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Fin de ciclo: al PJ pampeano se le pianta un lagrimón

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Al PJ pampeano sí que se le pianta un lagrimón: Carlos Menem fue su líder preferido desde el regreso de la democracia, el que lo moldeó a imagen y semejanza. La muerte también pone en evidencia un fin de ciclo.

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EL DIARIO digital

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Por JP Gavazza

En los inolvidables ''''90, Menem encontró en el PJ pampeano uno de sus mejores lugares en el mundo para sostener su neoliberalismo y las relaciones carnales con el imperio yanqui.

Además de Rubén Marín como el más leal de los gobernadores -le hizo de "delfín" permanente en la interna partidaria nacional-, el menemismo posta nutrió -y vaya si nutrió- a otros grandes popes vernáculos: Jorge Matzkin fue amo y señor en Diputados, Carlos Verna marcó el pulso de la banda del Senado y la Banda de los Pampeanos (Jorge Rodríguez, Miguel Solé y su gruesa compañía) condujo primero la Educación y después la Jefatura de Gabinete que blanqueó los negocios sucios de Alfredo Yabrán.

A cambio, dice Marín, La Pampa recibió "obras". La infraestructura de la provincia creció como pocas veces: gasoductos, el acueducto de la corrupción, miles y miles de viviendas fueron el pago a los servicios prestados, además del negocio del Banco Dorrego.

Después hubo muchos gestos políticos, visitas de nutridas delegaciones oficiales (desde la plana mayor ministerial hasta el peluquero Tony Cuozzo) e inauguraciones de ciclos lectivos desde La Pampa.

Nada es gratis: la provincia vivió sus peores condiciones socioeconómicas de la historia, nunca tuvo tanto desempleo, se incrementaron la pobreza y la indigencia, desapareció la industria, crecieron la desintegración social y la droga mal consumida, se multiplicaron la injusticia y los comedores. Llegaron a La Pampa los hipermercados y el casino. Explotaron los remates a pequeños y medianos chacareros y germinó la resistencia de las cooperativas y de las Mujeres Agropecuarias en Lucha.

La excusa del PJ pampeano fue doble: no se podía hacer otra cosa, decían les compañeres, y recordaban que se había caído el Muro de Berlín. Y muy convencidos repetían que "lo otro" (Eduardo Duhalde) era peor, porque representaba el centralismo exacerbado.

Como paradoja del juego de la política, en la provincia el PJ pampeano y el marinismo intentaron sostener la presencia estatal con herramientas clave, como la caja jubilatoria, el banco, el canal y algunas otras herramientas más propias de la presencia estatal. Se hicieron moda la persecución a opositores y la manipulación mediática. Se imitó desde el STJ la mayoría automática de la Corte Suprema nacional para habilitar una reelección provincial judicialmente impresentable.

A cambio, el peronismo pampeano aportó manos alzadas, volumen político, silencios, elogios almibarosos y respaldos electorales en esas épocas de impunidad, indultos, privatizaciones y farandulismo, cuando con el cuento de la "globalización" se cimentaba el supuesto "fin de la historia" y la propia política les construyó un altar a los tecnócratas.

En la previa, paradoja de paradojas, el grueso del peronismo pampeano había peleado en la interna contra el Menem de largas patillas que prometía recuperar Malvinas a "sangre y fuego" y mentía sin pruritos su idea de "salariazo y revolución productiva".

El PJ se alineó en La Pampa con los "renovadores" de Antonio Cafiero que mordieron el polvo de la derrota en la interna contra el caudillo riojano.

El único dirigente de los visibles que sacó la cara por ese Menem fue Edén Primitivo Cavallero, entonces vicegobernador de Néstor Ahuad y al final un "disidente" que se tuvo que alejar del sello partidario para pelear contra la traición de la plataforma electoral y de las propuestas clásicas del peronismo.

En aquella artesanal campaña interna del ''''89, Menem dio un discurso combativo en una esquina de la Plaza San Martín de Santa Rosa. Lo aplaudían a rabiar no solo los justicialistas de siempre, sino también las huestes del Partido Intransigente y del Partido Socialista Auténtico.

Después se afeitó las patillas, se alineó con los Alsogaray, se abrazó con el almirante Rojas, expulsó a Germán Abdala. Pero el PJ pampeano siempre le hizo reverencias.

Así fue que el peronismo pampa compró como convencido el sello de menemista, aunque corran nuevos tiempos en que generaciones más jóvenes tratan de quitarle esa mochila de encima. En 2003, cuando cambió la bocha después del 2001 que fue un antes y después, el PJ pampeano exacerbó su menemismo: la estructura partidaria y la dirigencia que todavía era hegemónica jugaron a full contra Néstor Kirchner.

No solo en la interna: Marín aconsejó y acompañó a Menem a bajarse de la segunda vuelta, una decisión de cierto peligro y que agitó fantasmas temblorosos para la democracia argentina.

Ansiaban un regreso por una vía menos institucional, que se truncó cuando el gobierno nacional y popular encontró inmediato y contundente respaldo de las mayorías peronistas.

Esa tendencia menemista del PJ pampeano se mantuvo como reacción residual incluso en buena parte de esa década K: desde el voto contra la 125, hasta la negativa a integrar listas conjuntas, pasando por los desplantes de Verna a Cristina, la historia demuestra que al menos hasta el posmacrismo el PJ pampeano llevó consigo -a veces orgulloso, a veces con vergüenza, siempre inevitable- la etiqueta menemista.

Después, los caudillos pampas se las rebuscaron -en escala, tan animales políticos como el propio Menem- para recomponer sus figuras y reacomodar sus posiciones. Pero Marín y Verna son, y serán, caras del menemismo más recalcitrante.

Por eso el lagrimón que se les pianta en estas horas es más grande.

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