Ambiental

El suelo es vida

En la columna ambiental de hoy abordaremos el tema del Día Internacional de la Conservación del Suelo.Por Florencia Srur (*)

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Todos los 7 de julio se conmemora el Día Internacional de Conservación del Suelo, una fecha propuesta en 1963 para reconocer el trabajo del investigador estadounidense Dr. Hugh H. Bennett, quien dedicó su vida al estudio y la lucha por la conservación de este valioso recurso. En la actualidad, esta fecha representa la importancia de crear conciencia sobre la preservación del suelo.

Pero, ¿qué es exactamente el suelo? Se trata de un hábitat complejo formado por minerales, materia orgánica, microorganismos vegetales y animales, aire y agua. El suelo es la capa superficial de la Tierra y su formación y evolución son procesos lentos, resultado de la transformación de rocas en pequeños fragmentos debido a la erosión causada por el agua, el viento y la acción de las plantas y animales. El estudio del suelo se conoce como Edafología, y en esta ciencia se clasifican los tipos de suelo en función de dos características fundamentales: su textura (la proporción de arena, limo y arcilla) y su estructura. También se clasifican según su porosidad (la cantidad de aire en relación con los componentes minerales y orgánicos), su fertilidad (la cantidad de minerales y compuestos químicos que las plantas pueden absorber), su profundidad y capas, y sus características físicas, como color y olor, entre otros. El estudio del suelo es fascinante, especialmente porque nos proporciona indicadores directos e indirectos sobre su estado, como la presencia de ciertas plantas que pueden indicar su salinidad o estado de conservación.

Más allá de su importancia ecológica, el suelo desempeña un papel vital en nuestra supervivencia como especie, ya que todos los alimentos que producimos y consumimos dependen fundamentalmente de él. Sin embargo, debemos tener en cuenta que las acciones humanas tienen un impacto en el ambiente, tanto natural como social, y la forma en que producimos en el suelo puede ser perjudicial para este recurso.

Un caso particular es el sistema de producción agrícola predominante conocido como "agricultura convencional". En este tipo de prácticas, el suelo sufre pérdida de estructura y fertilidad, principalmente debido al monocultivo sin rotación, la falta de asociación de diferentes especies durante la producción y el hecho de dejar el suelo desnudo después de la cosecha, además del impacto de las máquinas agrícolas. En resumen, la agricultura intensiva a gran escala está degradando el suelo, causando la pérdida de sus características esenciales y su vida biológica.

Se estima que aproximadamente una quinta parte del suelo a nivel mundial está degradado y, según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la erosión del suelo debido a malas prácticas agrícolas provoca una pérdida anual de 24.000 millones de toneladas de suelo fértil. En el caso de Argentina, a pesar de tener una gran cantidad de tierras negras, se estima que alrededor de 100 millones de hectáreas están experimentando procesos de erosión o pérdida de suelo. Además, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) informa que el 36% de los suelos argentinos están sufriendo procesos de degradación, ya sea por erosión hídrica o eólica, salinización o contaminación. Esto es alarmante, especialmente si consideramos que la recuperación de tan solo un centímetro de suelo puede llevar más de 100 años de forma natural.

Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto? En primer lugar, es fundamental tomar conciencia de que el suelo no es solo una superficie en la que nos apoyamos, sino un ecosistema complejo, único y frágil. Luego, debemos optar por prácticas de producción agrícola que no degraden el suelo, como implementar rotaciones de cultivos o, incluso mejor, cultivar especies mixtas con plantas nativas de la región, de manera que no se produzca un cambio radical en el uso del suelo (de natural a producción). También es importante asegurarse de tratar adecuadamente los efluentes contaminantes, ya que el suelo actúa como una esponja y un transportador de contaminantes. Además, debemos evaluar el mejor sistema de riego a utilizar, teniendo en cuenta no solo la eficiencia del riego para preservar el agua, sino también el tipo de agua utilizada, a fin de evitar la salinización del suelo. En definitiva, es posible producir nuestros alimentos sin comprometer el espacio y la vida que nos permite hacerlo.

(*) Ingeniera en Recursos Naturales y Medio Ambiente. MPn° 365

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