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El colesterol amplifica el riesgo cardiovascular en pacientes diabéticos

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La dislipemia diabética favorece más la formación de aterosclerosis y acelera el daño vascular.

Por definición, la diabetes es una enfermedad en la que el organismo pierde la capacidad de regular adecuadamente la glucosa en sangre. Pero su impacto va mucho más allá del azúcar. Uno de los aspectos más preocupantes —y menos conocido por el gran público— es cómo la diabetes altera el metabolismo de las grasas, generando un perfil lipídico especialmente dañino para las arterias. A este conjunto de alteraciones se le llama dislipemia diabética, y constituye uno de los motores más potentes del riesgo cardiovascular en estos pacientes.

Multiplica el riesgo cardiovascular

Para entender por qué la combinación de diabetes y colesterol es tan peligrosa, conviene empezar por un dato contundente: un paciente diabético tiene entre dos y cuatro veces más probabilidades de sufrir un infarto o un ictus que alguien sin diabetes.

   Esto no solo se debe a la glucosa elevada. La resistencia a la insulina —rasgo característico de la diabetes tipo 2— produce un desajuste metabólico que afecta al modo en que el hígado fabrica, utiliza y elimina las grasas. El resultado es un perfil que, aun con cifras de colesterol total aparentemente "normales", es mucho más aterogénico: es decir, tiene una mayor capacidad para formar placas en las arterias.

¿Qué es la dislipemia diabética?

   En personas sin formación médica, el término puede sonar complejo, pero su significado es directo: "Dislipemia" es desequilibrio en los niveles de grasas en sangre. "Diabética", significa que es causada o agravada por la diabetes.

   El patrón típico incluye:

- Triglicéridos elevados.

- Colesterol HDL ("bueno") bajo.

- Partículas de LDL ("malo") más pequeñas y densas, aunque la cifra total de LDL no sea alta.

   Un ejemplo cotidiano ayuda a visualizarlo: imaginemos dos bolsas de bolitas.

- Una contiene 100 grandes (LDL de tipo habitual).

- La otra tiene 100 pequeñas y muy compactas (LDL pequeñas y densas típicas en la diabetes).

   Aunque el número total es el mismo, las pequeñas se cuelan más fácilmente por rendijas y agujeros. En términos vasculares, estas partículas penetran con mayor facilidad en la pared arterial y favorecen la formación de placas.

   Eso es exactamente lo que ocurre en la dislipemia diabética.

Por qué las LDL pequeñas son tan peligrosas

   La diabetes modifica la composición del colesterol LDL. Además de ser más pequeñas, estas partículas:

1. Se oxidan con más facilidad, haciendo que las defensas del organismo las detecten como "invasoras" y desencadenen inflamación.

2. Se adhieren más a las paredes arteriales, iniciando la aterosclerosis.

3. Permanecen más tiempo circulando, aumentando su probabilidad de causar daño.

   El resultado es una especie de "tormenta perfecta" metabólica: glucosa elevada + inflamación + lípidos agresivos = deterioro acelerado de las arterias.

Resistencia a la insulina

   La resistencia a la insulina no solo impide que la glucosa entre a las células; también provoca que el hígado libere más grasas al torrente sanguíneo. Es como si el hígado interpretara que el cuerpo necesita energía extra y empezara a mandar combustible de reserva en forma de triglicéridos.

   Con el tiempo, el sistema metabólico se "atasca", y el torrente sanguíneo se llena de:

- Triglicéridos en exceso,

- VLDL (precursores del LDL),

- LDL modificadas,

- Y un HDL insuficiente para limpiar el colesterol sobrante.

   La imagen es la de un río sobrecargado de residuos que no se consigue limpiar a tiempo.

Riesgo oculto entre cifras "normales"

   Uno de los problemas es que los análisis convencionales pueden pasar por alto la gravedad del perfil lipídico de un diabético. Puede suceder que un paciente presente:

- LDL calculado dentro de límites,

- Colesterol total normal,

- Pero triglicéridos moderadamente altos y HDL baja.

   En una persona sin diabetes, ese perfil sería preocupante pero no crítico. En un diabético, en cambio, multiplica el riesgo. Los cardiólogos comparan esta situación con "mirar solo la fachada de un edificio". Puede parecer estable, pero por dentro las vigas están deterioradas. Por eso, los especialistas cada vez insisten más en fijarse no solo en el LDL total, sino en el contexto metabólico: diabetes, obesidad abdominal, hipertensión, hígado graso, etc.

Ejemplos cotidianos

   Caso 1: el paciente que "estaba bien". Un hombre de 52 años acude a consulta rutinaria. No fuma, mantiene una vida sedentaria pero no presenta síntomas. Sus análisis muestran LDL en 110 mg/dl. triglicéridos en 200 mg/dl, HDL en 38 mg/dl, Glucosa en ayunas leve elevada.

   Aunque los valores del LDL no llamarían la atención en un paciente sin diabetes, el médico detecta resistencia a la insulina y eleva su categoría de riesgo. Pocas semanas después, antes de que se inicie un cambio de tratamiento, el paciente sufre un infarto leve. Es un ejemplo real de cómo lo "normal" puede no ser suficiente para evaluar el peligro en estos perfiles.

   Caso 2: la paciente que mejora sus análisis, pero sigue en riesgo. Una mujer con diabetes tipo 2 logra reducir su glucosa con un nuevo tratamiento. Sus triglicéridos bajan, aunque siguen algo elevados, y el HDL sube ligeramente. Ella piensa que todo está controlado. Sin embargo, su médico sigue insistiendo en intensificar la terapia lipídica porque, aunque sus números han mejorado, su riesgo sigue siendo alto. La clave: en diabetes, el objetivo no es "estar en rango normal", sino "estar en rango protector".

¿Cómo se debe actuar?

   La buena noticia es que la dislipemia diabética es tratable. Y cuanto antes se intervenga, mejor. Los expertos coinciden en tres pilares: estilo de vida, control glucémico y tratamiento farmacológico.

1. Estilo de vida: el primer medicamento. Aunque pueda parecer un consejo repetido, en dislipemia diabética las intervenciones de estilo de vida tienen un impacto especialmente potente.

   En alimentación, hay que elegir grasas aliadas. No se trata de eliminar las grasas, sino de escoger las adecuadas: - incrementar el consumo de pescado azul, frutos secos y aceite de oliva. - reducir grasas saturadas (carnes procesadas, lácteos enteros). - limitar grasas trans y ultraprocesados. - priorizar verduras, legumbres y cereales integrales. Una metáfora útil: hay que mirar la dieta como si fuera "mantenimiento de cañerías": algunas grasas limpian y lubrican; otras ensucian y obstruyen.

   En la actividad física, que mejora la sensibilidad a la insulina y reduce los triglicéridos, no hace falta correr un maratón: caminar de forma rápida 30 minutos al día es suficiente para cambiar el metabolismo lipídico.

   En la cuestión de peso, reducir solo un 5–7 % del peso corporal puede significar un descenso notable en los triglicéridos y un aumento del HDL. En personas con obesidad abdominal, este cambio es especialmente efectivo.

2. Control óptimo de la glucosa. Cuanto mayor es la glucemia, más se modifican las partículas lipídicas. Por eso, los medicamentos que mejoran la sensibilidad a la insulina —como metformina o algunos agonistas del GLP-1— también benefician el perfil lipídico y reducen eventos cardiovasculares. Hoy se sabe que el control glucémico no es solo una cuestión de evitar daños a largo plazo: también influye directamente en cómo circulan y se metabolizan las grasas en el organismo.

3. Tratamiento farmacológico del colesterol: en la mayoría de pacientes diabéticos, los cambios de estilo de vida no bastan para alcanzar los niveles protectores de LDL. Por eso, las guías recomiendan un enfoque intensivo.

   Con las estatinas, el pilar básico por ser los fármacos más utilizados para reducir el LDL, ya que además de disminuir las cifras reducen la inflamación arterial. La evidencia de su eficacia en diabéticos es sólida.

   Con la ezetimiba -cuando con estatinas no se llega al objetivo- se reduce la absorción del colesterol en el intestino.

   Con los inhibidores de PCSK9, para pacientes de alto riesgo o con antecedentes de eventos cardiovasculares, están estos medicamentos más potentes, capaces de reducir el LDL a niveles extremadamente bajos. Son caros, pero muy eficaces.

   Con los tratamientos para triglicéridos elevados -cuando superan los 200–300 mg/dl- puede añadirse EPA puro (un tipo de omega-3 purificado) o fibratos, siempre según valoración individual.

¿Se puede asumir que "el colesterol está bien" si solo mira el análisis básico?

   La respuesta es clara: no. Incluso con LDL moderado, la diabetes transforma las partículas lipídicas en un perfil mucho más agresivo. Por eso, los cardiólogos consideran que un paciente con diabetes es, de entrada, un paciente de riesgo cardiovascular alto o muy alto.

   Es decir: un diabético con LDL de 100 mg/dl no está igual de protegido que una persona sin diabetes con el mismo valor. Las cifras deben interpretarse en el contexto metabólico, no de forma aislada.

Enemigo silencioso, pero manejable

  La dislipemia diabética actúa sin producir síntomas. No duele, no produce molestias, no avisa. Pero va dañando las arterias de forma constante. La buena noticia es que intervenir a tiempo puede cambiar radicalmente el pronóstico.

   El mensaje clave es simple: el colesterol en la diabetes no es solo un número; es un amplificador del riesgo cardiovascular. Por eso, detectarlo y tratarlo de forma específica es una de las herramientas más poderosas para prevenir infartos, ictus y enfermedad vascular periférica.

   La combinación de diabetes y dislipemia configura un terreno fértil para la aterosclerosis acelerada. LDL más pequeñas y densas, HDL bajos y triglicéridos altos conforman un perfil particularmente peligroso. Pero el riesgo no es inevitable: con buena información, cambios en el estilo de vida, control glucémico adecuado y tratamiento farmacológico individualizado, es posible revertir ese escenario y proteger las arterias.

En resumen:

- La dislipemia diabética es distinta y más agresiva que la dislipemia habitual.

- Los valores "normales" de colesterol pueden no ser suficientes en diabetes.

- El tratamiento debe ser más intensivo y precoz.

- Las decisiones se toman analizando el conjunto del metabolismo, no solo el LDL.

   La prevención cardiovascular en diabetes no empieza con el primer síntoma, sino con el primer análisis. Y actuar temprano puede marcar la diferencia entre una vida plena y un evento cardiovascular grave.

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