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Solorza, así en la bici como en la moto

Marco, campeón argentino Superbike, se impuso en la segunda fecha del campeonato. Segundo fue Gastón Balmaceda y tercero Julián Barrientos. 

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EL DIARIO digital

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En Cinco Saltos, en el Alto Valle, las frutas son tan tentadoras que llenan canastos de mimbre hasta abarrotarse y hasta que no quede lugar ni para un arándano. Se completan de manzanas, rojas, de uvas que tienen destino de sobremesas en las parras caseras y de membrillos pulposos que luego irán a decorar facturas hojaldradas.

Ahí, en ese mundo, donde la velocidad llama, es el lugar en el que quiere estar Marco Solorza. "Yo vengo de la moto", dice después de ganar de manera brillante al sprint la segunda fecha del Provincial de Ciclismo de Ruta en el Autódromo Provincia de La Pampa. Otro boom, con más de doscientos corredores y corredoras, organizado por la Agrupación Ruta 14 con la colaboración de la Subsecretaría de Deportes de la Provincia de La Pampa.

Otra vez la música trae paz, como un góspel celestial. Y el silencio apenas se rompe cuando el viento calma su sed, su hambre, y en la recta transitan más de un centenar de ciclistas que ensayan solos para acomodarse como si fueran sopranos en auditorios con acústicas perfectas. Pero esto es ciclismo, un arte único (también) imperfecto.

Hay una campana que suena en la mesa de control y en esos juegos del hambre, Marco Solorza se deglute la frutilla y se muestra fuerte, dispuesto a comerse el postre entero. Señales.

En el pelotón viaja en clase A el Rey de la Montaña de la Vuelta a Mendoza, Julián Barrientos, señalado como favorito cada vez que larga una carrera. No importa cuándo y en qué ocasión.  

"Siento que me marcan todos cada vez que corro acá. Pero es así" dice con algo de resignación pero con un gusto más a satisfacción que a frustración. No está mal un tercero para alguien como él que viene de subir como pocos el Cristo Redentor en Mendoza, donde la nieve pinta paisajes inigualables aún en las despedidas de verano.

Santiago Roumec, ganador en la apertura del torneo, parece no manejar las sensaciones pasadas. Pero lo intenta con siete compañeros, como si fueran ocho los monos de León Gieco. El corte parece que es pero, finalmente, no es. Son momentos. Es ciclismo. 

Por ahí también entra en acción -voluntarioso como siempre- el Toro Lastiri, Andrés Kiriachek quiere animarse a tener el premio en una meta (que perderá por la rueda con Villegas) y Barrientos propone mover la carrera. Pero todo es como la 5ta. Sinfonía de Bethooven, cuando conviven los silencios con el dramatismo que parece viajar in crescendo. Va, viene; sube, baja… la rítmica está ahí y los directores vienen del sur, de smoking y zapatos de charol.

El comisario deportivo Carlos Guerrero anuncia las dos vueltas finales. El público, en cantidad, entra al "VIP" de pasto corto y espera. Apuesta y mira. Sabe que el segundo capítulo de esta serie, nacida para correr, está en modo suspenso. 

Y ahora sí, la campana pone a todos en las mismas condiciones. Porque se juntan, porque se respetan, porque se estudian, porque aman la hermosa e intangible adrenalina. 

Lo intenta, en la recta opuesta, Pablo Casas y sale para vestirse de héroe, para ser él el que se lleve los créditos. Nadie parece querer acompañarlo en la aventura, que parece eterna pero será efímera cuando el viento viene a la cara. Hasta que el Solorza Competición se decide y sale con gente a la caza.

Marco, a la cabeza, parece meterse en el túnel del viento y generar más vatios que el resto, como HP en su SBK. Como el campeón que es, da el golpe en la mesa, come la porción grande de la torta y se convierte en el segundo ganador en Toay. Y en buena ley.

Detrás, Gastón Balmaceda, Julián Barrientos, Juan Solorza y Pablo Casas, el viajero inquieto que casi se adueña de todo. 

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