezaron un proceso para desmarcarse de las "malas palabras”. Las pruebas del enriquecimiento estaban a la vista, pero repentinamente el partido del Estado pampeano, que antes había metido todo bajo la alfombra, miraba de reojo y dejaba una zona liberada; los jueces que habían estado mansos y dóciles se pusieron el traje de investigadores curiosos.

Con el aplauso de la “opinión pública” le persecución judicial politizada enfocó el enriquecimiento de Patucho y lo imputó en otras causas, menores pero que sirvieron para detenerlo y mostrarlo preso, como la de los “viajes truchos”. La Banda de Bienestar Social (Patucho, La Elsa y compañía) se convirtió en presa fácil de la cruzada moralizante.

Como esa ofensiva fue sobre todo para la puesta en escena pública, es probable que haya algunas instancias flojas de papeles. La denuncia data del año 2004, por irregularidades detectadas en las declaraciones de los ’80 y los ’90. A álvarez lo citaron a indagatoria recién en 2008.

Mucho más allá de los argumentos leguleyos, había certezas a la vista: Patucho se enriqueció y terminó convertido en símbolo de época.

Después amagó con un regreso desde las sombras. El desembarco de Luis Larrañaga en la Intendencia de Santa Rosa, en 2011, le dio una corta visibilidad, cuando el entonces jefe comunal acompañaba su desastrosa gestión local con el loco sueño de ser el enviado para terminar con el “olor a cala” del peronismo marinovernista.

Ya se vivían otros tiempos, nacionales y populares. Para entonces el que ganaba alguna visibilidad era el hijo de Patucho, Santiago álvarez, que heredó también el apodo aunque en diminutivo. Talentoso comunicador, también es en algún sentido símbolo de una (otra) época: kirchnerista de los tiempos fundacionales, pasó de creativo bloguero top a jugar en las grandes ligas como referencia de La Cámpora. Tanto cambió la bocha que, cuando condenaron a Patucho padre, los medios porteños prefirieron informar que habían condenado “al padre” de Patuchito.

Después Patucho grande se fue del barrio, definitivamente. Se vinculó al macrismo por la vía del Colo Mac Allister tras la sentencia del año 2014 que lo condenó a prisión efectiva y al pago de una indemnización. Aunque como dice El Colo nunca tuvo el formal cargo de asesor, Patucho coqueteó con el área deportiva nacional, aportó el volumen de su conocimiento a algunas estrategias y nutrió al espacio de dirigentes de confianza.

Es un misterio si esa relación incluyó un pacto concreto para que el fallo judicial saliera tan a favor y tan oportuno. Ni una línea, desde ya, sobre el asunto de fondo: el enriquecimiento. Si efectivamente la decisión implica que no hay otra salida que la prescripción, la Corte Suprema de Justicia resolvió, más que nunca, a pedir de Patucho. Y el círculo del ícono de una época se cierra con un fallo que es símbolo de impunidad.

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