Opinion

Entre la espada y la pared

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El pacto con el FMI: una historia funesta y los peores fantasmas.

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EL DIARIO digital

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La necesidad argentina de negociar una salida al inconcebible endeudamiento generado con el Fondo Monetario Internacional es un caso típico de aquello que el refranero popular inmortalizó como estar "entre la espada y la pared".

La figura resume la imposibilidad de sentir alivio o salir airoso de una situación de complejidad extrema, en la que en todo caso la única opción es elegir el mal menor.

El gobernador pampeano Sergio Ziliotto, que con sus pares de otras provincias respaldó de modo formal las gestiones de Nación con el organismo internacional, resumió esa realidad planteando que en realidad "no hay alternativa" porque "es esto o el caos".

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Las propias autoridades nacionales se han preocupado por dejar aclarado que no tienen la voluntad de un acuerdo con el Fondo Monetario, pero sin embargo no les queda otra chance, puesto que la caída en un default empeoraría la situación del país, no solo desde lo financiero y económico, sino fundamentalmente desde lo social, generando un perjucio sobre todo en los sectores menos favorecidos.

La historia nacional con el FMI exime de mayores comentarios: nunca hubo una relación que llegara a buen puerto, ni un vínculo que permitiera jactarse de cierto éxito en esas materias (la economía, lo social, la producción, el crecimiento) sino todo lo contrario: de los más de 20 "acuerdos" con el Fondo no hay ninguno que haya salido bien.

Ese derrotero en la Argentina complementa en el caso del Fondo su trayectoria y antecedentes en otros lugares del mundo: un organismo que en teoría nació con la misión de brindar ayuda a los territorios más necesitados terminó convirtiéndose casi siempre en el portadores de las peores noticias y prácticas.

guzman

El gobierno dice que logró el mejor acuerdo posible, pero rondan con todo sentido los fantasmas de las intromisiones extrañas en su economía, con los monitoreos periódicos y las constantes recomendaciones de achicamiento estatal, reducción del déficit fiscal, ajuste del gasto público y llegado el caso reformas previsionales o laborales, además de "sinceramiento" tarifario.

Esas recetas se conocen de memoria y han sido las que empujaron a los peores años de la vida nacional: las épocas de mayor pobreza y desigualdad, a veces en recesión, a veces con hiperinflación.

Con esta situación en debate en el Congreso Nacional, no puede pasar desapercibido un asunto central: la irresponsabilidad de la anterior gestión al contraer una deuda a todas luces impagable en condiciones normales, pero además con la complicidad de las propias autoridades del FMI, que facilitaron un crédito insólito, extravagante, único en su tipo y en la historia, con el indisimulado objetivo de lograr la reelección del espacio político que le caía en gracia.

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Esa situación, verificada absolutamente, también da aire a los sectores que propician que no se trató de un préstamo sino de una estafa, y que por lo tanto el Estado argentino en realidad no debe hacerse cargo del pago de esa deuda.

Al incursionar en ese camino de análisis, e imaginando la posibilidad de una rebeldía, vuelve a surgir la pregunta de cuáles serían las consecuencias y los costos, y entonces vuelve a patentizarse la realidad de dónde quedó parado el país: entre la espada y la pared.

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