La Pampa

El baile que no fue en Colonia Sabadell

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Una cancha abandonada, un salón de otra época y una escuelita cerrada. Un sueño de resurrección. Y la historia de una fiesta detenida en el tiempo. Una incursión por un lugar que no figura en los mapas, Colonia Sabadell.

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EL DIARIO digital

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Texto y fotos: Gustavo Silvestre y Julio Santarelli

Un chacarero que guarda la llave de un salón vestido de fiesta desde hace más de un año y medio sin que nadie mueva una silla. Un joven ambientalista, enamorado de la naturaleza, de las plantas y el reparo, que cuida de una escuelita abandonada desde hace dos décadas como si fuera una reliquia.

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Dos generaciones. Y un mismo espíritu que las une. Una que sueña que los bailes sigan, nunca se vayan, para mantener el alma de aquella colonia que es parte de un pasado nostálgico. Otra que anhela con recuperar parte de esa vida de un rincón perdido, para que cientos de visitantes disfruten del corazón de una de las tantas colonias de chacareros que forjaron la pampa húmeda desde principios del siglo pasado y hoy desaparecieron.

Bajo siete llaves

El salón del Club La María Luisa luce preparado para el baile. Las sillas y las mesas de madera, de vivos colores, aguardan que la orquesta salga al escenario, a un costado del salón. El silencio denso esconde los acordes del bailongo. Todo está listo. La fiesta está servida.

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La secuencia de la película que se espía por los vidrios de los ventanales del viejo salón está detenida. Todo está cubierto de polvillo. Como si en el viejo salón solo habitasen fantasmas. Y ese polvillo acumulado que colorea de sepia la imagen.

Orlando Alomar es un ex alumno de la escuela. Y el orgulloso presidente de la comisión del club, que se encarga de mantener el salón –no hay un solo vidrio roto en sus ventanales- y organizar encuentros sociales, dos bailes al año y una patriada por la tradición, cuando un grupo de jinetes gauchos recorre a caballo los 20 kilómetros que los separan de Macachín, y esa noche el salón emula tiempos antiguos, con una celebración en la que no falta la vaquillona con cuero, la velada folklórica y el baile popular.

Experto asador, siempre con el chuchillo a la cintura, de bigote y la piel del rostro, curtida por soles y soles, Alomar vive con su familia, su mujer y sus hijas, en un campo cercano. Guarda las llaves que abren la cerradura de las puertas de ingreso del salón de fiestas.

Entre varias familias chacareras encararon los preparativos para el primer baile del año en Colonia Sabadell. El miércoles quedó todo listo, desde el permiso que les firmó, como siempre, el intendente de Macachín, hasta la contratación de los músicos de la orquesta. Las bebidas y lo necesario para el menú obligado, la vaca para asar. Cada silla, cada mesa, en su lugar. Todo previsto. Menos lo imprevisible.

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Al otro día, un jueves por la tarde, el 19 de marzo del año pasado, el presidente Alberto Fernández anunció la cuarentena estricta en todo el país a partir del sábado siguiente. La epidemia del coronavirus se lo llevó todo puesto, hasta el baile en Colonia Sabadell.

Desde aquel día el salón quedó cerrado. Alomar metió llave y ya no hubo más nada que hacer. De cuarentena en cuarentena, las restricciones se extendieron, transcurrió un año y medio y nadie levantó un dedo para desarmar aquel festejo, como si no se resignaran a una frustración.

Mesas y sillas fueron mudos testigos del paso de los días, semanas y meses. De la espera y la nueva angustia. De las ganas de que se termine la maldición de la pandemia y vuelvan a sonar los acordes del bailongo en La María Luisa.

Un solo corazón

El salón está perdido en el medio del campo. Desde la ruta 1, a diez kilómetros de Macachín, se toma un camino de tierra de otros diez kilómetros, hasta llegar a las puertas del club La María Luisa. Ese era el nombre de la dueña de las tierras, y Sabadell fue su segundo marido.

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El sitio no figura en los mapas. A un costado del salón sobrevive la cancha de fútbol. Tiene medidas reglamentarias. Está rodeada de una nutrida hilera de pinos y eucaliptus, por los cuatro costados, tal vez para intentar atajar los vientos de la zona. Los arcos aún están pintados de celeste y blanco, los colores de la casaca deportiva, un poco oxidados. La vegetación se adueñó del campo de juego. Y un alambre olímpico delata un pasado de fútbol chacarero y festivo.

Hace más de veinte años que ya no hay gambetas ni gritos de gol por esos confines.

Del otro lado del salón social, hay un espacio abierto, sin plantas, y enseguida otra arboleda, con un edificio semiabandonado. Es la Escuela rural Nº 202 Avondet, “la escuelita”, para los lugareños. Comenzó a funcionar en 1928 y cerró sus puertas hace veinte años. Los chacareros de los campos aledaños estudiaron en sus aulas y todavía la nombran así, con el diminutivo del cariño. Aún es el centro geográfico para la zona.

Fue la inundación la que marcó parte del destino de la colonia. A principios de la década del ’80, avanzaron las aguas de las lagunas encadenadas de esa parte de la pampa húmeda y varias familias tuvieron que emigrar al pueblo.

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Por aquellos tiempos de la inundación también se apagó el fútbol. Durante años, las familias chacareras, habían forjado una identidad, levantado el salón y la cancha, y armaron equipos de fútbol que animaron clásicos de pago chico con los representantes de Macachín y los de Salinas Grandes. Desde el ’63 participaron de la liga Cultural y recibieron en la cancha cercada por la arboleda desde a All Boys de Santa Rosa para abajo.

Los hermanos Fermanelli, los Muller y los Huici, eran baluartes de los equipos más evocados, jugando, trabajando y cuanto hiciera falta en el club que amaban tanto. Uno de los Fermanelli residió en el campo hasta no hace mucho, llevaba sus animales hasta el predio del club para mantener a raya el yuyal. Tiene 80 años y el año pasado se fue a vivir a Macachín.

Los recuerdos, algunas fotos y trofeos, sobreviven arrumbados en la única vitrina que sobrevive en el salón.

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El guardián de Sabadell

Ya hace veinte años se cerró la escuelita. Antes de la inundación tenía una matrícula de 38. Después de que se fueran las aguas, quedó uno solo y las aulas vacías. El edificio quedó condenado al abandono.

Desde hace un par de años, sin embargo, hay aromáticas en el patio, un surco con flores, plantas de lúpulo y frambuesas. En febrero de este año remplazaron la soga del mástil y volvió a flamear la bandera en el frente, donde permanece el escudo argentino.

Un guardián protector se ha propuesto resistir la inercia hacia el olvido y la destrucción. Leandro Falco recorre los caminos de la colonia con una vieja camioneta casi a diario. Nacido en Colonia Barón, formó pareja con una joven de la zona, Rosana Armellini, profesora de geografía. Trabaja en la estación de servicios de Macachín.

El suegro lo invitó un día al “baile de la colonia”. No estaba muy convencido. Pero la insistencia pudo más. Cuando llegó a La María Luisa, sus ojos se posaron sobre el edificio abandonado que divisó entre la arboleda. Preguntó qué era eso. “La escuelita”, le dijeron. Y quedó prendado del encanto del lugar.

De a poco se fue convirtiendo en cuidador de la escuela. Y comenzó un emprendimiento en el patio con una mirada ambientalista. Producción agroecológica. Lúpulo para saborizar cerveza casera. Verduras.

Las plantas necesitan riego. El patio, que alguien junte hojas y ramas, cortar el pasto, para mantenerlo despejado. Cuando Leandro termina la faena en una punta del predio, ya se creció el pasto en la otra.

La comisión del club le presta energía eléctrica de a poco ha ido restaurando algunas habitaciones de la escuelita, para frenar el deterioro.

Escuchando relatos del pasado del lugar le fue dando forma a la ida de revivir el sentido de identidad y pertenencia de la Colonia Sabadell. Se propone convertirla en una atracción turística y social. Producir en forma agroecológica. Y educar en hábitos de cuidado y respeto del medio ambiente a los futuros visitantes, que podrían quedarse a dormir en las habitaciones restauradas de la escuela.

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Soñar no cuesta nada. Y por eso puso manos a la obra. En noviembre del año pasado presentó un proyecto en la Dirección de Turismo de la provincia y todavía no obtuvo respuestas. La propuesta es producir en forma natural y orgánica aromáticas, plantas medicinales, frutos rojos y hortalizas. También ofrecer un lugar de alojamiento a turistas en la escuelita reconvertida, donde se pueden ofrecer caminatas, actividades recreativas, de esparcimiento y contacto con la naturaleza. De forma paralela, aspira a darle difusión a los procesos de producción de las materias primas orgánicas y la elaboración artesanal de productos naturales, como la elaboración de compost.

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Una espera obstinada

En la colonia saben de caer y levantarse, de nunca aflojar. La pandemia es la última plaga que atraviesan sus habitantes, pero no la única. Antes había sido la inundación. Y en los principios pioneros, fue la sequía. La historia marca que a principios del siglo pasado la miseria y el hambre acorralaba a los primeros colonos, que no podían pagar los alquileres y amenazaron con saquear los almacenes del pueblo. Los colonos de Sabadell fueron los cabecillas en 1910 una protesta campesina de varias colonias de la zona. El gobierno nacional de entonces apagó la rebelión con el envío de dos regimientos del Ejército. La rebelión de los “rusos” de Macachín es el primer antecedente de las protestas campesinas colectivas que luego se trasladaron a otros puntos del país.

Tal vez de aquel espíritu luchador y resistente se nutra la obstinación de estos dos hombres. Alomar levanta la mano y se despide mientras guarda las llaves del club en la bombacha gaucha. Leandro saluda con el mismo gesto, orgulloso de sentirse custodio de parte de una leyenda.

Cada cual, a su modo, mantienen la de una vez por todas vuelva a sonar la orquesta y que el reparo y la sombra de la arboleda de Colonia Sabadell cobije a cientos de visitantes.

Tal vez, entonces, todo vuelva a ser como antes.

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