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EL DIARIO digital
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La tensión en el este de Europa volvió a escalar este jueves cuando aviones de combate húngaros interceptaron a cinco cazas rusos que merodeaban el espacio aéreo de Lituania. La maniobra formó parte de la misión de vigilancia aérea de la OTAN, que en las últimas semanas viene acumulando episodios de fricción con aeronaves de Moscú.
Desde la base de Siauliai despegaron dos cazas húngaros para frenar a tres Mig-31, un Su-30 y un Su-35, todos detectados en proximidad del espacio aéreo lituano. La Alianza Atlántica subrayó que la intervención demuestra el compromiso de defensa del flanco este, donde operan también contingentes españoles.
Incidentes en aumento
Estos choques no son aislados: se repiten tanto en el mar Báltico como en el mar Negro. El caso más grave ocurrió días atrás en Estonia, cuando tres Mig-31 rusos ingresaron durante doce minutos en territorio aliado. Ese episodio encendió alarmas en Bruselas y abrió el debate sobre la respuesta militar.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, sostuvo que las incursiones no representaban "una amenaza directa", aunque dejó abierta la posibilidad de derribar aviones rusos si fuera "necesario", bajo protocolos estrictos. Polonia ya advirtió que no tendrá contemplaciones en caso de nuevas violaciones de su espacio aéreo.
Innovación militar
En paralelo, la OTAN ensaya nuevas tecnologías inspiradas en la guerra de Ucrania. Esta semana se realizaron ejercicios con drones aéreos y submarinos en Troia (Portugal), y con embarcaciones teledirigidas impresas en 3D en Den Helder (Países Bajos). En estas pruebas participaron fuerzas especiales ucranianas, lo que muestra cómo la experiencia del frente de batalla se traslada a los laboratorios de innovación militar.
Con cada nueva incursión, la frontera del Báltico se convierte en un tablero de prueba de fuerza entre Moscú y la OTAN, con el riesgo de que una chispa mal calculada encienda un incendio mayor.