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EL DIARIO digital
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Santiago Roumec es un pequeño accidente del tiempo, un meteoro que viene del cielo, pega y deja un hueco. Es una metáfora de alguien nacido para ganar, el que tiene asegurada sus piernas como si fuera un futbolista de elite contratado para estar en las mejores ligas.
Es que sus piernas están cargadas de nitro, son rápidas y furiosas, en un óvalo pequeño en patín, o potenciando las palancas de una bici brava moldeada para ganar.
Con más de 35 grados, en un asfalto que es capaz de multiplicar esa temperatura y exponenciar las pulsaciones que solo aquellos que buscan desafíos a cada pedaleada son capaces de soportar, se pinta una primera tela de este tapiz virgen, en un atril gigante que formará parte de las seis obras. Y allí, como si fuera parte del paisaje, el Patinador levanta su mano, se estira, se hace grande e inmortaliza el momento.
Nada mejor para una intervención de seis horas en el autódromo Provincia de La Pampa que esta coronación de Roumec, el primer anotado en el arranque del campeonato Provincial de ruta gestado por Barrio Fitte, sostenido por las afiliadas de la Asociación Ciclista Pampeana y custodiado y guiado por la subsecretaría de Deportes, sostén fundamental.
La carrera
El plato central del mediodía viene cargado. Son ochenta protagonistas. Es, para el ciclista de raza y el aficionado sincero, el de las historias del ciclismo vintage, paz para los oídos. Ellos se sientan, entre anécdotas, en un paddock que tiene entrada libre y gratuita y viven la experiencia.
Justino Laffeuillade se prende, pasa del medio hacia la punta y le pone la cara a la brisa en la recta. Quiere irse, pero sabe que no puede. Los favoritos, atentos, dejan la responsabilidad para otros.
Cuesta descifrar la carrera central. Jorge González trata de avanzar, se junta con Omar Coria y quiere ordenar la estrategia.
Tiene premio Jorgito cuando gana la primera pasada especial y derrota a Mauri Rovira, también activo, como si sus piernas estuvieran frescas en su objetivo titánico.
La gente que viene a ver que pasa, los sueltos, los que buscan rueda, intentan progresar para evitar caídas (que las hay). La fila se alarga, algunos aprietan cuando pica un poquito para arriba y quedan los buenos y los otros. Partidos.
Sebastián Lastiri se convierte en un toro y le da una y otra vez, y se va del pelotón mientras un favorito como González queda fuera de juego. Es su día de descarte por una pinchadura. El máster Lastiri, de bastón y galera, gana el segundo especial del día y quiere animarse. De pronto todo se esfuma su sueño y los colores vuelven a fundirse en una pieza única.

Esa figura homogénea, casi monocromática en la distancia, es efímera, porque se quiebra y se resquebraja como materia de color en la tela. Y un cuarteto que quiere ser imperial, le pone cumbia al calor del mediodía. Santiago Roumec, César Ferrero, Marcos Lobosco y Jorge Torres Dupont pactan, como caballeros, ir hasta el final, a ver la bandera, a pasar por meta. Se ordenan, colaboran, y saben que todo quedará entre ellos.
Allí, cuando se mira el horizonte y el efecto suelo parece derretir a los personajes como viaje en ruta con sol pleno, hay un movimiento.
El corazón empieza a bombear y bombear, como aquel que golpea un bombo legüero a tempo, y la incertidumbre parece eternizar el momento. Lobosco va, Torres lo intenta, Ferraro busca colarse, pero esa pasarela a la gloria tiene tránsito libre y despejado para Roumec, que explota en un grito, estira su brazo y se estampa en la tela, perfecta, preciosa, en un día célebre para el ciclismo. Como si todo estuviese planeado.